En Cómpeta con Patrick. Viaje por la sierra de Málaga

Alejandro Cernuda

Todos conocen a Patrick en Cómpeta. Es uno de los casi tres mil extranjeros (la mayoría ingleses) que viven en el pueblo y sus alrededores. Me dijo que era un buscavidas y lo invité a nuestra mesa.

Echamos a un lado los platos, la botella de vino del lugar, y nuestra mesa se convirtió en su oficina. Vinieron norteamericanos e irlandeses en busca de información ¿Qué se necesita para ir caminando entre las montañas a Granada? pregunta uno ¿Cómo saco el coche del aparcamiento cerrado a causa de la procesión? quiere saber el gringo rosado.

Patrick es guía de turismo, albañil, consejero legal, ayuda a los campesinos, mesero si hace falta, el principal usuario de la máquina tragamonedas y recolector de frutas quedadas en el campo. Cómpeta, por otra parte, fue un pueblo típico de la Axarquía, del que no se logra saber mucho a simple vista. Contaminado por el turismo, a la vera de la montaña, como una mancha blanca en el amplio espacio de una falda preñada de casas aquí y allá. 

Patrick es un buen tío, dice la camarera. Siempre está en la terraza de “El Perico”, y añade que el pueblo le debe su economía a los ingleses. Ya en la oficina de turismo nos habían advertido con cierto orgullo. El pueblo en la montaña, donde es difícil llegar, carga treinta y cuatro nacionalidades; pero cuando las ciudades de Europa se quejan del Tercer Mundo que les crece en los barrios, Cómpeta (El cruce de caminos de los antiguos romanos, eso significa su nombre) se ufana de ver cómo emigran a él viejecillos solventes en busca de refugio.  

Cómpeta. Andalucía.

Vista de Cómpeta. Andalucía.

Desde Cómpeta se puede ver el mar, nos dice la señora que nos vende un jabón de marihuana. Y si uno está de suerte, añade, la vista llega hasta el peñón de Gibraltar. Nos perdemos en sus calles estrechas, difíciles, las gitanillas en macetas nos tocan la camisa. El monte Maroma nos vela, imponente, y yo imagino lo bien que se verá en invierno su cima nevada. Cómpeta fue el pueblo de la seda y hoy lo es de la vid de moscatel, su noche del vino, cada quince de agosto, es conocida en toda la comarca. En sus paredes andan las obras de José Antonio Rivas Fernández, quien nació allí y luego se fue a pintar en Bailén.  

Patrick nos explica su historia, mezclada con las cosas de Cómpeta. Cuidado con el vino dulce, advierte. Es engañoso y nos muestra su cerveza, a quien conoce bien. Nos dice que vivió muchos años aquí y luego se fue con una mujer a Borgoña; pero hace dieciocho meses volvió. Otro extranjero se acerca a preguntar.

¿Crucificarán también hoy al Cristo en la procesión? Patrick responde y luego se vuelve a nosotros, bromea: El ayuntamiento debería pagarme un sueldo. La sombra mudéjar de la torre de la Asunción nos dice que es tarde. Las camareras de El Perico recogen las sombrillas. El turismo amaina. Patrick se despide de nosotros, cambia de oficina. Nos vamos sin quererlo de la sierra de Almijara, a donde el mar nos espera. 

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