Cuando se juntaron los cabreros y pastores que iban al entierro de Grisóstomo, Vivaldo le pregunta a don Quijote si no es menester de caballero andante dedicar sus obras a una dama.
El Quijote hace una gran exposición, entonces, de las virtudes de Dulcinea, pero empecinado en saber su linaje, Vivaldo vuelve sobre el asunto. Nuestro loco fundamental nombra entonces varios apellidos hasta llegar a la conclusión de que ese: Del Toboso, que lleva su amada, aún no es conocido pero lo será. Vivaldo dice entonces:
Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha (Miguel de Cervantes). Así como los españoles son conocidos como gallegos en gran parte de Latinoamérica, en ciertas regiones de México el apelativo Cachupín (Chachopin, Gachupín) se usa como nombre despectivo de los habitantes de La Madre Patria.
Laredo, cuna de este linaje, es una pequeña ciudad en el norte de Cantabria, España. Hoy es conocida por su playa y arquitectura, fue en los tiempos de la conquista lugar desde donde partieron muchos hacia el poniente. La familia Cachupín, hoy extinta –pese a que en su escudo reza: Primero caerán robles y encinas- fue una de las de más alto linaje en tierras propias de mayorazgos e hidalguías.
La historia del apelativo –o su popularidad- está quizá relacionada con un antiguo miembro de esta familia, Tomás Vélez Cachupín, quien fue gobernador de Nuevo México y fundador de Nuevo Laredo, cuentan los anales, sin embargo, de su labor pacificadora con los aborígenes norteamericanos. Nada real para tanto rencor en una palabra, aunque luego se verá que esto no es importante.
Plaza Cachupín, en Laredo. España.
En ocasiones se confunde la popularidad de un término con su origen, pero a veces no tienen relación alguna. Basta haber vivido para juzgar los caminos de la lengua. Al parecer el término se usaba antes de 1749, época en que Tomás Vélez Cachupín toma posesión por primera vez de su cargo de gobernador de Nuevo México, y si bien es cierto que otros cachupines debieron haber venido antes de la famosa Cantabria, también es real el parecido entre cactzopini que en nahual significa zapato puntiagudo –nada más apropiado para nombrar las espuelas- y la palabra gachupín. Así que filólogos terminarán coincidiendo en que el origen o mejor, la popularidad, de un término –con preferencia despectivo- está en la musicalidad, en una coincidencia sonora que pegó en ambas culturas.
Cachupín y sus derivaciones han tenido un amplio uso en la literatura. Pese a lo despectivo de la palabra nadie la popularizó más que un español de cafés y lengua brava –más manco que el nombrado en el primer párrafo-, Valle-Inclán dice en Tirano Banderas: La fila de gachupines asintió con murmullos: Unos eran toscos, encendidos y fuertes: Otros tenían la expresión cavilosa y hepática de los tenderos viejos: Otros, enjoyados y panzudos, exudaban zurda pedancia. A todos ponía un acento de familia el embarazo de las manos con guantes. Tirano Banderas masculló estudiadas cláusulas de dómine:
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