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El Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, en sus ya cumplidos 22 años, ha sido un surtidor de sorpresas, gratas en su mayoría, para los lectores. De esta manera en más de una ocasión libros insospechados y autores hasta el momento velados han saltado a la primera fila de la literatura nacional a partir de ganar este concurso.
Cuando me dieron la noticia sentí el frío de un puñal que se clavaba en mis entrañas: Ganó un chiquito ahí. No me acuerdo el nombre. Es de Cienfuegos. Lo único que dice su currículo es que pasó el taller del Chino. ¡Otro más!
Todo el mundo anuncia cuando gana un premio literario, pero nadie dice cuando no lo gana. Mucho menos, alguien cuenta lo que siente cuando te enteras que un Yunieski cualquiera ha echado en su jaba curricular el premio al que aspirabas. Se siente, al menos, una sensación desabrida en el estómago, un ligero mareíto y cierto deseo de leer inmediatamente ese libro, seguramente inferior al tuyo, que el jurado equivocada o intencionalmente, eso depende de la composición del tribunal y de sus humores, se atrevió a premiar. Esa vez tenían que haberse equivocado. En el jurado estaba un gran amigo, otro que siempre he conocido como persona buena y justa y un tercero que no mancharía su reputación con una acción innoble en un premio de provincia.
El primero en hablar de Enamorarse de Ana fue mi amigo Mario Brito. Él, además de enamorarse de la novela, se había enamorado del autor. Mario me contó de la solidez de la historia que narraba Cernuda que para colmo hasta apellido de escritor famoso tenía el usurpador- en su novela, los personajes sensibles y la hábil disposición de los planos narrativos espaciales y temporales que componían la historia. Es una novela que denota un puño fuerte y un corazón palpitante detrás una pluma que le imprime un ritmo vertiginoso a la narración, me dijo con un vaso de ron en la mano. ¡Ron comprado por mí y en la sala de mi casa! Yo no pude evitar un mohín desdeñoso.
Aquel cienfueguero no le bastaba con quitarme el Premio de la Ciudad, también iba a quitarme a mi socio Mario Brito. Me parece que si no exageras, por lo menos adjetivas demasiado, le respondí y continué bebiendo mi Arecha Dorado. Para ahogar las penas. La vida, a veces, se ensaña con uno. Fue en octubre del año pasado que mi amigo Jesús Candelario me invitó a que le apoyara junto a Rebeca, en una sección sabatina de su taller literario.
Yo sabía que me iba a encontrar con mi rival. En realidad deseaba conocerlo. Tenía deseos de chocar con aquel chiquillo, seguramente engreído, que buscaría la mejor oportunidad para demostrar que sabía lo que era una caja china y un vaso comunicante, porque para eso había estudiado.
Realmente el encuentro estuvo por debajo de mis expectativas. Candelario me lo presentó como el muchacho que ganó el premio de novela de Santa Clara, nos saludamos con un discreto apretón de manos y él me dijo que le gustaría leerse algunas cosas mías. Que lo mandara a la librería no pareció molestarle demasiado, sonriendo sacó de su mochila un manojo de papeles y me dijo: Lo haré con placer, pero me honraría que si usted puede leerse mi novela. Me gustaría una opinión suya antes que salga publicada por Ediciones Capiro.
Enamorarse de Ana. Una novela de Alejandro Cernuda.
Me dieron deseos de ahorcarlo ahí mismo, pero me contuve. Gruñí un sí, con mucho gusto y me dispuse a dejar olvidado el manuscrito encima de la primera mesa, pero la bondad de mi buena Rebeca hizo que este viajara a Santa Clara en el fondo de nuestro maletín. No lo iba a leer. Si he prescindido voluntariamente de Gunter Grass y Thomas Mann par qué habría de leerme a Alejandro Cernuda. Si la vida hasta el momento me había negado autores como Jim Thompson y Chester Himes para qué me ponía a éste en el camino.
No iba a leerme la novela. Esa fue mi decisión hasta el día en que mi jefe Irán Cabrera puso ante mí el manuscrito de Enamorarse de Ana Serás el editor, me dijo. Es la primera en el plan porque tenemos que salir adelante con los premios de la ciudad, exigió.
Cuando te entregas a un libro con la predisposición de que vas a leer una gran obra de un gran autor corres siempre el peligro de que te pasen gato por liebre. Así, puedes enternecerte con una novela como Del amor y otros demonios de García Márquez o perdonarle a Saramago que en El evangelio según Jesucristo se refiera al sol con ese inmenso lugar común de el astro rey. Para eso son premios Nobel.
Sin embargo, no hay mejor sensación que la de sentirse conquistado por una lectura. Esa que no sospechas te agradará. Esa que no quieres que te guste. La que de antemano has tachado como literatura menor. La que asumes buscando un pretexto para decirle a tu jefe. Búscate otro editor, compadre. Yo respeto mucho el premio, pero no puedo con esto. Vaya que no está en mi tono.
Así pensaba yo que ocurriría con Enamorarse de Ana. Sin embargo debo confesar que ocurrió todo lo contrario. Hasta tal punto ese Cernudita había decidido burlarse de mí que comenzaba a encantare con su novela. Una novela de gancho, de imán como dice mi amigo Sacha. Una de esas que te atrapa desde el primer renglón. Dijo que era ilegal y me apretó las piernas y caímos: ilegal como subirse al ómnibus por la puerta trasera o traficar con cocaína. Enamorarse de Ana es una novela que seduce. Para ello su autor no apeló, como yo suponía antes de leerla, a fastuosos artificios técnicos que envolvieran la historia como una tela de araña. No, Alejandro Cernuda invocó las armas más eficaces de un novelista: primero tener en sus manos una historia interesante, conmovedora.
Una historia con la que se identifique el lector que puede ser víctima en cualquier momento de un destino semejante, que al mismo tiempo es una historia única e irrepetible. Lo segundo fue concebir (y convivir con ellos en el espacio de la creación) un grupo de personajes tangibles. El eje central de la historia sustentado en la triada Eliott Kleinn Juan Manuel Ana. Lo tercero fue aprovechar todo lo novelesco que la vida ha puesto en su aún escasa experiencia. Todo lo novelesco heredado de las incontables lecturas y de la implacable cotidianidad. Un París lejano y compuesto por sueños y añoranzas y su Ciego Montero natal. Un místico Caridad y un Pepe Cernuda que pone al autor bajo sospecha del delito de nepotismo.
Enamorarse de Ana es una obra que puede leerse en clave de novela negra (comienza y termina con una muerte alevosa, premeditada y necesaria. Una muerte que es motivo perenne en una narración matizada siempre con los diversos tonos rojos de la sangre), o de novela romántica (desde el título se supone una historia de amor) o de novela fantástica. Y es que una categoría no niega a la otra. Más que categorías son recursos con los que este impertinente autor obliga al lector más o menos comprometido a doblar la cerviz en busca de la próxima acción, de la nueva vuelta de tuerca, del impredecible desenlace.
Editar Enamorarse de Ana ha sido para mí un trabajo altamente disfrutable y reconfortante. Especialmente por dos razones: la primera: pude vengarme de ese chiquillo de apellido Cernuda (realmente se llamará así. Es que después de leerlo uno está más seguro de que las fronteras entre la verdad y la mentira, lo real y lo fantástico son cada instante más imprecisas) El día que Alejandro vino a firmar su contrato editorial lo emborraché vil y alevosamente- como una uva y lo hice arrojar sus miserias sobre el piso de la casa de Rubén Artiles (de ese también uno tiene que vengarse de vez en cuando) La segunda razón, como ha sido siempre desde el incierto día en que me hice escritor, la literatura me ha entregado un amigo más: este feliz mortal que está a mi lado, disfrutando como un niño del lanzamiento de su primer libro: Enamorarse de Ana, ediciones Capiro 2009.
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