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El Café Comercial de Madrid publicó su cierre en su cuenta de Twitter, el 27 de julio de 2015. En ese momento la noticia no pasó desapercibida para muchos parroquianos. Se pensó que iba a ser definitivo, que moría no sólo un establecimiento icónico de la farándula madrileña. Abierto en 1887 y soportado gracias a sus trabajadores durante la Guerra Civil fue por mucho tiempo encuentro de intelectuales, lo que en muchos lugares se llama un café literario. En aquel momento Fernando Fiestas escribió este artículo.
El Café Comercial volvió a abrir en marzo de 2017, dos años después; sin embargo, las palabras de nuestro autor padecen de una extraña vigencia. Nos pareció injusto que el desface, que el cruel sentimiento de desactualización hagan caer en el si te he visto no me acuerdo las palabras del poeta.
Cuando estaba a punto de terminar mi tercera entrega de Las disciplinas olvidadas, tuve que aparcar lo que estaba haciendo para escribir lo que se leerá a continuación.
Hoy no voy a hablar de una disciplina plenamente caída en el olvido, sino de unos lugares en vías de extinción: los cafés literarios. Y lo hago con el más que reciente cierre del emblemático Café Comercial en la glorieta de Bilbao en Madrid. Todos los que estamos relacionados con el mundo cultural madrileño nos hemos sentido profundamente cercenados por el lacónico comunicado emitido por sus dueñas en su cuenta de Twitter, anunciando el triste acontecimiento. Para empezar, ¿no han tenido una ocurrencia mejor que hacer de tripas corazón y usar un poco más el sentido común y la sensibilidad no sólo hacia miles de personas sino hacia casi sus 128 años de historia, para convocar una conferencia de prensa y de explicar los verdaderos motivos de semejante decisión, para así contestar a la avalancha de preguntas y de posibles protestas de sus más fieles e incondicionales parroquianos? Y si la van a hacer, ¿a qué esperan? ¿Van a seguir mirando hacia otro lado como si no hubiera pasado absolutamente nada y cuando las cosas estén más calmadas, entonces en frío explicar lo ocurrido? ¿O no contarlo nunca
Y el Ayuntamiento, ¿no se ha planteado nunca incluir al Café Comercial en su censo de patrimonios culturales?
El mal está hecho, no obstante. Me quedo con la memoria de aquellos panteones en los que el silencio se hace tan litúrgico que mezclado con los ruidos de los asistentes, sirven de buena inspiración para la creatividad. Yo estuve en cafés de Dublín, en el Floré de París, asistí a algunos de Viena, incluso hasta en Oporto y me estremezco cada vez que recuerdo mis estancias en los mismos. Quizás lo mejor es buscar bares cuyos dueños sean gente culta, sensible y sientan el orgullo de tener a grandes escritores debatiendo y enriqueciendo esta piel tan castigada de nuestro país por los ignorantes que no son pocos ni en leves medidas.
El café de France combina la gastronomía marroquí llena de sabores y la magia del lugar con su vista panorámica de la plaza
Hay un artículo revelador firmado por Antonio Lucas bajo el sugerente título Las peceras del tiempo (El Mundo, 1 de agosto de 2015) en el que nos hace sentir la esperanza de que aunque los tiempos cambien, así como la forma de expresarnos públicamente, los cafés literarios seguirán siendo señas de identidad de las grandes ciudades europeas. Como señala el autor sin casi decirlo, ¿se imaginan una Venecia sin el Café Florian? ¿un París sin el Saint-Sulpice, sin el Pigalle, sin el Les Deux Magots, sin el Procope, al menos sin uno de ellos? ¿Una Roma sin el Café Grecó? ¿Una Barcelona sin el Els Quattre Gats? ¿Un Buenos Aires sin el Tortoni, un Marrakesh sin el Café France, etc.?
Es verdad que los cafés ya no son lo mismo, ya no son caldo de cultivo de las revoluciones ni nadie podrá oír gritos subversivos alentando algún tipo de cambio. Es verdad que ya va siendo cada vez menos frecuente ver a los grandes de nuestra cultura acercarse por ellos. Así que hacerse un selfie con cualquiera de ellos va acercándose a una mera utopía, a no ser que se manipulen imágenes por medio de algunas de las enésimas aplicaciones de las nuevas tecnologías. Y creo también que un día emergerán cafés nuevos sin el ánimo de caer en el talante museístico de los actuales donde savias nuevas de jóvenes ávidos por cambiar el mundo -dicho entre comillas-, estarán a la orden del día.
A todos mis amigos de la editorial Vitruvio, que hacía las presentaciones de sus novedades en el Café Comercial, a todos los míos, los de Verbo Azul, y a los grandes poetas con quienes comparto admiración y copas: Paco, Morales, Antolín, Davina, Pedro Antonio, Alfredo, Cristina, a todos sin excepción -que me perdone quien no se sienta nombrado-. Estoy seguro de que entre nosotros crearemos nuestro propio Café Comercial, a nuestra manera como la horma del zapato de nuestros sueños. Con nuestro público y nuestra particular alegría de vivir.
Ojalá un día acabe la moda que emplean tantos dirigentes actuales cuando están salpicados por algún escándalo: poner cara de no saber nada ni decir nada y esconderse en el más discreto plano posible hasta que la tormenta acampe. Moda que parece de gran éxito pues la gente poco a poco olvida. Sí, es admirable lo bien que lo hacen porque al final consiguen que no haya pasado nada. Pero, ¡vaya ejemplo están dando a la generación siguiente!
Y un fuerte abrazo con el mejor de mis ánimos a Felipe Majano. Tú sí que mereces un monumento delante del lugar. Sólo nos queda el Gijón. A no ser que algo germine en algún lugar escondido del que aún no tenga constancia, sólo nos queda eso. Y me asusta.
El Café Comercial de la Glorieta de Bilbao. Madrid.
Ojalá un día acabe la moda que emplean tantos dirigentes actuales cuando están salpicados por algún escándalo: poner cara de no saber nada ni decir nada y esconderse en el más discreto plano posible hasta que la tormenta acampe. Moda que parece de gran éxito pues la gente poco a poco olvida. Sí, es admirable lo bien que lo hacen porque al final consiguen que no haya pasado nada. Pero, ¡vaya ejemplo están dando a la generación siguiente!
Y un fuerte abrazo con el mejor de mis ánimos a Felipe Majano. Tú sí que mereces un monumento delante del lugar. Sólo nos queda el Gijón. A no ser que algo germine en algún lugar escondido del que aún no tenga constancia, sólo nos queda eso. Y me asusta.
Lo que deslumbra de esta novela es lo mucho que tiene de juego, pero no de tonta travesura, sino de esas diversiones que te envuelven, como la sonrisa de cierto gato. Y si el avezado lector no toma p... Más info