Foto de Stéphane Breitwieser, un ladrón de arte.
Para muchos Stéphane Breitwieser ostenta el récord de ser quien ha robado más obras de arte en el mundo y también el ladrón solitario que más dinero pudo haber obtenido mediante el robo. Nos resultan increíbles sus métodos nada sofisticados y que sólo la casualidad haya permitido capturarlo. Si su historia es del todo cierta, también podríamos considerarlo el ladrón más ocupado del mundo.Se publicó en 2006 el libro de Stéphane Breitwieser. La obra y su misma fama son un producto del postmodernismo, donde como hemos dicho no es necesario hacer el bien, sino defender lo que se hace. Seis años robando cuadros en lo que es quizá récord; y como es debido, unos cuantos meses en la cárcel para escribir el catálogo de sus ardides. Un libro –Confesiones de un ladrón de Arte-, que recuerda al Papillon de del Henri Charrière.
La historia comienza a develarse en 2001. En el punto de partida elegido por el autor Stéphane Breitwieser se encontraba visitando el museo Richard Wagner, de Lucena. Dos días antes había cometido la fechoría de robar un clarinete del siglo XVII, valorado en cuarenta y siete mil euros. Según él mismo confiesa, había repetido la operación de estudiar una obra y robarla unas 230 veces en varios museos de Europa. Un trabajo ininterrumpido de siete duros años.
Esa tarde de 2001 parece no haberlo acompañado la misma suerte o tal vez el sentido común. Cometió el error más conocido de la literatura criminal: volvió al lugar de los hechos.
Sucedió que un periodista –con perro- se encontraba en los jardines del museo. Notó que aquel joven de ancho abrigo se tomaba demasiadas precauciones para entrar al museo y tuvo el tino y la suerte de avisarle al mismo guardia que dos días antes dijo haber reconocido al ladrón. Conclusiones. Dieron parte a la policía, El joven fue a la cárcel y al perro –no sé por qué- le entregaron una cuota alimenticia de por vida.
La estrategia seguida para robar, según confiesa Stéphane Breitwieser en su libro, era harto sencilla. Buscaba trabajo de camarero en el entorno de su presa. Mientras Anne-Catherine Kleinklauss, su novia de entonces, vigilaba, nuestro héroe se hacía de las obras. Algo así sólo funciona en museos pequeños, galerías privadas, exposiciones itinerantes, etc…, confiesa el afamado ladrón.
Al sentir el peso de la justicia, la madre del ladrón, Mireille Breitwieser, destruyó algunos cuadros antes de tirarlos a un pozo y al canal, junto con otros objetos de valor.
Entre los cuadros robados había obras de Pieter Brueghel el Joven, Watteau, Teniers, Lucas Cranach, etc. Un paquete valorado en más de mil millones de euros. La astucia de este ladrón ha puesto récord, no sólo en la cantidad de robos; sino que también en la cantidad de obras destruidas. La mayoría se logró recuperar, aunque de algunos no ha dado noticia Stéphane Breitwieser, y otros, como el de la figura de abajo, no se volverán a ver jamás.
Acuarela de murciélago. Obra de Alberto Durero, creada en 1522, formó parte de la colección de Stéphane Breitwieser.
El juicio tomó unos tres años. La defensa se empeñó en probar el desequilibrio mental, casi de valor artístico de un joven que no pretendió nunca enriquecerse con sus latrocinios. Nunca se pudo demostrar que vendiera algún objeto. Es cleptomanía cultural el nombre de su padecimiento. Es un coleccionista obsesivo que no ha tenido dinero para satisfacer su pasíon, alegó el abogado. Como su padre, que también había sido coleccionista de armas.
Para quienes se preguntan por qué su captura demoró tanto tiempo. Los especialistas y criminólogos lo tienen claro. la cleptomanía cultural no hace pasar las obras robadas por el mercado, que es el sitio donde casi siempre se cierran los casos y se atrapan a los malos.
Aún se pudo demostrar que Stéphane Breitwieser logró restaurar, aunque no siempre con éxito pero sí con entusiasmo, algunos de sus tesoros. Así lo confesó también a los periodistas cuando por fin permitieron hacerle alguna entrevista en la prisión de Suiza. En 1994 se había parado frente a una antigua pistola en el museo de Amis de Thann, Francia. El corazón se le aceleró y se pregutó: ¿Que me detiene de hacerlo? Cuenta que esa noche no durmió. Estuvo todo el tiempo acariciando la madera de mango del arma y limpiando de óxido el metal. Había comenzado su historia.
Escultura de Adán y Eva en marfil, del escultor alemán Georg Petel (1602 -1635). Robado de la casa museo de Rubens en Amberes.
La psicología compleja de este ladrón de arte lo obliga a no calcular el riesgo en función del dinero. Su proceder está sujeto a un régimen más abstracto. No roba por dinero, Jamás se llevó un objeto que no parecía sugerirse a sí mismo.
Sibila de Clévelis, de Lucas Cranach el joven. Tal vez la obra de más valor monetario robada por Stéphane Breitwieser. Su precio aproximado se calcula en unos 4.5 millones.
Stéphane Breitwieser solía entrar varias veces a los museos antes de robar. Tenía la experiencia necesaria para comprender las rotaciones de los funcionarios de seguridad, las horas de menos público, las cámaras falsas, los las esquinas sin seguridad, los ángulos de visión de las cámaras.
Los desconcertantes métodos de este ladrón de arte le proporcionaron objetos que a simple vista no entendemos cómo se pueden sacar por la puerta de un museo. Se llevó un violín, una espada de caza, esculturas de pequeño tamaño. Maletines de médico con material quirúrgico para trepanaciones de cráneo, una alabarda, relojes, pinturas. Tantos objetos que tampoco se le puede quitar el mérito a la pobre vieja que tuvo la fuerza para echarlos al río.
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