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Los bloomers o blúmers –en Cuba decimos así- se convirtieron en un alivio y a la vez un desafío. Denominamos con este sustantivo de clara raíz anglosajona a la ropa interior de mujer; pero lo que usan las mujeres y que en la mayoría de las ocasiones es lo mejor que les queda, sólo se llama bloomers en una pequeña región del mundo, fuera de ahí son bragas, calzones, pantaletas, y Dios sabe cuántas acepciones más.
Este viejo conflicto semántico y sensual se resuelve de dos maneras en la literatura. O escribe Vargas Llosa calzoncitos, como en Los cuadernos de Rigoberto, y lo acepta toda la comunidad hispánica, o le permites a los editores que escriban un libro para cada país –con mucha suerte- y que a ti te va a sonar tan soso como lo es la palabra bragas.
Los bloomers –no los de quitar, sino los de escribir- son parte de un conflicto mayor a la hora de nombrar algunos objetos en nuestro castellano tan llevado y traído de América al Viejo Continente. Por ejemplo: en la Cuba literaria no se ha encontrado una forma exacta de escribir sobre los autos, porque este término es demasiado formal –nadie les dice así- y los usados en el lenguaje cotidiano padecen de anfibología.
En la isla de las Antillas un coche siempre va tirado por un caballo, es lo que en España se llama un carromato. Le decimos máquina a los autos, pero la palabra máquina comprende un sinnúmero de artilugios, que van desde la de afeitar hasta la de enchapar botellas. La única solución plausible es nombrar los autos por las marcas, lo que en Cuba –primer país en el mundo en tener rodando autos viejos- suele ser muy pintoresco para el lector extranjero –ya suele serlo menos.
Los nombres de las cosas sufrieron una revolución con el comercio. La metonimia se convirtió en la “bien pagá” de las figuras retóricas. Nombrar los objetos por la marca es una victoria en esta era moderna de posicionamiento en la escala del marketing, la gente compra más Guillete si se acostumbra a escuchar: Oye, chico, pásate por el súper y tráeme una Guillete. Así pensé había sucedido con los bloomers –pensé que era una marca victoriosa en la puja por los nombres de las cosas. Pensé así antes de aquel día en que descubrí la historia de Amelia Jenks Bloomer, su historia y el error de muchos al considerarla sólo una mujer empecinada en cambiar la moda victoriana de las mujeres de su época.
Amelia Bloomer y la ropa interior de mujer en la prensa.
Amelia Jenks Bloomer nació el 27 de mayo de 1818 en esa pequeña ciudad que, gracias a la parte amable de los nombres de las cosas, le debe el suyo al poeta de la Ilíada: en Homer, Nueva York. Tras dos años de estudios se casó a los 22 con el abogado norteamericano Dexter Bloomer, un quacker de ideas progresivas, quien la animó a escribir para un pequeño periódico de su propiedad: The Seneca Falls Courier, así como a colaborar por los derechos de la mujer: sufragio, mayores posibilidades de educación, reformas del contrato de matrimonio, etc. En 1948 participó en la Convención de Seneca Falls (primera en la que se trató el derecho de la mujer en todos los aspectos sociales)
The Lily, su periódico, vio la luz en 1849. Primer periódico poseído, editado y escrito por una mujer. Dedicado por completo a todos los temas que interesan a la mujer, y con sabiduría. Desde la moda o la cocina hasta la defensa de todos sus derechos.
En 1850 Amelia Bloomer, en este mismo periódico –tenía una tirada de dos veces a la semana-, presentó una prenda de vestir para “mujeres activas”, inspirado en la vestimenta turca. Sus pantalones para mujeres no fueron bien recibidos, ni siquiera por las chicas de su época. En un principio los famosos “bloomers” fueron un fracaso. Esta prenda de vestir para mujeres es –o era, antes de la revolución de los nombres de las cosas- una enagua ancha que se estrechan en los tobillos –vamos, que todos sabemos cómo vestían los turcos-; sobre ellas se usaba una falda más corta y no la común vestimenta victoriana de la época.
Un poco después las mujeres comenzaron a usar los bloomers. Unas convencidas de que eran más cómodos y hermosos –algo discutible-, otras por esnobismo, y el grupo más importante como medio de protestar a favor de los derechos de la mujer. Sin embargo, este grupo de feminista se vio atacado por la prensa donde más dolía a la mujer de esa época: en el ridículo; entonces fueron ellas las primeras en “quitarse los bloomers” porque la lucha se había ido a la forma de vestir y no a los aspectos esenciales de su estrategia.
Hubo un tiempo incluso en que a muchas feministas se les conoció como las bloomers, más que a la pieza de vestir en sí. Entonces este pantalón turco para damas estuvo a punto de desaparecer, y así habría sido si otro invento más revolucionario aún no le hubiera echado una mano: La bicicleta, quien le cambió la funcionalidad y por tanto el significado.
Bloomers en la sombra
Amelia Bloomer vendió su periódico The Lily y se mudó a Iowa con su marido, donde continuó su lucha por los derechos de la mujer. Murió el 31 de diciembre de 1894. No tengo idea de cómo este término llegó a Cuba, ni de su camino entre el pantalón bombacho original y la prenda interior larga que se conoce por el nombre en otros países de Latinoamérica, hasta convertirse en el término general de cualquier cosa que usen las cubanas como ropa de última frontera (claro que en la isla también hay otros nombres específicos, no vayan a creer que también carecemos de eso).
Sólo sé que luego de escribir de sobre las prendas de vestir para mujeres es más fácil seguir adelante y darle las gracias a Amelia por los nombres de las cosas. Pedirles a las mujeres de este mundo que usen bloomers con la dignidad que merece esa señora.
Y responderle por fin a aquella española que un día me dijo: ¿(Las) bloomers? eso parece el nombre de un grupo musical, de una orquesta de mujeres. Y decirle que bragas necesita del diminutivo para sobrevivir en algunas situaciones y por tanto no es una palabra a todas, pero consuelo, pues los hay peores… Aunque bragas tiene su raíz en la lengua celta y al principio era una palabra andrógina, ya no es así en castellano… Esos idiomas que no voy a mencionar y cometen la aberración lingüística de nombrar con la misma palabra la prenda interior femenina y masculina. Eso sí es un problema para los poetas.
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