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Cada día se conoce un poco más de un hombre que fue considerado un loco, un fracasado durante su vida y hoy es piedra importante de las bases del arte moderno. En los oficios de Vincent Van Gogh se habla de esos oficios realizados por el pintor holandés antes que se dedicara a la profesión que nos hizo conocerle.
El futuro pintor nació y lo fue también él, entre personas de un profundo y sincero sentimiento religioso, pese a la primera profesión en la que incursionó -tratante de arte- fue un joven alejado de cualquier expresión artística y mucho más de las corrientes innovadoras de la época.
Van Gogh compró este par de botas en un mercado de segunda en París, caminó con ellas por el barro y el agua y luego las pintó.
¿Qué familia holandesa no tiene en su abolengo un hombre emprendedor, un hombre de negocios? En la familia de nuestro pintor había uno así y se llamaba igual que él: Vincent van Gogh, aunque todos le conocían como el Tío Centavo. a saber por qué.
En cuanto a nuestro pintor, el hombre que no logró vender más que un cuadro de los aproximadamente tres mil que pintó, tuvo como su primer oficio, de 1869 a 1876, el de tratante de arte en el negocio de su tío, cosa lógica pues este no tuvo hijos, la compañía Goupil & Cie. Moviéndose entre La Haya, Londres y París. Pero Léon Boussod, una de las vacas gordas de la compañía despidió al joven holandés -su tío se había retirado ya- y así, el 4 de enero de 1876 Vincent van Gogh se quedó sin trabajo en París.
Verdad es que el tío Centavo se había retirado en 1872, pero aún la familia poseía las acciones de la compañía y por tanto el derecho a sentar a alguien en la mesa de negociaciones. Al despedir a Vincent van Gogh, la Goupil & Cie. tuvo que emplear al otro hermano, quien sí vendió un cuadro de Vincent -Viña Roja- y eso sería razón suficiente para considerarlo mejor marchante.
Theo van Gogh entró a trabajar también en Goupil & Cie., pero digámoslo así, era un poco más formal que su hermano y trabajó toda su vida para esta compañía, aun cuando la familia ya no tenía intereses en ella. En 1873 era el empleado más joven de la empresa y no pasarían muchos años antes de convertirse en uno de los más exitosos. Vendió miles de pinturas y dio éxito a una empresa que había comenzado comerciando con copias de obras de arte y postales.
Autorretrato con sombrero gris, de Vincent Van Gogh
Theo van Gogh llegó a ser el gerente de la filial de Goupil & Cie. que se encontraba en el Boulevard Montmartre. A veces creo que su constancia, su buen ojo para entender el arte que gustaba a la gente de su tiempo, no lo convierte también, si no en un genio como su hermano, en un hombre de talento avanzado. Valga decir que gracias a la ayuda económica de Theo es que Vincent van Gogh pudo regalarle tanto a la posteridad.
Todo el archivo de Goupil Cie. después de su quiebra, fue adquirido por Vincent Imberti. Hoy conforma la colección del Musée Goupil de Burdeos, cuyo nombre no debe engañar, pues la institución no cuenta con salones de exposición y es más un depósito para investigadores que un área abierta al público.
Tras perder su trabajo como corredor de arte Vincent van Gogh mandó varias solicitudes para convertirse en maestro en Londres, ninguna de ellas obtuvo respuesta, pero unos meses después, el 14 de abril de 1876, William Port Stokes le escribió para proponerle un trabajo de asistente de maestro, con cama y comida incluida, pero sin sueldo, en una escuela de chicos de Ramsgate, donde él era director
No parece haber sido fácil para él alejarse de los suyos, cambiar su cercanía al arte por la enseñanza. Así escribió a su familia en ese momento. Ya nos hemos separado antes; pero esta vez hay más tristeza en ambos lados, y también ira, pero también fe firme y una necesidad mayor de vuestra bendición. ¿Y no es así como la naturaleza simpatiza con nosotros? Todo estaba tan gris y triste un par de horas antes.
Un tiempo después se mudó a Ramsgate, en Inglaterra, donde trabajó dos meses como maestro, pero la escuela se trasladó a Isleworth y con ella Vincent. Al parecer en esta ciudad, el futuro pintor encontró una mejor oferta de trabajo en otra escuela, pero William Port Stokes, en aras de no perderle como trabajador, le ofreció un pequeño salario que Vincent aceptó. No se sabe mucho más de este tiempo, en tanto fue un corto periodo, en el que nuestro holandés no escribió más que una carta.
Se sabe, sin embargo, que en estas dos semanas conoció a Thomas Slade-Jones, director también de una escuela de chicos en Isleworth, quien le propuso un trabajo similar al que ya tenía. Vincent aceptó y poco a poco, pues el señor Thomas Slade-Jones era también pastor metodista, comenzó a ayudarlo en el culto de la iglesia, al punto que tras un corto periodo se tuvo que contratar a otro asistente para la escuela, pues Vincent van Gogh se sentía cada vez más cerca de un cumplir un antiguo sueño: dedicarse a una labor religiosa.
Para Vincent van Gogh Turnham Green no era más que la iglesia del señor Jones. El futuro pintor se entusiasmó tanto con la idea de trabajar en la iglesia que la visitaba constantemente, hacía lo que podía, y así llegó a ganarse un puesto de habitual en la congregación y poco a poco los trabajadores de ella lo aceptaron como un colega más.
El 16 de noviembre de 1876 tuvo la primera oportunidad para predicar en la iglesia de Turnham Green. Las cosas evidentemente fueron bien y un mes después repetiría su prédica en la iglesia metodista de Wesleyan. Antes de esto, y en la misma iglesia de Wesleyan, Vincent había dado un sermón el día 29 de octubre. A propósito de éste le escribió a su hermano: Cuando me paré en el púlpito, sentí como si emergiera de una gran oscuridad y fuera hacia una amistosa luz. Y es tan grande esta sensación que, a partir de ahora, a donde vaya, iré predicando Los Evangelios. El tema de este sermón fue el peregrinaje a través de la vida.
Otra vez el tío Centavo, ese personaje que toda familia debe tener para casos de extrema necesidad financiera. El tío de Vincent va Gogh, de igual nombre, le consiguió un trabajo como asistente de ventas en la librería Blussé & Van Braam, en Dordrecht, Holanda. Eso fue en enero de 1876, aunque ya en diciembre había visitado el local, para ver si le complacía el empleo.
La librería se dedicaba a lo mismo que cualquier otra ahora, vendían libros, revistas, postales, cosas de oficina, en fin. Vincent tenía un horario bastante amplio, desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche, pero su trabajo en general consistía en llevar y traer encargos. Cuando tenía algún tiempo libre volvía a su mente la idea de su vocación religiosa, entonces se dedicaba a traducir pasajes de La Biblia, del holandés al inglés, alemán y francés -y no es que no hubiera traducciones, claro, sólo lo hacía como un ejercicio-.
En esto fue pillado por Paulus Coenraad, su compañero de trabajo y al parecer amigo de su familia, quien le escribió a los padres del futuro pintor: Vincent no sirve para este trabajo. Es probable que también se lo haya comunicado al jefe, pues Van Gogh fue cesanteado en mayo. Entonces partió para Ámsterdam, donde quería estudiar teología.
Allí pasó dos años estudiando con el profesor Maurits Benjamin Mendes da Costa, pero las clases de griego y latín, en el barrio judío de Ámsterdam acabaron por demostrarle que su camino no pasaba por el púlpito de la iglesia.
En octubre de 1879 Theo van Gogh, mientras iba por negocios a París, visitó a su hermano Vincent en el distrito minero de Borinage, Bélgica. Theo, como se sabe, era un tratante de arte, por demás un hombre práctico que, si bien sentía un gran aprecio por su hermano, muchas veces no lo entendió. Eran los tiempos en que el futuro pintor profesional Vincent Van Gogh se había convertido en misionero. Para Theo; así como para los habitantes de Borinage esto había sido una mala idea.
El hermano del futuro genio salió molesto de aquella entrevista, en especial por la apariencia de Vincent, quien había regalado casi la totalidad de su ropa a los mineros y dejado de bañarse. Theo le dijo: Ya no eres el mismo, cosa que era cierta. Pero él pensaba que Vincent estaba perdiendo su tiempo en aquel mísero rincón y le sugirió que se marchara a buscar un sentido más práctico a su vida.
Son conocidas por casi todos los amantes de la pintura de Van Gogh, las cartas a su hermano Theo. Son, por otra parte, un documento fundamental para entender al pintor impresionista y su tarea hercúlea de pintar y no vender. A mediados de octubre, luego de la entrevista, Vincent le escribe una carta su hermano, la que marcó el inicio de un mutismo entre ambos, una pausa en la correspondencia que no habían abandonado desde 1872, cuando Vincent, hermano mayor, tenía 19 años y Theo 15.
Ante los ojos prácticos de Theo, y de cualquier otro, sus razones para estar enojado eran correctas. Vincent, con 26 años, había cambiado de profesión unas seis veces. Esta pausa en la comunicación fraternal fue la primera y la última, pues diez meses después la correspondencia entre ambos se reanudó y sólo la muerte del pintor puso fin a ella. Pero en aquella del día 15 de octubre Vincent le reprocha con amargura la acusación de pereza que su hermano le había hecho.
No estoy seguro si será correcto que yo responda a tu acusación convirtiéndome en panadero, por ejemplo. Esto sería, sin embargo, una respuesta decisiva (suponiendo siempre que fuera posible convertirme con rapidez en un panadero, barbero o librero); pero al mismo tiempo sería una respuesta tonta, tal como al hombre que se le reprochase ir sobre un burro e inmediatamente saltara de él para continuar el viaje con el burro a sus espaldas.
Tal vez no haya llegado el momento de darle un toque romántico a este artículo, pero imagínenselo. Vincent dormía en el suelo, no tenía ropa, comida, nada. Consumido por la fiebre, no se bañaba, ni siquiera predicaba ya a un pueblo empobrecido, donde casi todo el mundo sentía pena o miedo de él. Lo consideraban loco, sí; entonces viene a verle su hermano y termina dejándolo en la peor soledad, porque Theo y sus cartas, eran su único refugio.
Entonces todo estaba sellado. Era el nacimiento de un artista en su mejor caldo de cultivo. Había nacido el pintor Vincent van Gogh. En el año 1880 abandona el pueblo minero de Borinage y parte para Bruselas, lleva consigo la convicción que ya no lo abandonaría más. No sé cuánto más hubiera resistido de sobrevivir a su esquizofrenia y si hubiera entrado por el aro de convertirse en una persona normal con jornada de trabajo en una panadería. Eso no lo sabremos nunca. Lo que sí está claro es que la idea prevaleció el tiempo suficiente para demostrar que no podía partirla en dos la miseria.
Autorretrado de Vincent van Gogh, pintado en Arlès días después de automutilarse
Unos días después de la visita de su hermano ya la idea estaba en él y aún no lo sabía con claridad. Vincent van Gogh caminó los setenta kilómetros que separan Borinage de Courrieres, un pueblo al otro lado de la frontera francesa. Fue a visitar al pintor Jules Breton, a quien admiraba y sabía que poco antes se había mudado allí. Pero de esta visita escribió con solapada excusa. Me he ido de viaje para encontrar algún trabajo. Habría aceptado cualquier cosa. Pero tal vez, después de todo, fui involuntariamente, no puedo decir con exactitud a qué.
Sólo en julio de 1880, poco antes de partir, se rompió aquel silencio entre los hermanos. Así le escribió Vincent a su hermano. Un pájaro enjaulado en la primavera sabe muy bien que su vida tiene alguna finalidad; es consciente de que hay algo que puede hacer. Pero ¿qué es? No puede recordarlo. A continuación, algunas ideas vagas vienen a él, y se dice a sí mismo: los otros pájaros construyen sus nidos y ponen sus huevos y crían sus polluelos; y él golpea la cabeza contra los barrotes de la jaula. Sin embargo, la jaula se mantiene, y el ave continúa enloquecía por la angustia.
Mira a través de los barrotes en el cielo encapotado cuando la tormenta se prepara, e interiormente se rebela contra su destino
Un hombre que parece no hacer nada se parece a este pájaro.
Este hombre salió de la jaula que él mismo se había confeccionado, por eso no podemos considerar la pintura entre los trabajos de Vincent van Gogh. Fue una liberación donde ya no importaba la retribución, ni siquiera la felicidad.
Además de estos oficios de Van Gogh su vida fuera de la pintura estuvo marcada por un número considerable de lugares donde vivió. Con treinta y siete años que le tocó vivir, habitó en 21 ciudades y pueblos de Europa y no estaba haciendo turismo, se puede decir con certeza, ni tampoco viviendo a sus anchas de una pensión.
Llegó a Borinage queriendo hacer el bien, regaló toda su ropa y cuando se marchó de allí ya nadie lo quería. Se fue a trabajar a Ramsgate a cambio de cama y mesa, y no creo que le haya pasado por su mente la idea de que alguna vez le iban a dar más que eso. Escribe a su hermano con vivo entusiasmo acerca de su sermón en la iglesia.
Van Gogh en lo esencial, y si dejamos a un lado el genio que todo el mundo parece entender en la actualidad, fue una buena persona, lo que no impidió que sus gestos de filantropía se interpretaran como parte de una enfermedad psíquica o tal vez no fueron más que otro síntoma.
Si se examinan los oficios de Vincent van Gogh se comprenderá su intención de servir a los demás estaba por encima de cualquier interés mezquino.
Hay también un intento de seguir el camino de sus parientes, como es el caso de tratante de arte, como sus tíos, o de pastor, como su padre y abuelo. Y esto le causó, al parecer, bastante desasosiego. En la misma carta a Theo que nos referíamos antes, el 15 de octubre de 1879, le dice: No te irrites, pero tengo un poco de miedo -porque muchas veces intenté seguir sus caminos [. el de sus parientes.] y el resultado fue pobre ¿Cuántas cosas he empezado que luego demostraron ser impracticables?
La vida de Vincent van Gogh a veces se parece a la desesperada lucha de un insecto atrapado en la tela de una araña. Van Gogh preso de una vida que no lo entiende. Un hombre que, aunque no hubiera sobrepasado los límites de la fama, aunque prevaleciera descubierto hoy y no se pelearan los muchos que quieren adjudicarse el hecho de haberlo descubierto justo cuando era un hombre desahuciado por la esquizofrenia y la derrota. Si lo hubiera entendido aquel vendedor de trapos que le compraba las telas para revenderlas a otros pintores, a razón de cincuenta céntimos el paquete de diez lienzos.
Lo que deslumbra de esta novela es lo mucho que tiene de juego, pero no de tonta travesura, sino de esas diversiones que te envuelven, como la sonrisa de cierto gato. Y si el avezado lector no toma p... Más info