Fue el siglo XVIII el de la novela epistolar. Julia o la nueva Eloísa 1761, de Juan Jacobo Rousseau, vio la luz catorce años antes que Goethe publicara Werther y veinte antes que Chordelos de Laclos su siempre famosa y tal vez la única que de verdad haya trascendido- Amistades Peligrosas.
Como toda obra del filósofo ginebrino Julia o la nueva Eloísa no está exenta de contradicciones. Es un libro sobre la moral y a la vez una obra de pasión y sentimientos. Se piensa que Rosseau encontró inspiración en su propia historia, cuando vivió una relación poco afortunada con la cuñada de madame D’Epinay, amiga y hospedera del filósofo. Así es la historia entre Julia, una joven de la nobleza provinciana y Saint-Preux, su preceptor. Pero la filosofía de Rousseau quedó mal ubicada en el espíritu de la Enciclopedia. Para él el progreso y la sociedad engendraban todos los males humanos. Fue mal visto por algunos de sus compañeros de biblioteca, como Voltaire.
Así, la historia, donde trata de excomulgar la novela como agente perverso en la sociedad moderna – como también hizo Martí con Amistad Funesta-, se convirtió en un bestseller, y no sólo eso. Le devolvió la moneda. El volumen de cartas recibidas por el autor, de quienes creían en la veracidad del caso y habían vivido pasiones semejantes, no tuvo precedentes. Surgió, para él, como bala de su mismo revólver, la figura de Marie-Anne Alissan de la Tour, con la que mantuvo correspondencia durante quince años, siempre alrededor del tema de la novela, y con quien se dice tuvo algunos encuentros.
Las ciudades populosas necesitan de espectáculos, y de novelas los pueblos corrompidos. He visto las costumbres de mi tiempo, y he publicado estas cartas: ¡ojalá hubiera vivido en un siglo en el que tuviera que tirarlas al fuego! Aunque aquí sólo el título de editor tomo, yo propio he compuesto parte de este libro, y no lo disimulo ¿Lo he hecho todo, y no es más que una ficción esta correspondencia? ¿Qué os importa, cortesanos?
En todo caso es ficción para vosotros. Todo hombre de bien debe responder de los libros que publica: por tanto, me nombro al frente de esta colección, no para apropiármela, sino para salir por ella. Si es mala, impútenmela; si es buena, no quiero que me atribuyan la honra de lo que valiera. Si es malo el libro, tanta más obligación tengo de reconocerlo por mío, porque no quiero ser tenido en más de lo que valgo.
Por lo que a la verdad de los sucesos respecta, declaro que habiendo estado varias veces en el país de los amantes, nunca oí hablar ni del varón de Etange, ni de su hija, ni del señor de Orbe, ni de milord Eduardo Bomston, ni del señor de Wolmar; también advierto que está la topografía groseramente equivocada en varios parajes, o sea para engañar más bien al lector o porque definitivamente la ignoraba el autor. Esto es cuanto puedo decir, piense ahora cada uno como le parezca.
Portada de Julia o la nueva Eloisa. Novela de Jean-Jacques Rousseau, publicada en 1761
No es bueno este libro para correr por el mundo, y petará a poquísimos lectores, disgustará su estilo a las personas de gusto sano; la materia asustará a los sujetos severos; los que no creen que haya virtud encontrarán todos los afectos fuera de naturaleza. Debe desagradar a los devotos, a los libertinos, a los filósofos; repugnar a las mujeres fáciles y escandalizar a las honradas. ¿Pues a quién agradará?
Acaso a mí solo, pero es cierto que no agradará medianamente a nadie. El que se quiera determinar a leer estas cartas se ha de armar de paciencia, para aguantar yerros de la gramática, el estilo enfático y chabacano, y las expresiones vulgares expresadas en términos altisonantes; de antemano debe saber que los que las escribían no eran franceses, ingenios agudos, académicos, filósofos; sino gentes de una provincia, extranjeros, solitarios, mozos y casi niños, que en sus novelescas imaginaciones confunden con la filosofía los honrados desvaríos de su cerebro.
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¿Por qué he de reparar en decir lo que pienso? Esta colección con su estilo gótico es mejor para las mujeres que los libros de filosofía, y también puede servir para las que en medio del desarreglo de su vida han conservado algún amor a la honestidad. En cuanto a las doncellas, eso es otra cosa. Nunca leyó novelas una casta doncella y a esta le he puesto un título claro, para que así que la abran sepan de qué naturaleza es. La doncella, que, no obstante el título, se atreva a leer una sola página, ya es perdida, pero no impute a este libro su pérdida, ya que estaba el daño hecho.
Una vez que haya comenzado que siga, porque no tiene ya nada que perder. Si un varón austero, repasando esta colección, se enfada desde las primeras páginas, tira encolerizado el libro, y se enoja contra el editor, no me quejaré de su injusticia; porque puesto en su lugar acaso hubiera hecho yo otro tanto. Si después de haberla leído toda entera, se atreviera alguno a censurarme por haberla publicado, dígalo, si quiere, a todo el mundo, pero no me lo venga a decir a mí, porque sé que no podría en mi vida estimar a tal hombre.
Id, buenos personajes con quienes con tanta complacencia he vivido, y que tantas veces me habéis consolado de los agravios de los malos. Id a buscar a vuestros semejantes, y huid de, y huid de las ciudades, que no los hallaréis en ella. Id a las humildes soledades a consolar a una pareja de fieles esposos, cuya unión con los embelesos de la vuestra se estreche; a algún hombre ingenuo y sensible que sepa amar vuestro estado; a algún solitario fastidiado del mundo, que aun desaprobando vuestras culpas y errores diga enternecido: Ah ¡Estas eran las almas que la mía necesitaba!
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