Ferney Voltaire, la ciudad del filósofo

Alejandro Cernuda

Cuando Voltaire llegó a Ferney, pequeña localidad, hoy francesa, en la frontera con Suiza, el filósofo había acumulado el prestigio suficiente como para que ese caserío, de no más de cien almas, se resintiera hasta las raíces. Lo que hasta ese momento (1755) no existía siquiera en los mapas, se convirtió durante 18 años en el centro de muchos debates filosóficos y en el lugar donde se estrenaron obras que luego tuvieron fama mundial. Tanto fue así, que al abandonarlo Voltaire para volver a París –quizá como esas aves que presienten la muerte y vuelven a donde han nacido- Ferney contaba ya con más de mil habitantes. Ya estaba en los mapas.

Estatua Voltaire.

Estatua de Voltaire en la ciudad.

Se conoce que desde el siglo XIV el pueblo se llamaba Fernex. Al llegar Voltaire, sin embargo, cambió la “X” por la “Y” según él, por la cacofonía geográfica, pues el nombre de muchos pueblos en el entorno terminaba en la misma letra. Cuando un hombre de prestigio se refugia en una localidad pequeña y alejada, tal vez para dar ánimos a la pluma, meditar, o escaparse del bullicio y otros contratiempos, es muy probable que la historia marque un guiño al lugar relacionado con el la escritura de un texto, una tarja y la vanidosa memoria de los historiadores locales. Pero esas cosas no podían ocurrir con Voltaire. Sin su presencia en el lugar, Ferney aún fuera una aldea de frontera. Y no fue su fama solamente lo que propició el crecimiento, sino su acción ejecutiva.

Conocido como el patriarca de la ciudad, aquellos dieciocho años bastaron a Voltaire –quien arremetió muchas veces contra la religión- para construir una iglesia. Fundó industrias de artesanía local que hoy se encuentran entre las más prestigiosas de Francia: cerámica y relojería, por ejemplo. Intervino en la vida pública. Construyó varias casas. Y por supuesto, el teatro, si bien fue el objetivo principal que tuvo Voltaire al mudarse a Ferney, pues en Ginebra, donde vivió los dos años anteriores, la sociedad calvinista era un impedimento fuerte para el desarrollo de las artes escénicas. Por la proximidad con esa ciudad Suiza, Voltaire vio la posibilidad de convertir a Ferney, en la frontera francesa, en una meca del teatro para los acaudalados habitantes de Ginebra.

El tiempo ha pasado y la ciudad de Ferney-Voltaire –se le adicionó el nombre del filósofo en 1878-, tiene hoy de unos 8 000 habitantes. Se sigue aprovechando de la vecindad con Ginebra, además del aura dejada por su patriarca.

Su casa allí es un museo muy visitado. Hay restaurantes que gozan del prestigio de los ginebrinos y el famoso mercado de los sábados. Se encuentra además –curioso- el mayor laboratorio, a nivel mundial, para el estudio de la física de partículas. La novela de Fréderic Lenormand, La joven y el filósofo, está ambientada en Ferney y en los años vividos allí por Voltaire.

Arribo y obras de Voltarire en Ferney

En 1753 Voltaire tuvo una pelea con su casero, el rey Federico II de Prusia. El filósofo se vio obligado a mudarse. Luego de fijar su residencia por algún tiempo en Lausana compró el señorío de Ferney en el año 1759, tenía 64 años. De su vida en esta localidad Voltaire dijo: “después de vivir en casa de los reyes, he decidido ser el rey en mi casa”. Cuando el filósofo compró el señorío y se estableció en la casa que hoy es museo y que se iba a convertir en el primer sitio dedicado al filósofo tras su muerte, no había más de 200 habitantes en la zona. Gente sencilla y tranquila.

La situación geográfica le permitió estar a medio camino entre Francia y Suiza. Luego encontró otras ventajas. Sus ideas revolucionarias no encontraron demasiados opositores. Era un sabio, una persona respetada en toda Europa. Con eso bastaba. Su pasión por el teatro no se vio cortada por prejuicios de protestantes, como sí pasó en Lausana. El teatro de Ferney, construido en 1776 y del que el mismo filósofo no se cortaba para decir que era el más bello que había en provincias.

Ferney Voltaire. Vista aérea.

Vista aérea de la ciudad de Ferney Voltaire.

Voltarie colocó su estudio en el ala derecha del castillo. Allí escribió su Diccionario filosófico y su Tratado de la tolerancia. En Ferney, lejos del mundo, se dieron cita muchas personalidades célebres de Europa. Fuera del espacio del castillo la vida crece a la par. Aquéllos que no conseguían naturalizarse en Suiza encontraban una oportunidad de Ferney. Voltaire ayuda a todo el mundo, se asocia con artesanos. Pronto hay una fábrica de cerámica, una curtiduría, una sedería. Él mismo gusta a veces de trabajar con sus propias manos. Confiesa en sus cartas que se convirtió durante su estancia en el pueblo en carpintero y albañil.

Tras la muerte del filósofo Catalina II de Rusia tuvo la idea de hacer una copia del castillo de Ferney en el parque de Tsarkoïe Selo. También compró la biblioteca que el filósofo había dejado. Hoy sus documentos se encuentran entre la biblioteca nacional de Rusia y el museo del Ermitage, en San Petersburgo.

Grabado de Voltaire.

Voltaire en un grabado de la época.

Catalina II también fue una gran mecenas para otro grande de la filosofía francesa. En 1761 Denis Diderot pasaba por apuros financieros y, preocupado por el futuro de su hijo de 8 años, pensó en vender su biblioteca. La reina de Rusia no sólo compró sus libros, permitió al filósofo hacer uso de ellos mientras viviera. Para que todo fuera legal nombró a Diderot bibliotecario y para evitar cualquier demora en las mensualidades, le pagó cincuenta años por adelantado. Este gran aliciente financiero permitió a Diderot continuar con la elaboración de La Enciclopedia, libro monumental que ya se había llevado casi veinte años de su vida.

Bajo la luz del vitral
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