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Johannes Vermeer, el de la mancha amarilla en la pared, como dijo Marcel Proust, es el mejor pintor. Debería agregar un complemento a esta frase, por ejemplo: Vermeer es el mejor pintor de ambientes a la luz casi horizontal de una ventana; podríamos incluso especificar una ventana holandesa, de una pequeña claraboya en una pared de Delft. O tal vez si dijera: Vermeer es el mejor pintor del siglo XVII con el complemento de Holanda.
Decir que Vermeer es el mejor pintor de la gente común cuando el grande, el conocido, Rembrandt se ocupaba de pintar por encargo escenas altisonantes o encargaba pinturas para firmar.
En mi opinión casi fanática, considero que nadie como Vermeer le ha hecho esa trampa a la luz para obligarla a mostrar con la imaginación lo que no se puede ver con la mirada. Y si no bastara la mía recordemos la de Proust
Desde el momento en que vi la Vista de Delft, en el museo de La Haya, supe que había visto la pintura más bella del mundo. Y aunque no necesariamente la mejor obra la tenga que hacer el mejor artista, para mí Vermeer es el mejor pintor, digo, ya casi a punto de exorbitar los ojos como quien me lo mostró por primera vez y sin despegar la vista del cuadro musitó con los ojos a punto de saltárseles: Mejor que Miguel Ángel.
Composición de La chica de la Perla de Vermeer y Autorretrato de Rembrandt.
La destrucción de un polvorín en 1654 comenzó la recesión económica de Delft, ciudad que hasta ese momento era próspera gracias al comercio de porcelana. Un accidente cambió el devenir. La cuarta parte de la ciudad quedó destruida por el fuego. Nunca recuperó su paso próspero.
En esa explosión muere Carel Fabritius, supuesto maestro de Johannes Vermeer y seguro discípulo de Rembrandt. Era la época de lo que es conocido en la historia del arte como Escuela de Delft. Un movimiento artístico marcado por la pintura de género, que sin dudas tiene en el protagonista de este texto su más íntimo exponente.
Era el Siglo de las Luces en otra parte del mundo. El arte se iba más a la comedia que a la tragedia y con él la pintura. Se preparaba la Revolución, el mundo de hoy. Lo cotidiano, lo sensual, lo sutil, en lugar de lo altruista, heroico, alegórico.
Johannes Vermeer fue considerado en su tiempo poco más que un hábil artesano. Lo digo no porque lo sepamos a ciencia cierta, sino porque no se sabe mucho. Ser un pintor en el siglo XVII era muy distinto a lo que es hoy. Pintar era un trabajo telúrico, no había exposiciones personales ni crítica especializada. Vendías o no, como el panadero. Si eras un conocido panadero te encargaban el pan desde importantes cocinas.
El geógrafo, cuadro de Vermeer.
Vermeer fue tan desconocido para sus contemporáneos como para nosotros. La burocracia de su Delft se ocupó de dar los únicos datos certeros: una fe de bautizo, un certificado de matrimonio y otro de defunción. Alguna que otra nota en cofradías y registros notariales. No se sabe más, ni siquiera de su técnica pictórica o de dónde sacó eso que hoy los críticos llaman influencia italiana.
Vermeer es solo un nombre, un aliento supuesto detrás de una obra no tan vasta como magistral, unos cuarenta cuadros. Pero qué importa. La autonomía, la capacidad de sostenerse por sí misma es, por tanto, uno de los aspectos más importantes y también subjetivos de su obra. Es una pinacoteca que no necesita del autor. Salvo el nombre, no tiene nada más de él.
Johannes Vermeer no es un enano que pinta en los burdeles de París ni un pendenciero pintor que unta los muros de Italia. El otro aspecto y tal vez el más importante fuera de la jerga de técnicas pictóricas, composición y la luz, esa maldita luz de sus cuadros, es el hecho de que cuando se ve de un tirón la obra de Vermeer parece que estamos viendo escenas de una obra mayor cortada en pedazos.
Son muchos los elementos comunes en el espacio, la misma casa, los mapas que decoran las pareces, los colores, la intensidad de la luz. Hay tanta unidad entre las pinturas de Johannes Vermeer como en los libros de Proust de quien tomé la idea anterior. El escritor francés decía que Vista de Delft era el cuadro más bello del mundo, y la relación entre En busca del tiempo perdido y este pintor holandés va mucho más allá de ese estudio sobre él que Swann se la pasa escribiendo o la conocida escena de la muerte de Bergotte.
Vista de Delft. Johannes Vermeer.
Por fin llegó al Vermeer, que él recordaba más esplendoroso, más diferente de todo lo que conocía, pero en el que ahora, gracias al artículo del crítico, observó por primera vez los pequeños personajes en azul, la arena rosa y, por último, la preciosa materia del pequeño fragmento de pared amarilla. Se le acentuó el mareo; fijaba la mirada en el precioso panelito de pared como un niño en una mariposa amarilla que quiere coger. «Así debiera haber escrito yo -se decía-. Mis últimos libros son demasiado secos, tendría que haberles dado varias capas de color, que mi frase fuera preciosa por ella misma, como ese pequeño panel amarillo» Mientras tanto, se daba cuenta de la gravedad de su mareo. Se le aparecía su propia vida en uno de los platillos de una balanza celestial; en el otro, el fragmento de pared de un amarillo tan bien pintado. Sentía que, imprudentemente, había dado la primera por el segundo.
Como se sabe poco de la vida de este pintor holandés, es muy difícil determinar sus influencias. Una especulación a veces flácida, basada en su obra, lleva a pensar que Vermeer optó por una pintura costumbrista gracias al alza de los precios en el mercado, cosa que se contrapone bastante a su poca producción. Apenas dos cuadros por año, poco para alimentar a sus once hijos.
Se sabe que el padre de Vermeer tenía una especie de hostería frecuentada por artistas, además de algún negocio de compra y venta de arte. La suegra de Vermeer, cómo un personaje clásico de las leyendas, autoritaria y a causa de esos quince embarazos de Catharina -cuatro hijos murieron- es ama y señora del hogar.
Nuestro pintor también participó en la cofradía de San Lucas, y estudió pintura por seis años. Por esos siglos gremiales se necesitaba autorizaciones de este tipo para poder ejercer el oficio. No dejó discípulos ni sus hijos sirvieron a la posteridad en algo conocido. Vermeer no fue Rembrandt, aunque a mí me guste más. Rembrandt creó una escuela que influyó en Vermeer y en toda la pintura holandesa posterior a él. Rembrandt estableció un monopolio estético del que sólo pudo escapar Holanda, o intentó, cuando Van Gogh póstumo hizo acto de presencia.
Pasó mucho tiempo antes que a mediados del siglo XIX el mundo se fijara en aquel tranquilo pintor que salvo un viaje a La Haya, no hay noticias de que por alguna otra razón abandonara su Delft. Su vida doméstica, sus deudas, su esposa, sus hijos. Y los cuadros que luego fueron apareciendo, uno aquí y otro allá.
Muchas de sus pinturas tienen ese cliché de la fotografía moderna: es como si el modelo se sintiera de pronto observado y volteara para ver. El pintor los descubre, los espía, en esos momentos íntimos o tal vez comunes pero solitarios. Hay chicas que leen cartas, coquetas señoritas beben vino con oficiales. Salvo en el cuadro de La callejuela, algo que ni la fotografía moderna se atreve a hacer, o en la Vista de Delft, en esos momentos sutiles y cotidianos se encierra otro de los misterios de la obra de Vermeer, algo que talvez ni él mismo sabía; por ejemplo, en La lechera el espectador se fijará en su rostro entre concentrada y ausente a la vez: en qué piensa esta chica. Saber al menos que piensa y poder especular sobre ello es una maravilla de la luz.
La Lechera (Rijksmuseum). Vermeer.
¿Y qué dicen las cartas? ¿De qué ríe la coqueta muchacha que habla con el oficial? En cada cuadro de Johannes Vermeer hay una duda parecida, como un elemento más en la composición. Una pregunta que atrae y espanta. Si visitan el Rijksmuseum, en una esquina de esa sala donde la gente se agolpa ante el inmenso Rembrandt, ante la Guardia Nocturna, en una esquina que no todos miran y es como otra pequeña mancha amarilla en la pared… Allí en el suelo, cuidado al pisar, pues es probable que esa chica, pensando en sabrá Dios qué mal de amores a punto de olvidar, haya derramado la leche fuera del lienzo.
Lista casi completa de las treinta y cuatro obras que han sobrevivido del artista de Delft. Algunas curiosidades en el camino que han seguido sus pinturas.
Joven tocando una espineta (1670) Nueva York. Colección privada
Fue adquirida por Steve Wynn, un multimillonario de Las Vegas, quien la compró en una subasta el 7 de julio de 2004 en Sotheby's, por 27 millones de dólares, y luego la vendió a una persona que vive en Nueva York. Desde entonces, el trabajo se ha exhibido en exposiciones en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Italia y Francia.
Cristo en casa de Marta y María (1655) Edimburgo. Museo Nacional de Escocia
Dama bebiendo con un caballero (1660) Berlín. Gemäldegalerie de Berlín
Dama con dos caballeros (1659 - 1660) Brunswick, Alemania. Museo Herzog Anton Ulrich
Dama en amarillo escribiendo 1665 Washington Galería Nacional de Arte
Harry Waldron Havemeyer y Horace Havemeyer. Donaron este cuadro a la galería en el año 1692.
Diana y sus compañeras (1656). La Haya. Mauritshuis
No se sabe mucho de esta obra antes de 1866, a partir de ese año estuvo en la colección de Neville Davison Goldsmid. Diez años después su viuda la vendió, junto con otras piezas, a Víctor de Stuers quien compraba para el museo que ahora la posee.
El arte de la pintura (1670 - 1675) Viena. Kunsthistorisches Museum.
Count Jaromir Czernin, miembro de una rancia familia aristocrática checa vendió esta pintura a Hitler por el precio de 1,4 millones de dólares. Luego de que la obra haya sido rescatada de una mina de sal y restituida al gobierno Austriaco, la familia de Czemin ha peleado sin éxito por la restitución. Alegan que la venta a Hitler fue forzada. El gobierno dice que no.
El geógrafo (1668-1669) Fráncfort. Museo Stádel
El astrónomo (1668) París. Museo del Louvre.
En el dorso de esta pintura hay una suástica en tinta negra, clara prueba de que fue tomada por los alemanes de la colección de la familia Rothschild. Fue devuelta a la familia cuando acabó la guerra. La dieron al gobierno francés a cambio del pago de algunos impuestos.
Joven con una flauta (1665 -1670) Washington. Galería Nacional de Arte
Joven con un sombrero rojo (1665 - 1666) Washington. Galería Nacional de Arte
La alegoría de la fe (1670) Nueva York. Museo Metropolitano.
La joven de la perla (1665 - 1670) La Haya. Mauritshuis
Arnoldus Andries des Tombe compró este cuadro en una subasta en 1881 por un precio que hoy serían 30 euros. Eso sí, la comisión fue de cincuenta céntimos. Tal vez sólo él y Victor de Stuers, presente también en aquella subasta, sabían que ese lienzo oscuro, donde apenas se veía el rostro de una joven, había sido pintado por Vermeer.
La lección de música (1662 - 1665) Palacio de Buckingham
Desde 1762 está en la colección real inglesa. Al comprarla creyeron que pertenecía a Frans van Mieris y así se asumío hasta que unos cien años después se descubrió que era un Vermeer.
La lección de música interrumpida (1660) Nueva York. Colección Frick
El coleccionista Henry Clay Frick compró esta obra en 1901 por veintiséis mil dólares. Nadie había pagado tanto hasta ese momento por un cuadro del pintor de Delft. Diez años después Frick volvió a comprar otro cuadro de este pintor (Militar y muchacha riendo). Le costó diez veces más.
La muchacha del collar de perlas (1664) Berlín. Gemäldegalerie
La tasadora de perlas (1662 - 1663) Washington Galería Nacional de Arte.
Una mujer sostiene una balanza. En un principio el cuadro se dio en llamar Muer pesando oro. Estudios con el microscopio determinaron que en los platos de la balanza no hay nada.
Señora junto a una espineta (1670 - 1672) Galería Nacional de Londres.
En la pared al fondo hay dos cuadros. Los expertos en su manía de descubrir cada detalle han asociado estas pinturas a artistas de la época, las han datado y puesto autor.
Militar y muchacha riendo (1657) Nueva York. Colección Frick
En varios cuadros de Vermeer aparecen mapas. Es evidente que le gustaban mucho y hallaba algo estético en ellos. Es cierto que lo tienen. El mapa que hay en la pared del fondo fue publicado por Willem Blaeu en 1621, su título era "Nova et Accurata Totius Hollandiae Westfriesiaeq. Topographia, Descriptore Balthazaro Florentio a Berke[n]rode Batavo" El pintor de Delft debió haber poseído una copia de ese documento.
La dama y la doncella (1667) Nueva York. Colección Frick
Muchacha dormida (1657) Nueva York. Museo Metropolitano.
Mujer con laúd (1664) Nueva York. Museo Metropolitano.
Mujer con una jarra de agua (1660 - 1662) Nueva York. Museo Metropolitano.
Como se puede observar en esta relación Estados Unidos es el país donde más obras de Vermeer se pueden apreciar. La mujer con jarra de agua fue la primera que cruzó el Atlántico.
Mujer sentada tocando la espineta (1670 - 1672) Galería Nacional de Londres.
Retrato de una mujer joven (1665 - 1667) Nueva York. Museo Metropolitano.
Indudable pareja con el cuadro de La joven de La perla. Ambas expresiones y la composición de la obra, el tamaño, el fondo. Tal vez se trata de una de las hijas de Vermeer, y pese a su nombre, para los pintores de su época no era un retrato sino una Tronie, o el estudio de los rasgos de la expresión.
Santa Práxedes (1655) Tokio. Museo Nacional de Arte Occidental.
No fue hasta 2014 cuando las pruebas han concluido que la obra pertenece realmente a Vermeer. Esas dudas hicieron que en el año en cuestión la pintura se vendiera en subasta sólo por 6 millones de libras. Está expuesta en el museo de Tokio gracias a la bondad del propietario anónimo.
La guitarrista (1672) Londres. Kenwood House.
Fue robada el 23 de febrero de 1974. Los captores hicieron dos demandas, en apariencias sin relación entre sí. Pidieron que se entregara un millón de dólares en comida para la isla de Granada, en el Caribe y que las hermanas Marian y Dolours Price que se les permitiera cumplir sus condenas de prisión cerca de sus hogares en Irlanda del Norte. La obra se recuperó el siete de mayo de 1974.
Una dama escribe una carta con su sirvienta (1670 - 1671) Dublín. Galería Nacional de Irlanda.
Ha sido robada en dos ocasiones, en abril de 1974 y el 21 de mayo de 1986.
Vista de Delft (1660 – 1661) La Haya. Mauritshuis.
La lechera (1658 - 1660) Ámsterdam. Rijksmuseum
En 1908 la venta de La lechera llegó al Parlamento. Se tomaron medidas para que el cuadro no fuera a parar, como muchos otros, a manos de algún millonario que lo llevara a Estados Unidos. El estado accedió a comprarlo y así el Rijksmuseum, el museo más importante de Holanda, también tuvo su Vermeer.
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