Hay libros amargos, se dice en las Santas Escrituras, pero ¿cómo influyen los libros en el devenir? Algunos, por ejemplo, La Biblia, El Capital o la Teoría General de la Relatividad buscan constantemente un lugar en las almas, incluso las de aquellos que no los han leído. Otros sin suerte pasan desapercibidos hasta que un día alguien los rescata del olvido; esta es la suerte de los papiros, las tablillas de barro o si se individualiza, ese ejemplar que un niño encuentra en el granero o aquel otro: Los misterios y maravillas de la ciencia natural, de Aaron Bernstein. la primera gota de duda en el cerebro de un chico de dieciséis años llamado Albert Einstein.
Hay libros que merecen monumentos; sin embargo, tal vez no haya uno con influencia más eléctrica y decisiva para nuestro devenir que La Enciclopedia de Diderot y D'Alembert. Hemos hablado ya suficiente sobre la Ilustración y sus consecuencias. Pese a que el concepto generalizado que tenemos hoy de enciclopedia viene de este conjunto de volúmenes, publicado en Francia en el siglo XVIII, la de Diderot y D'Alembert, no estaba organizada en orden alfabético ni era netamente un libro de consulta.
El título de esta obra también es monumental: Enciclopedia o Diccionario de ciencias razonadas, artes y oficios, recopilados de los mejores autores y particularmente de los Diccionarios ingleses Chambers, Harris, Diche, etc., por una sociedad de hombres literarios, dirigidos por Diderot, y en cuanto a la parte matemática, por D'Alembert, de la Real Academia de Ciencias de París y la Real Academia de Berlín.
Tampoco fue la primera, aunque sí, por las ideas que transmitía, pronto se convirtió en algo más que un libro de divulgación. Fue una cuna de ideas nuevas, un peligro para el viejo régimen, un arma. La Enciclopedia, además de un libro para cambiar el mundo, fue también y en gloria a las obras que han nacido así para luego buscarse su lugar. fue un libro por encargo. Aun en primera instancia fue concebida como una traducción del diccionario enciclopédico de Ephraïm Chambers, que es también un trabajo monumental a la que su autor le dedicó toda su vida.
La idea de traducirla, en 1745, fue de un editor francés, André Le Breton, quien antes había hecho fortuna con sus almanaques reales, y que, pese a la fuerte oposición de la iglesia y los allegados del rey, logró incrementar su patrimonio en cerca de dos millones de libras con el trabajo de los enciclopedistas. Así, en 1747, encargó a Diderot la traducción del famoso diccionario inglés.
Entre los varios tomos de láminas adjuntos a la Enciclopedia encontramos muchas como ésta.
Su labor de editor fue más allá. Se movió con inteligencia y logró extirpar páginas enteras de varios artículos comprometedores. Como consecuencia, tuvo grandes discordias, especialmente con Diderot, quien no veía con buenos ojos esta purga. Por mucho tiempo se pensó que este editor había destruido el trabajo original de los intelectuales participantes en la elaboración de los diecisiete volúmenes que al fin llegó a tener la Enciclopedia; sin embargo, luego estos documentos fueron encontrados.
Más de 160 personas trabajaron en la composición de la obra, selección de imágenes y publicación. Ellos fueron conocidos como los enciclopedistas. A pesar de que el mérito mayor sigue recayendo en Dennis Diderot y Jean d'Alembert -quien abandonó su colaboración en 1758, debido a fuertes contradicciones con Rousseau-, no es de desdeñar los nombres que también aparecen ligados a ella, como es el caso de Rousseau, Voltaire y Montesquieu, y muchos intelectuales más que aportaron un cúmulo de datos y conocimientos importante.
Diderot; sin embargo, aparece en su justo lugar en los créditos de esta gran obra, como organizador, traductor, revisor. Miles de artículos fueron corregidos por él mismo y dedicó unos veinte años de su vida a la esclavitud de aquellos textos.
En 1757, el artículo "Ginebra" de la Enciclopedia, en el que Jean d'Alembert expresó su admiración por la ciudad, volverá a encender la polémica entre las ideas Voltaire y Rousseau. El enciclopedista, influenciado por Voltaire, lamenta, de hecho, la ausencia de un teatro en Ginebra, donde incluso se puede experimentar un lugar dedicado al progreso de los modales y las artes.
D'Alembert también sorprende a los ginebrinos por su descripción de su Iglesia, muy tolerante, donde, según él, ciertos pastores ya no creen en la divinidad de Cristo y profesan un puro deísmo. El artículo es escandaloso y los pastores y maestros de teología reaccionan con una advertencia y una profesión de fe.
Por su parte, Rousseau refuta punto por punto los argumentos del enciclopedista en su Carta a Jean d'Alembert sobre los espectáculos, publicada en 1758. Desarrolla sus ideas como ciudadano más que como filósofo y defensor de Ginebra contra Francia.
D’Alemberg, de espíritu más doméstico, quien había entrado como editor de artículos sobre matemáticas, se sintió bastante frustrado por el rechazo a su texto y renunció a continuar trabajando en el proyecto.
La ganancia de la Enciclopedia no estaba en el contenido científico, sino en el espíritu transmitido en ella. Espíritu burgués, liberal, crítico, etc. Con un libro así se buscan muchos enemigos y está claro que se gana un número en la lista de los libros prohibidos por la Iglesia católica, sin que esto significara mucho ya en esa época; pero sí los enemigos.
Portada del primer tomo de la Enciclopedia francesa.
El clero, envidiosos, el rey, etc. La Enciclopedia tuvo en la corte, pese a todo, sus adeptos. La más importante fue la marquesa de Pompadour, de quién se dice apoyaba, salvaba, de la ira de su amante: el rey, todo aquello que le parecía realmente valioso. Valga el apoyo a un libro de esta mujer, de quien se dice que moldearon las copas de champán entre la perfección de sus pechos. A veces hace falta una mujer o un libro para cambiar el mundo; pero no el de todos, como piensan algunos, sino el mundo propio.
En el año 1774 Voltaire publicó un panfleto titulado De l'Encyclopédie, contra la prohibición de esta obra en Francia. En un éxito peculiar, el folleto, que también fue prohibido, no logró su objetivo pero sí que se hicieran varias reimpresiones de él en otros países de Europa.
A su manera presentaba al Rey Luis XV, muerto ya, haciendo buscar en la Enciclopedia -libro que el mismo había prohibido- la mejor manera de fabricar la pólvora de los cañones. En este folleto Voltaire clasifica a La Enciclopedia como el libro de todas las cosas útiles y a la nobleza como ignorante y criminal.
Los negocios de Voltaire y Federico el Grande
Ferney Voltaire. La ciudad hecha de un hombre
El mismo Voltaire, siempre escéptico y mordaz le escribía a Diderot: Su trabajo es un Babel; lo bueno, lo malo, lo verdadero, lo falso, lo serio, la luz, todo está confundido. Hay artículos que parecen estar escritos por un hombre gordo que dirige los gabinetes, otros desde la sacristía; pasamos de la osadía más valiente a los lugares más repugnantes.
Retrato del matemático Jean d'Alembert. Fundador de la primera Enciclopedia.
- Los 35 volúmenes incluyen 17 volúmenes de texto, 11 de láminas, 4 suplementos, 2 índices y 1 de láminas adicionales.
- Los 17 volúmenes de texto incluyen 71,181 artículos.
- Los 2 volúmenes de índice (completados en 1780) contienen 18,000 páginas de texto correspondientes a 75,000 entradas.
- Más de 160 autores contribuyeron a la redacción del libro.
- La fabricación hizo vivir a unos 1.000 trabajadores durante 25 años.
- Se vendieron 25,000 copias entre 1751 y 1782, a pesar de la censura y las prohibiciones.
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