Oda a Anactoria, de Swinburne

Alejandro Cernuda



La literatura no comenzó al derecho, como suponemos conocerla hoy. La poesía épica se pegó a la tierra para degenerar en la narrativa, más o menos. Pero mucho antes de eso la insipiente lírica gustaba de motivos menos cósmicos que el talón de Aquiles.

En esa época entra Safo, de quien se conserva hoy varios ripios de su obra, un poema completo y un catálogo de chismes. Entre uno de esos fragmentos hay uno que se conoce como Oda a Anactoria, una de sus discípulas, a quien amo mucho y fue separada por el matrimonio de la joven. En concreto Safo trata de definir como lo más bello sobre la oscura tierra. Para muchos son los ejércitos perfectamente alineados, para ella: Anactoria, pero no porque la joven fuera la más bella, sino porque era lo más amado por Safo.

Anactoria se convirtió en motivo poético para otros autores, entre ellos Algernon Charles Swinburne, un poeta de la época victoriana nada de su tiempo.

Sus temas sadomasoquistas, suicidas, lésbicos, ateos y seis o siete demonios más. Por ese camino vivió la fama terrenal de ser la delicia de los estudiantes de su tiempo y la trascendente de ser considerado hoy uno de los mejores poetas de la lengua inglesa, bastante desconocido en español… en fin. Safo y Swinburne coinciden en la obra que a continuación presento.

En el poema Anactoria, Safo expone lo trágico de su amor, en este caso homosexual, pero humano y por tanto parecido a cualquier otro… Y de repente es Safo más que Swinburne y él ya no está. Algo que muy pocas veces se ha logrado en narrativa.

Eco y Narciso. John Williams Waterhouse

Eco y Narciso. John Williams Waterhouse. Museo: The Walker Art Gallery, Liverpool (Reino Unido)

Oda a Anactoria

Mi vida se amarga con tu amor; tus ojos

me ciegan, tus cabellos me queman, tus agudos suspiros

desgarran mi carne y mi espíritu con un con sonido suave,

y  mi sangre se fortalece y abunda en mis venas.

Te ruego que no suspires, no hables, no respires.

Deja que se queme la vida, soñar no es la muerte.

Querría que nos hubiese escondido el mar.

Qué fuego ¿temerás este y no mi deseo?

Cercenará los blancos huesos y la carne rota

y nuestras cenizas caerán cual hojas.

Tu sangre está contra mi sangre; mi dolor

te duele, el labio lastima al labio, vena a vena.

Que la fruta aplaste fruta, la flor a la flor.

El pecho encienda otro pecho y ardan a una hora

¿Por qué vas tras amores huecos? ¿Es tu amor

muy débil para soportar mis manos y mis labios?

Te confío mi vida, Oh, tan dulce es

aplastar amor con tus crueles y perfectos pies;

te encargo alejar tus labios de otros más dulces,

hasta que sean más dulces que mis besos:

así yo no atraeré gaviotas por palomas,

ni a Erina ni a Erotión, hacia mi amor.

Quisiera matarte con mi amor; estoy harta

de verte viva, y mejor preferiría tu muerte.

Querría que la tierra se alimentara de tu cuerpo,

y nadie más que la serpiente te encuentre dulce.

Querría encontrar maneras de asesinarte,

con métodos intensos, dolor exacerbado;

Humillarte con agónicos amores, pasear

la vida por tus labios, dejarla allí para que duela.

Extraer tu alma con suaves dolores para matar,

interludios eternos e infinito malestar;

recaída y renuncia del suspiro,

Tonadas vacías y escalofriantes y mortales semitonos.

Estoy harta de tu verbo y tu suave forma,

De las noches fieras de amor y de sus días,

y de los besos rotos, como salmuera

que los labios trémulos remojan en vino,

y de los ojos más azules, esas escondidas horas,

que el placer colma en llanto y alimenta de flores,

feroces en el centro, con fuego que atraviesa casi,

pero en el blanco, como flor, rodeados de una mancha azul;

el ferviente párpado de abajo, y ese de arriba

alzado por risas o derrocado por amor;

de tu amorosa faja, bella y llena de ti,

y de las huellas de lirio en tu cabello.

Sí, todo tu verbo dulce y tus formas,

el fruto de las noches, la flor de los días,

y agudos labios en que el dulce y tibio néctar

del que nació el amor, hierve como vino,

los ojos insaciables de horas amorosas,

fervientes como el fuego, y suaves como flores,

color de noche, pero atravesados cual esa noche con llamas,

teñidos alrededor cual esa noche de vestidos

azules, de profundos párpados abajo, arriba

sí, toda tu belleza me enferma de amor;

tu faja, ya sin ti y ya no bella,

y los ruines lirios en tu pelo fláccido.

Ah, no pienses por amor; ¿debe ser así,

y ella que ama a su amante no te amará a ti?

Dulce alma, dulce boca de todo lo que ríe y vive,

Mía es ella, sólo mía; y ella perdona.

Pues yo vi en sueños esa luz

de su lugar sagrado en Páfos, y escuché el beso

de alma y cuerpo, mezclados con ansiosas lágrimas

y risas partiendo a través de ojos, de oídos;

vi el amor, la llama ardiente de la corona al pie,

inmortal, sobre su asiento en lo alto;

claros párpados alzados hacia norte y sur,

mente multicolor, y boca

de muchos besos y tonadas; y ella se inclinó,

con todo el sutil rostro fuerte riendo,

se inclinó sobre mí, diciendo, “¿A quién ofendes,

Safo?” pero tú --tu cuerpo es la canción,

tu cuerpo la música; tú eres más que yo,

así mi voz no muera hasta que muera el mundo;

aunque enloquezca al hombre que la oiga, aunque llore el amor,

la naturaleza cambie o la vergüenza sea puesta a dormir.

Ah, ¿me matarás a menos que te bese y mate?

Pero la reina rió, en su corazón dulce, y dijo:

“Incluso ella que vuela seguirá por ti,

y te dará regalos que no tomaría,

y besará aunque no te besaría” sí, bésame

“cuando tú no” ¡cuándo no te besaría!

¿no calman mis canciones a su espíritu?

Ah, lo dulce para mí como la vida le es dulce a la muerte,

¿por qué te llenas de temeroso aliento con su vida?

No, dulce, ¿es ella Dios a solas? ¿Ha hecho

ella la Tierra y todos los siglos del mar,

mostrado al sol cómo viajar, tejido finos

los rayos de luna, derramado rayos celestes como vino,

atado con sus mirtos, azotado con sus barras

a los hombres, las doncellas y los dioses?

¿No tenemos acaso labios para amar, ojos para llorar,

y verano y flor de mujeres y de años?

¿No hay estrellas para el pie de la mañana,

y para el cénit luz, y exaltación lunar;

aguas que contestan aguas, campos que visten

lirios, y languidez del aire Lésbico?

Más allá de los piecillos de palomas ya en el aire,

¿no hay otros dioses para otros amores?

Sí, aunque ella te reclame, dulce, por mi bien,

retoños y no espinas, flores, no sangre, deben romperse.

¡Ah, que mis labios perdieran la melodía, pero estuviesen

presos contra el golpeado retoño de tu pecho reclamado!

¡Ah, que por leche de Musas se me diera a beber

la dulce sangre que de tus heridas ha manado!

¡Que con mi lengua las sintiera, y probara

las vagas hojuelas desde tu vientre hasta el pecho!

¡Que pudiera beber tus venas como vino, y comer

de tu pecho como miel! ¡Que del rostro a los pies

tu cuerpo fuera abolido, consumido, y tu carne

fuera enterrada en mi carne!

¡Ah, ah, tu belleza! Como una bestia muerde,

como serpiente pica, como una flecha hiere.

¡Ah, dulces de nuevo, y siete veces dulces,

los ritmos y las pausas en tus pies!

¡Ah, más dulces que todo sueño o aire veraniego

las trazas fragantes y caídas de tu pelo!

Sí, aunque sus extraños besos me hieran,

más dulces son tus labios que los míos, con toda su canción;

más blancos son tus hombros que un vellón albísimo,

dulces como flores son tus dedos, buenos para lastimar, morder,

como mieles de las celdas más recónditas,

con conchas como almendras y color palo de rosa,

y sangre por retoño violáceo en las puntas

bailando; el dolor se hace perfecto allí en tus labios

por mi bien, cuando te lastime; ¡oh, que resolviera

triturarte hasta la muerte con amor, y morir,

morir de tu dolor y mi deleite, y ser

unida con tu sangre, derretida en ella!

¿Acaso no te llenaría mi muerte demasiado?

¿No te lastimaría perfectamente? ¿No tocaría

tus poros sensoriales con tortura, y encendería

tus ojos con lágrimas cual sangre y luz de duelo?

¿Sacaría la herida de la herida como las notas salen de las notas,

partiría de tu garganta la tenue música del llanto,

tomaría tus miembros, y con ellos haría

una lira de muchas impecables agonías?

¿No te alimentaría con fiebre y hambre y fina sed,

convulsionando con dolor perfecto a tu perfecta boca,

haciendo a tu vida temblar en ti, y renovarse fresca,

estremeciéndote en el alma, dejando atrás la carne?

¿Soy cruel? Pero el amor hace de sus amantes buenos

sabios como el cielo y crueles como diablos.

Yo he hecho para ti más amargo el amor

que la muerte para el hombre;

pero si fuese hecha como él,

quien creó todas las cosas para romperlas luego,

y si mis pies pasaran por estrellas y por soles,

y almas de hombres como él siempre han pasado,

Dios sabe, sería más cruel que Dios.

¿Pues quién trastorna en rezos o con gracias

la crueldad misteriosa de las cosas?

¿O di, qué Dios sobre otros dioses y años,

con ofrendas y sacrificios sanguinarios de lamentos,

con llantos de tierras extrañas, de tumbas

donde la serpiente se alimenta de las bocas heridas de esclavos,

de prisiones, y de las proas de las naves naufragadas

a través de la fogosa espuma en los labios del mar, que van cerrando

con figuras raras, destruidas, y el cabello volátil

del cometa, desolando el vil aire,

cuando la oscuridad se cierra con sellos y barras,

y la repugnancia fiera de estrellas desastrosas,

eclipse, y el sonido de colinas sacudidas, y alas

oscurecidas, y ciegas cosas imposibles de expiar

con la pena de lunas, y la luz alterante

y la marcha de los planetas de la noche,

y el llanto de las siete Pléyades cansadas,

alimenta la lujuria muda y melancólica del cielo?

¿No es su incienso amargo, y su carne

es asesina? ¿No hemos conocido el hambre,

su cara oculta, su pie de hierro, y no las ha sentido

amenazar, romper, las cosas cada día que pasa?

¿No nos ha mandado el hambre? ¿Quién ha maldecido

al espíritu y la carne con ambiciones? ¿Quién ha llenado

de sed los labios de quienes lloran? ¿Quién hizo

grande la voluntad ferviente, quedando corto el frágil acto,

hizo al espíritu hundirse y a la carne anhelar,

al dolor animar el polvo del deseo pasado,

y a la vida entregar su flor ante el destino fuerte?

A él quisiera ir, a él insultar, a él degradar,

perforar los fríos labios de Dios con aire humano,

y aunar su inmortalidad con muerte.

¿Por qué nos hizo? ¿Qué le hemos hecho

para merecer la vida odiando al sol estéril,

y con la luna desgastarnos mientras ella mengua,

pulso a pulso sintiendo al tiempo en nuestras venas?

A ti también te cubrirán los años; serás como

la rosa nacida de tu misma sangre,

como canción cantada, como palabra dicha, caerás

como las flores y ya no serás nada en absoluto,

ya ningún sitio cuidará de tu memoria;

pues nunca musa alguna ha engarzado en tu cabello

la alta flor Piereacuyo injerto excede

a todo parentesco con la mortal rosa de verano

y al color de días desidiosos, ni le ha dado

reflejos y rubores celestiales a tu rostro,

ni ha pintado tu cara, pálida con la ruina de las flores

con rojas sombras de esa hoja sagrada.

Sí, serás olvidada como vino derramado,

a no ser que los besos de mis labios en los tuyos

los hagan inmortales; pero

los hombres no verán ardiente fuego, no oirán el mar,

no mezclarán sus corazones con canciones,

ni observarán caer desde el cielo con pies de rudo oro

y desplumadas alas que hacen cegar al viento,

al rayo, con trueno para un can, detrás,

cazando en campos descuidados, sin sembrar

Pero en la luz y la risa, en el gemido

y en la melodía, teniendo labios, manos

y el calofrío de aguas que hacen sentir en tierra

ese desmesurado parpadeo de los mares,

memorias se mezclarán con metáforas de mí.

Igual a mí será la calma temblorosa de la noche,

cuando todos los vientos del universo, por puro gusto,

cierren tus labios trémulos y doblen tus alas dolorosas;

cuando los ruiseñores hagan ruido por el bien del amor,

y las hojas tiemblen como cuerdas de laúd o como fuego;

como yo será la estrella que desmaya de deseo

aun en los fríos labios de la luna insomne,

cual yo en los tuyos; como yo será la blanca tarde

quemada a través con luz de sol ceniza; y como yo

la corriente del lecho y la marea de los océanos.

Estoy enferma de tiempo cual tú éstas de su flujo,

y por el anhelo de mis venas sé el anhelante

sonido de las aguas; y mis ojos queman

como ese fuego sin rayo que llena los cielos

con estrellas confundidas y cosas alumbrantes de llama;

y en mi corazón la pena que las consume

trabaja, y en mis venas la sed de éstas,

y toda la labor veraniega de los árboles

y la enfermedad de invierno; y la tierra,

colmada de mortales oficios de muerte y vida,

adolorida con hambrientas lujurias de vida y muerta,

tiene dolor como este mío en su aliento partido;

su primavera ya no tiene hojas, y su fruta

es ceniza; sus ramas van cansadas, y su raíz

fibrosa y carcomida de veneno; y bajo ella

serpientes la han atravesado con dientes tortuosos,

punteagudos con la osamenta de los muertos,

y los pájaros salvajes hieren sus miembros allá arriba.

Éstas, tejidas para vestir para su palabra y su pensar,

 las ha hecho Dios, y a mí con ellas, y forjó

la canción para encenderla en mis labios; y yo

no seré comida por la tierra que se alimenta de ti.

Como una lágrima caída, caerás; pero yo,

Lo, quizá la tierra trabaje, los hombres vivan mucho

y mueran. los años y los astros cambien, y el alto Dios diseñe

nuevas cosas, mientras las viejas menguan en sus ojos,

él que las levanta y tira, siendo más fuerte que ellas—

pero, habiéndome creado, a mí no va a matarme.

Ni a matar ni a saciarme, como a esos rebaños suyos

que ríen y viven un poco, y cuyos besos

conforman, y sus amores son fugaces, dulces,

y la muerte segura los atrapa con pies lentos,

aunque se amen u odien, anhelen o se hinquen

todos ellos terminan; y él manda sobre ellos.

Sí, pero aunque me matara, odiándome

aunque me escondiera en el profundo amado mar

y me cubriera con espuma fresca y leve, y saque

mi alma como la de cualquier otro,

y me dé agua y grandes olas dulces, y haga

al nombre del mar más sagrado por mi ser,

el mar entero más dulce— aunque muriera en realidad

y me escondiera, durmiente, sin atender a nadie,

de mí el gran Dios no tendrá lo que quiere.

Retoño de ramas, y en cada alta colina el aire claro,

el viento, feroces ruidos de los ruiseñores fieros

abajo en los clamorosos valles,

capullos ardiendo en pronta primavera como fuego,

la blanca arena limpia y el deseo huero de las olas,

velas como flores sopladas hacia el mar, palabras

que traen raudo llanto, y largas notas de aves

que cantan con violencia hasta que el mundo cante—

Yo, Safo, seré una con todas esas cosas,

todas las cosas altas, por siempre; y mi rostro

visto una vez, mis canciones oídas en lugares remotos,

se adherirán a la vida de los hombres, y les harán

pasar sus días alegres, o muy tristes, con amor eterno.

Así es, dirán, el vientre de la tierra ha traído en vano

cosas nuevas, y nunca esta cosa, la mejor, de nuevo;

ha traído días y hombres, traído frutas y guerras y vinos,

estaciones y canciones, pero ni una como las mías.

Y me conocerán como me han conocido aquí,

el año que amé a Atis, y éste que te amo a ti;

y todos me alabarán, diciendo “Ella tiene

al tiempo entero como nosotros tenemos nuestro día,

¿acaso no vivirá y hará su voluntad?” ¿hasta yo?

Sí, aunque murieras, yo digo que no moriré.

Pues ellos me compartirán sus almas, me darán

vida, y los días y amores con que vivo

me harán llena de cariño, llena de aliento,

me salvarán y servirán, y añorarán en muerte.

Ay, que ni la luna ni la nieve ni el rocío

ni cualquier cosa fría me purifique,

que no me alivie ni mitigue ni tranquilice,

hasta que el sueño eterno me conceda la paz no sanguínea;

hasta que el tiempo se derrita por completo;

hasta que el destino deshaga los nudos divinos,

y riegue, apagando y saciándome por siempre,

lotos y el Lete en mis labios cual rocío,

y esparza alrededor, debajo y sobre mí

la oscuridad y al inaccesible mar.

Camino al infierno
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