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El cadáver de Alain-Fournier apareció en una fosa común alemana. Con estas palabras Eliseo Diego casi termina la nota del libro publicado en 1975 por la colección Cocuyo, uno de los proyectos editoriales donde se publicaron obras de la literatura universal de difícil conocimiento en la Cuba de aquellos años.
La primera edición de El Gran Meaulnes salió a la luz en forma de folletín, entre los meses de julio y octubre de 1913. Transcurrieron unos cuantos años hasta el momento en que leí esta novela, por casualidad la primera vez y luego, hace poco, bajo la post mórtem insistencia de Lezama Lima en su curso Délfico.
Como no siempre la historia complace, el hecho de conocer la suerte final del escritor de un libro -–tengo que decirlo así, hermoso-, funciona como un golpe bajo. Sin dudas el teniente de veintisiete años, el escritor de un solo texto de ficción, al desaparecer de una manera predecible pero anublada en el exacto detalle, como Ambrose Bierce, se aparta de la esencia de su obra, algo imperdonable dentro del romanticismo.
Tampoco esta segunda vez la novela tuvo para mí el mismo significado. Ya no era la aventura de un joven en busca del amor, el pacto fatídico, el narrador amigo y admirado. La trama ahora salta como una bola de fuego desde el zapato a un pedazo de pan, a las medias colgadas en la ventana del guardabosque. Se desvía hasta casa de unos campesinos sin otra intención en la trama que la verosimilitud.
El gran Meaulnes es un libro escrito al vuelo. El autor trata a toda costa de no dejar cabos sueltos. Hasta en los hechos más insignificantes mantiene una atmósfera parecida a la noción campestre que tenemos de esos años en Francia. Busca asideros en lo común mientras nos muestra el mundo casi alegórico, casi gris, de unos jóvenes que se lo toman en serio, al igual que el autor, en cuestiones que podrían parecer demasiado melosas. Nadie que yo sepa, por otra parte, ha superado a Fournier en describir esa trampa común en la juventud que es la admiración por un amigo mayor.
Luego los autores aprendieron a sacar partido se situaciones objetivas, sin arriesgar el vuelo. La literatura perdió algo a cambio de reflejar la realidad. Aunque tampoco Agustín Meaulnes es el mejor ejemplo, pues a su edad no le queda otra que vivir de sueños, es normal. En la novela este romanticismo a destiempo no remonta lo suficiente. El amor es un juego de niños; sin embargo, el lenguaje es un parte aguas entre dos mundos. Está trabado entre la historia que quiere volar y un autor que escribe con naturalidad. He ahí, a mi modo de ver, la principal fuerza del libro.
Que un autor desconocido haya escrito un libro memorable es significativo pero nada extraño en la literatura. Que lo haya logrado con armas en desuso ya lo convierte en un caso único en tiempos marcados por la férrea disciplina del oficio… La revolución dentro del género había comenzado medio siglo antes. Sobriedad, realismo, le juste mot; pero se podía hacer como el teniente de veintisiete años, al menos en un primer libro si a uno luego se le ve saltar la trinchera al frente de sus hombres y nunca más se sabe de él.
Leer El gran Meaulnes
En 1967 el director Jean-Gabriel Albicocco filmó la película El gran Meaulnes. Otra versión se hizo en 2006, por el director Jean-Daniel Verhaeghe, La única novela escrita por Alain-Fournier está considerada hoy, según el periódico Le Monde, como el noveno libro más importante escrito en el siglo XX. Cercano de algunos clásicos como Viaje al final de la noche, en la sexta posición y Por quién doblan las campanas, de Hemingway, en el octavo lugar.
Existe un museo en Épineuil-le-Fleuriel, Francia, dedicado a este libro y a la historia de su autor. Cuando una obra literaria se convierte en casa, en lugar de culto, tal vez podríamos decir que ha alcanzado verdaderamente el éxito. La gente va a visitarlo, hay personas que cobran un salario por mantener un sitio al que ha dado vida la imaginación de un hombre. ¿No es maravilloso?
La casa escuela de El gran Meaulnes no podía ser otra y la similitud con la que se describe allí tiene una explicación. El padre de Alain-Fournier fue director de ésta y la madre maestra. El nombramiento como director ocurrió en el año 1895, así que el futuro escritor asistió a la escuela primaria allí, antes de continuar sus estudios en el liceo Voltaire de París, en 1898. Así la describe él en la novela:
Otras edificaciones mencionadas por Alain-Fournier en su novela aún existen en la localidad, como son la granja del tío Martín o la casa del notario. El museo realiza diversas exposiciones y conferencias. Precio de entrada 8 euros.
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