Quienes no saben de novelas, o saben lo que otros no, dicen que A contrapelo no lo es. Lo dicen porque la disertación, la corriente de pensamiento y el ensayo superan por mucho a la acción. El duque Jean des Esseintes -no sé si llamarlo duque, pues el título sólo se le acredita en el prólogo- tiene una vida acotada por sus pensamientos y prejuicios.
Tan esquiva es la novela, en lo que estamos acostumbrados, y tal vez por eso es única en su género, apartada de toda corriente y fundadora de corrientes. Es como la gran poesía que, luego de leerla, nos deja sin asideros a la hora de contarla, pero también comenzamos a sentirnos únicos nosotros mismos, aunque sea por poco tiempo, de haber podido asomarnos a ese magnífico y erudito catálogo de literatura, música, flores, pinturas que se cuentan por medio del ensayo, a la vez que constituye ese mismo ensayo una suplantación perfecta de la aventura que no nos regala el personaje; y encontrar puntos comunes con ese viejo sedentario, de buena cuna, culto, de estilo libertino y melancólico.
Des Esseintes hace pocas cosas. Se muda, una vez va al dentista, en otra escena lleva a un joven al burdel mientras hilvana un plan macabro, una receta de putas, para convertirlo en un criminal, lo cual no sale como nuestro duque esperaba; en otra ocasión parte para Londres y no pasa de la rue de Rivoli, mientras evoca un viaje que dio en el pasado a Holanda. Hago notar que Huysmans es un apellido flamenco. Su padre era holandés y descendía del pintor Cornelis Huysmans, cuyas obras se pueden ver en el Louvre.
A Jean des Esseintes se le ve el día que llegan los hombres con las flores a su casa; se le puede inferir entre libros, en la cama, a la hora del desayuno; al final del libro lo visita el médico un par de veces; poco más. La peripecia de la novela no pasa de ahí. Se escurre débilmente hasta chocar con ese muro de la forma y del ensayo. Con lo que he dicho hasta aquí podría parecer una novela aburrida, pero no lo es.
Joris-Karl Huysmans y la lengua latina
La verdad es que la lengua latina, tal como se la escribía durante el período que los académicos aún insisten en llamar Edad de Oro, apenas si tenía algún atractivo para él. Ese idioma restringido, con su limitado repertorio de construcciones casi invariables, sin flexibilidad sintáctica, sin colorido, hasta sin luz y sombra, planchado en todas sus costuras y despojado de las expresiones toscas pero a menudo pintorescas de épocas anteriores podía enunciar al máximo las trivialidades pomposas y los vagos lugares comunes reiterados interminablemente por los retóricos y poetas de la época, mas resultaba tan tedioso y carente de originalidad que, en el estudio de la lingüística, era preciso llegar hasta el estilo de francés corriente en la época de Luis XIV para dar con otro idioma tan obstinadamente debilitado, tan solemnemente tedioso y mortecino.
Entre otros autores, el manso Virgilio, aquel a quien la congregación docente denomina el Cisne de Mantua, según es de suponer porque no es esa su ciudad natal, le daba la impresión de ser uno de los más atroces pedantes y uno de los más mortíferos pelmazos que la Antigüedad entera había producido; sus pastorees bien lavados y engalanados que se turnaban para echarse mutuamente a la cabeza cántaros de helados versos sentenciosos, su Orfeo a quien compara con un ruiseñor plañidero, su Aristeo que gimotea acerca de abejas, y su Eneas, ese individuo indeciso y charlatán que da zancadas de aquí para allá como títere en teatro de sombras, haciendo gestos acartonados tras la pantalla desajustada, mal aceitada, del poema, se sumaban para irritar a des Esseintes.
El personaje -no digo que principal, porque en la novela A contrapelo no hay nadie más- apuesta por lo artificial -no por lo superficial- está convencido que se mejor se viaja a regiones exóticas leyendo un buen libro que subiéndose a un barco; se interesa por los descubrimientos de Pasteur, que permiten crear buenos vinos a partir de mostos vulgares; se manda a imprimir copias de lujo personalizadas de sus autores que disfruta; cuando enferma y el médico le receta enemas, juega con la maravillosa idea de alimentar el cuerpo de esta manera sin la necesidad prosaica de masticar y engullir. En suma, considera que la imitación y su consecuencia, el artificio, son la propia esencia humana. Jean des Esseintes, sin embargo, mal disimula su condición de marioneta, usada para la exposición de los propios pensamientos de Joris-Karl Huysmans. Des Esseintes, además de ficticio y como su filosofía, él mismo es artificial. Sus ideas, más que expuestas desde un punto de vista imparcial son fumigadas sobre el lector a grandes chorros, acompañadas con una prosa bien hilvanada.
Tanto Huysmans, como los personajes de sus últimas novelas, viven obsesionados con la Fe. Sus novelas no carecen, no pueden, del colorido del impresionismo y que, sin embargo, sí les faltó a sus predecesores. Jean des Esseintes, por ejemplo, tiene una vida de asidua caducidad. Un personaje solitario, lánguido y melancólico, es también despierto y huraño, alguien de inevitable y profundo valor literario.
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A contrapelo es la novela más importante de lo que se ha dado a llamar el decadentismo, periodo de la literatura nombrado a finales del siglo XIX en Francia y extendido en años y geografías, y muchos buenos escritores.
Jean des Esseintes, por la misma regla, se considera el arquetipo de personaje decadente y padre espiritual de un Dorian Gray, según parece haber declarado el propio Oscar Wilde. Pero el decadentismo debería ser prescrito con la advertencia: “Cuidado, tiende a confundir”. ¿Es el duque des Esseintes un personaje decadente por haber surgido en el boom de la literatura decadentista? En particular si sales parido de una novela escrita en 1884, el mismo año en que Verlaine publicó sus Poetas malditos, una novela escrita por un oscuro funcionario público del ministerio del interior y hasta ese momento escritor de novelas naturalistas, o sea, aburridas.
Des Esseintes, quien en realidad sólo se interesaba en libros enfermizos, minados y encendidos por la fiebreLa decadencia de nuestro personaje está apuntalada, según los críticos, por su predilección de lo antiguo por lo moderno, por su apego a una vida solitaria, alejado del progreso y la algarabía de París. Un hombre que es capaz de renunciar a su pasión por los hidromasajes con tal de aislarse de una vulgaridad que le hastía. Según las propias palabras de Huysmans: “Descubrió que los librepensadores era un hato de hipócritas y que el mundo estaba formado en su mayor parte por idiotas y bribones”
La verdad es que cuando habla de la antigüedad critica por igual ama y odia a escritores y artistas. Su predilección por los siglos depende de la casualidad; de cuántos escritores o artistas plácidos a su gusto nacieron en esa época. Habla del francés escrito en los tiempos de Luis XIV como uno de los peores que se han usado en tierras galas.
No recuerdo ningún detalle que ubique cronológicamente la novela. Si suponemos que su personaje vive en algún año cercano a su creación (1884), Jean des Esseintes dice admirar a muchos artistas y escritores de su tiempo. No oculta la aprensión que le causan las obras de Odilon Redon ni el respeto por la obra de Moreau, en especial La aparición de Salomé, el capítulo XIV está repleto de buenas opiniones sobre Villiers de L'Isle-Adam, Mallarmé, Edgar Allan Poe -único escritor extranjero que parece gustarle-, el eterno Baudelaire, los hermanos Goncourt, etc. La lista es tan larga como el capítulo.
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Portada de A Contrapelo. Huysmans
No padece Jean des Esseintes de esa otra característica del decadentismo, la de tener sólo aquellas convicciones que parecen ser pintorescas.
Nadie vio más adentro del Huysmans de aquellos años que el escritor Barbey d’Aurevilly, quien dijo que después de A contrapelo su creador sólo le quedaban dos caminos. La boca de la pistola o los pies de la cruz. Así fue. Años más tarde Joris-Karl Huysmans se convirtió al catolicismo, acto sin la singularidad que tiene su novela. Eran tiempos en que los escritores se convertían al catolicismo igual que los lémures se suicidan en masa. Se postraron a los pies de la cruz escritores como Paul Claudel, León Bloy, François Mauriac y algunos más.
Hay un énfasis en A contrapelo acerca del personaje bíblico de Salomé y en particular la interpretación que de ella hace el pintor Gustave Moreau en su obra La Aparición. A des Esseintes le preocupa la manera poco explícita con que se ha tratado la figura de Salomé. Le falta algo, que sí le aporta este cuadro, en la visión de una mujer capaz de crear tanto compromiso en Herodes.
La Aparición Gustave Moreau. 1876. Museo de Orsay. París
La Aparición es una de las obras más enigmáticas de Gustave Moreau, y objeto de una interesante interpretación por Huysmans en su obra A contrapelo (1884)
Mas ni San Mateo, ni San Marcos, ni San Lucas ni ningún otro de los autores sagrados se había explayado sobre el encanto enloquecedor y la potente depravación de la danzarina, quien había sido siempre una figura borrosa y distante, perdida en un éxtasis misterioso, allá lejos en las brumas del tiempo, más allá del alcance de espíritus pedestres y pundonorosos, accesible únicamente a cerebros estremecidos, aguzados y al borde de la clarividencia mediante la neurosis; ella siempre había rechazado los requerimientos de pintores carnales, como Rubens, quien la convirtió en la mujer de un carnicero flamenco; ella había superado siempre los alcances de la hermandad literata, que nunca consiguió representar el turbador delirio de la danzarina, la sutil grandeza de la asesina.
En la obra de Gustave Moreau, cuya concepción iba mucho más allá de los datos suministrados por el Nuevo Testamento, des Esseintes veía conseguida por fin, después de tanto tiempo la fantástica y sobrehumana Salomé de sus sueños. Aquí ya no era simplemente la muchacha bailarina que arranca el grito de lujuria de un viejo con los movimientos eróticos de sus flancos, que mina el ánimo y quiebra la voluntad de un rey con sus pechos erectos, las contorsiones del vientre y el temblor de los muslos. Se había tornado, por así decirlo, en la encarnación simbólica de la inmortal Lujuria, la Diosa de la imperecedera Histeria, la maldita Belleza exaltada por encima de todas las demás bellezas por la catalepsia que endurece su carne y hace de acero sus músculos, la Bestia monstruosa, indiferente, irresponsable, insensible, que emponzoña, como la Helena del mito antiguo, todo cuanto la ve, todo cuanto ella toca.
La novela A contrapelo está incluida en el Curso délfico. Es una novela fundamental a ojos de Lezama Lima. Recomienda su lectura a todos aquellos que quieran entender el devenir de la literatura occidental. Aquí puede descargar A contrapelo, de Joris-Karl Huysmans
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