El cuerpo de Santa Teresa. Anatomía del fetichismo

Alejandro Cernuda



Santa Teresa de Jesús falleció el 4 de octubre de 1582. Su vida estuvo marcada por grandes milagros según la tradición católica, así como por obras enaltecedoras que contribuyeron a la historia y la literatura. Nueve meses después de su muerte, al exhumar sus restos, ocurrió otro milagro que se ha vuelto clásico en la narrativa de los Santos: se constató que sus vestiduras estaban completamente deterioradas, pero su cuerpo permanecía incorrupto, sin signos de descomposición. A partir de este punto, comenzó un proceso de desmembramiento y distribución de sus restos por diversas razones.

El fetichismo católico, a pesar de que la palabra pueda generar incomodidad en ese contexto, ha sido un pilar en la creencia religiosa. Casos conocidos incluyen la cruz de Cristo, que ha sido dividida en innumerables fragmentos desde que Santa Elena la descubrió. Se llegó incluso a hablar de la "divisibilidad infinita" de esta madera milagrosa. Las tumbas de los apóstoles y otros ejemplos siguen un camino similar. No obstante, el caso de los restos de Santa Teresa, Patrona de los escritores de lengua española, difiere en naturaleza.

Para comprenderlo mejor, consideremos que nueve meses después de su fallecimiento, exhumaron su cuerpo incorrupto con la intención de trasladarlo a Ávila. No obstante, antes del traslado, un brazo fue separado. Según cuenta el padre Gracián, de esa misma extremidad tomó un dedo que llevó consigo hasta que fue capturado por los turcos. Los miembros de la Orden fundada por la santa optaron por llevar el cuerpo en secreto a Ávila y dejaron en Alba de Tormes, lugar donde había sido enterrada durante nueve meses, un brazo como reliquia. Sin embargo, cuando el duque de Alba se enteró del traslado, protestó ante la Santa Sede y logró recuperar los restos de Santa Teresa. A partir de este momento, el cuerpo ya no se movió en su totalidad.

La mano derecha, la misma de la cual el padre Gracián había tomado el dedo, fue entregada primero a las Carmelitas Descalzas del convento de San José en Ávila. Posteriormente, la mano fue enviada a Portugal como reliquia en el convento de San Alberto de Lisboa, donde permaneció desde 1599 hasta 1920. En ese año, debido al temor a las consecuencias de la revolución que había comenzado en 1910, las monjas devolvieron la mano a España, y en 1924 fue entregada al recién fundado convento de las Carmelitas de Ronda. Durante la Guerra Civil, la reliquia pasó a manos de los republicanos hasta que las tropas franquistas tomaron Málaga en febrero de 1937. En ese momento, la mano fue llevada a Burgos y se encontró con Franco, con quien permaneció incluso durante sus periodos de veraneo. Tras la muerte de Franco, la mano regresó al convento de Ronda, donde también reposa el ojo izquierdo de la santa.

El brazo izquierdo y el corazón de Santa Teresa se encuentran en el museo de la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes. Un dedo anular, además de dos huesos de San Juan de la Cruz, están en el museo Santa Teresa de Ávila. El brazo derecho también estuvo en posesión de la familia Franco. Se cuenta que su hija Carmen lo llevó a un congreso de mujeres católicas en Nueva York. Debido a un problema en la aduana, clasificaron el brazo como "conservas y salazones" para ahorrar tiempo en el proceso.

El pie derecho y parte de la mandíbula se encuentran en Roma, mientras que otras partes están en las ciudades belgas de Gante y Amberes. La mano izquierda terminó en Lisboa.

Lo que queda del cuerpo incorrupto de Santa Teresa se encuentra resguardado en un arca de mármol jaspeado en el altar mayor de la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes. Esta arca está cerrada con nueve llaves, tres de las cuales están en posesión de la duquesa de Alba, tres en manos de las monjas del convento de Alba de Tormes y tres bajo el resguardo de su confesor. La historia y la logística detrás del desmembramiento de la patrona de los escritores en lengua española resultan complejas y fascinantes.

El fetichismo católico

Este término se utiliza para describir una forma de creencia primitiva que otorga poderes a los objetos. En el contexto católico, los objetos o fetiches poseen dos características esenciales: un carácter simbólico y un poder divino inherente. La jerarquía de la Iglesia misma se basa en este carácter simbólico y divino de sus miembros y de La Biblia.

Desde los tiempos de la Reforma, el problema estuvo en el centro del debate a nivel global. Con el tiempo, cada corriente religiosa ha seguido su propio camino, en sintonía con su cultura y psicología. La infalibilidad papal ya no preocupa tanto, respaldada por pruebas de la infalibilidad de otros objetos sagrados.

El sistema ceremonial, que abarca desde la misa hasta otras celebraciones, es una estrategia del catolicismo para establecer no solo una creencia, sino un sistema cultural infalible. Este sentimiento reside en las personas, arraigado en su psicología mucho antes que el propio Cristo.

La adoración de imágenes, el fetichismo y las reliquias, así como la figura del sumo sacerdote, nunca desaparecieron. Si el catolicismo hubiera sido diferente, sin imágenes ni jerarquía divina, ya algún Martín Lutero habría surgido para llenar este vacío. Por ejemplo: a partir del fracaso de la inquisición como instrumento represivo, la Iglesia católica bajó el tono respecto a la figura del diablo; dejó de verlo constantemente. Varias congregaciones de nuevo tipo se han aprovechado de ese vacío y el diablo es comidilla de muchos que lo ven hoy tras cualquier acto humano no acorde con sus concepciones.

El carácter simbólico del fetiche es universal. Muchos llevan símbolos religiosos sin creer ni saber un carajo de qué van. ¿Cuántos se tatúan el rostro del Che Guevara sin conocer? Tal vez el problema mayor se enfrenta y también se ha maximizado- en los símbolos nazis que suele usar la juventud, sin saber la historia, sólo como un método de rebeldía. No hablo de los que saben. Incluso la testarudez de no usarlos es una manera de admitir su introspección en la vida espiritual.

El fetiche como resguardo tampoco es privativo del catolicismo y ni siquiera de la religión. Es propiedad humana en tanto la religiosidad lo es. Digamos, no se puede esperar a entenderlo completamente para creer en Carlos Marx, es imposible sin una simplificación que conlleva a levantarlo un poco del suelo.

El catolicismo hizo del culto una institución, basada en un fenómeno cultural de los descendientes indoeuropeos y su propensión hacia la estética visual. Somos la gente de la magia simpática cuando nos colgamos un escapulario con la imagen de la virgen y de la magia contaminante cuando probamos la carne y la sangre de Cristo.

Se han hecho incalculables esfuerzos por interpretar las Santas Escrituras de acuerdo la religiosidad universal, con el propósito de explotar esta veta de la psicología que hoy llamamos fetichismo. Lo que no ha dejado de darle un toque irracional al catolicismo cuando se tratan de entender ciertos aspectos ajenos a la lógica, pero bien fundamentados en el misterio, como es la transubstanciación (convertir el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo). La Inmaculada Concepción de la Virgen (uno de los errores de interpretación más grandes de la teología católica, pues la mayoría cree que se refiere a que parió a Jesús siendo virgen. La inmaculada Concepción de María significa que la madre de Jesús no fue alcanzada nunca por el pecado original, sino que desde su concepción estuvo libre de ello). La Santísima Trinidad (un Dios que es tres sujetos a la vez). Son ejemplos de misticismo y fetichismo católico que se apoyan entre sí y se aprovechan un poco de la magia que hay en lo ilógico.

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