Esta mujer: la señora Dalloway, irrumpió en la literatura inglesa cuando Virginia Woolf escribió su cuarta novela, aunque ya es personaje en la primera: The voyage out (1915)-. Dicen que vino como respuesta al Ulises de Joyce, con quien tiene algunas similitudes, aunque también diferencias formales muy grandes.
Virginia Woolf admiraba a Joyce, y su gran novela quiso publicarla en la editorial que poseían ella y su esposo Leonard, pero las palabras de Ulises asustaban, dicen que por obscenas y no se lo permitieron. La señora Dalloway tiene mucho de Joyce. es Joyce o tal vez Proust, pero en colores, Proust contaminado de modernismo, Proust mujer, salvado del pozo gris por el toque femenino.
Sally había pensado que así era la vida, que uno rascaba un muro. Decepcionada de las relaciones humanas (la gente era muy difícil), a menudo iba a su jardín, y las flores le daban una paz que los hombres y las mujeres jamás le habían proporcionado. No recuerdo la primera vez que leí La señora Dalloway, la segunda fue hace una semana y la tercera apenas ayer. Este ímpetu no se lo debo tanto a la historia como a lo que se ha escrito sobre ella y a mi testarudez de no estar de acuerdo. Dicen que es una novela feminista, pero el término se ha alejado de lo que significaba en aquel año 1925, cuando fue publicada.
Allá el feminismo no significaba una guerra en contra de los hombres ni una insinuación lésbica y mucho menos una vuelta al matriarcado. Y cuando, por otra parte, las mujeres habían ganado más y en Inglaterra ya ocho de ellas se sentaban en el parlamento. La lucha por los derechos de la mujer de la que estoy totalmente de acuerdo- no ha vuelto a ganar tanto como en aquella tercera década del siglo XX en Europa y muchas hoy se desgastan en una guerra de géneros que no lleva a ninguna parte. Y se desnudan ante el Parlamento y a la mitad del mundo sólo le interesa ver sus pechos, no qué protestan.
La novela que logre ser encasillada a ciegas no vale mucho. Siento, cada vez que alguien nombra a Virginia Woolf, y en especial su Señora Dalloway como ejemplo de novela feminista. percibo un guiño a un supuesto desbalance en la historia, el cual no veo. No porque el narrador siga por más páginas a la señora de marras, tenga ella más peso que Septimus o Peter Walsh, al menos no más conflicto. Aun el mismo Peter o Lucrecia me parecen personajes muy bien logrados. Elizabeth, casi ausente en el foco del narrador está tan bien conformada en su psicología por esas ausencias que me parece un logro superior a cualquier otro.
Portada de la novela Señora Dalloway, de la escritora inglesa Virginia Woolf
Se habla de ella, entra y sale, juega con el perro y no está, pero cuando aparece ya la conocemos. En especial esa última escena en la fiesta, cuando sólo se acerca a su padre porque este la mira, y ríen de que él la haya estado mirando y pensando.
La había mirado, dijo Richard, y se había preguntado. ¿quién es esta chica ¿tan hermosa?. ¡Y era su hija! Esto hizo feliz a Elizabeth. No hace falta más. La novela -recordad la relación tiempo y espacio en el Ulises de Joyce- cuenta doce horas en la vida de la señora Dalloway y un poco de otras personas.
Es un junio de principio de los veintes. Un año de posguerra y el texto está impregnado de la circunstancia de la clase media inglesa del momento. La guerra con sus miles de soldados con tratamiento sicológico, como el pobre Septimus loco y suicida; pero también por el cine, ese gran nivelador de las clases sociales que se había instalado en Londres y obligaba a la aristocracia a compartir con el vulgo.
La novela Mrs. Dalloway pasa por el papel de la mujer en la sociedad, por las relaciones con las colonias, los automóviles, la aviación, Einstein, Freud, etc. Londres era uno de los hervideros intelectuales del momento. y cómo no serlo, y cómo no estar Virginia Woolf de testigo de aquello. Interesada por todo, tan inteligente, preocupada por la relación entre sus expectativas y lo que la vida le deparaba.
El principal error de los críticos está en pensar que la novela es sólo la señora Dalloway, o que esa costumbre también de la época, de ponerle nombre de mujer a los libros, como a los barcos, significa un énfasis en ella. Durante gran parte del proceso creativo la novela se llamó Las Horas, y si esto hubiera sido así, y si Virginia en lugar de comenzar diciendo: La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores, hubiera dicho que Septimus se volvió loco, o que Peter Walsh abrió de nuevo su cortaplumas, no sé qué otros argumentos le quedarían a quienes dicen que la novela solo cuenta la historia de doce horas en la vida de una mujer de 52 años que se dispone a dar una fiesta.
La señora Dalloway representa el adiós a la juventud de Virginia Woolf y el comienzo de su madurez artística. Virginia abre constantemente la historia, no la deja encasillarse en el sicologismo oscuro. Va del aeroplano al ímpetu tierno de Lucrecia por curar a Septimus de su locura. Tiene dos grandes influencias formales, aunque no habla de eso en la novela- ajenas a la literatura: el cine y el cubismo. En La señora Dalloway se exprime, me atrevo a especular que, por primera vez de una forma concluyente, toda la experiencia volcada en el cine está hecha de close ups, de flashbacks, de cortes de edición y sobre todo de la nivelación de clases mencionada antes.
Por otra parte, el cubismo, esa manía de llevar a dos planos diferentes tiempos y perspectivas de un objeto. ella lo hace todo el tiempo con los personajes. Los autores, insatisfechos con la forma de narrar en boga, estaban dispuesto a implorar, pedir prestado, robar e incluso crear una forma nueva para sí.
En un principio Virginia Woolf organizó un libro de historias separadas, que convergían en el último episodio: la fiesta. Pero poco a poco fue desechando la idea. Lo que surgió de todo esto fue una historia que, en lo fundamental habla de mujeres, cada una envuelta en su tiempo biológico. La pregunta que no se les hace a las mujeres, la edad, la responde Virginia de una vez y por todas en esta novela. Pero La señora Dalloway es mucho más que esto y habla de la locura de Septimus, de su suicidio como lo haría Virginia aquella mañana en que se llenó los bolsillos de piedras y se lanzó al río Ouse.
Habla de la vida patética de Peter, de la bisexualidad de Sally Seton, de Richard, de Elizabeth, del terrible dilema de Lucrecia traída por el amor, de Milán a Londres, donde no tiene a nadie más que su marido insano.
Virginia escribía a mano, luego, el mismo día o al siguiente, hacía la transcripción a máquina, si encontraba algún pasaje que no fuera de su agrado volvía a escribir a mano. La señora Dalloway es tal vez uno de los libros más comentados en el proceso de la creación. Las notas de trabajo de Virginia Woolf se encuentran en la Biblioteca Pública de Nueva York, y su manuscrito en el Museo Británico. Existe una copia de un capítulo desechado con posterioridad por ella: The Prime Minister, además de siete cuentos publicados con el título Mrs. Dalloway`s Party.
Virginia comentó la novela varias veces en su periódico y lo discutió en cartas a sus amigos. En toda esta documentación dicen- se demuestra su dura y lenta labor para encontrar una forma adecuada. Por eso nada mejor que sus palabras para entender, no este, sino cualquier otro verdadero proceso de creación:
La idea comenzó como la ostra hace la perla o como el caracol su casa, y se hizo sin una dirección concisa. El pequeño libro de notas, con un intento de hacer un plan, fue abandonado y el libro creció día a día, semana por semana; sin ningún plan, excepto el que me dictaba cada mañana. Fue necesario escribir primero el libro para luego inventar la teoría.
Así habló Gerald Brenan sobre Virginia Woolf, autora de La señora Dalloway, durante su visita a Granada. Cuando recuerdo a Virginia por aquellos días, y particularmente en el cuadro que me ofrecía en el tranquilo retiro de mi casa, su belleza es lo primero que viene a mi mente. A pesar de que en cuanto a simetría su cara resultaba un tanto larga, sus huesos eran finos y delicados, sus ojos eran negros y grises, o de un azul grisáceo, y tan claros como los del halcón. Durante la conversación relucía de una manera algo fría, mientras que su boca se plegaba irónica y desafiante; cuando permanecía en reposo, su expresión era melancólica y casi aniñada. Cuando nos sentábamos por las tardes bajo la campana de la chimenea, al calor de los leños, y ella extendía sus manos hacia el fuego, todas sus facciones revelaban su personalidad de poeta. Tomado de Al sur de Granada, obra de Gerald Brenan.
Querido: Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que. Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros. V.
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