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No se sabe ya si la historia contada por Homero es cierta o no; si Penélope demoró la costura en espera de su ínclito esposo o por la ausencia de un afilador ambulante de tijeras y cuchillos. Lo que sí es seguro es que debió en algún momento esperarlos a ambos con la misma ansiedad. Por más de tres años los habitantes de Galicia hicieron famoso en ambos continentes esa melodía de flauta de Pan o siringa.
La misma canción se escuchó y aún, en la Madre Patria y en América Latina. Un sonido de bajo a agudo y viceversa. Lo curioso del caso no es el oficio en sí, propio de una época en que habitaba cada casa una costurera y se compraba la tela en lugar de la ropa Prêt-à-porter, sino que el anunciante usara un mismo método en regiones tan distantes.
No sólo el de marras. Los oficios ambulantes han desaparecido: zapateros, veterinarios, médicos, herreros, vendedores de lotería, buhoneros, recaudadores de impuestos, predicadores, maestros ambulantes, cerretas de prostitutas, cristaleros, comadronas; queda alguna que otra viejecita con pinta de gitana. Todos convertidos cuando más en recaderos y entregadores de publicidad.
Afilador ambulante de tijeras y cuchillos en La Habana.
Hoy que el Ayuntamiento de Madrid nombra expertos para dictaminar si los músicos callejeros tienen la suficiente calidad para ocupar espacios públicos, yo me acuerdo de los afiladores ambulantes de tijeras y cuchillos, pero todo ha cambiado. Se necesita saber el ángulo exacto, a prueba de láser, para cada arma blanca, cada pérfido. Tal vez no se afilen tijeras por Internet, pero sí hay uno que otro curso en Youtube para aprenderlo a hacer.
Monumento al afilador de tijeras y cuchillos en Orense.
El afilador ambulante que conocemos; sin embargo, no nace de un arquetipo español. En el siglo XVI, un ejército de oficiosos manitas y artesanos franceses invadió gran parte de España, tal vez de ellos aprendieron los gallegos de Orense el oficio. Eran tiempos de gremios y los gallegos lo hicieron con todas las de la ley, crearon el ballarete, que fue la jerga hablada por los afiladores ambulantes y los paragüeros, hoy casi desaparecida, como el oficio, así como la popularización de la flauta de Pan para anunciarse. Sus periplos podían demorar varios meses y solían recorrer de una manera más o menos organizada toda la península.
El carro con la piedra de afilar también cambió con el tiempo. Aún en diversos lugares de América Latina se puede observar el carro, como una carriola de rueda grande con el envase para el agua –al menos yo la recuerdo- que luego fue sustituida por la bicicleta y más tarde ésta por la moto.
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