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La marquesa de Brinvilliers aprendió de venenos gracias a su amante, el capitán de Sainte-Croix. Pero esta historia, que va de mucho título nobiliario, no comenzó en ese momento en el que uno puede imaginarse a una joven enamorada -de cierto os digo que lo amó- del apuesto militar, quien acaba de cumplir seis meses en prisión por culpa de esa pasión. Sí, pero solo cuando la historia se comienza a contar sin otros antecedentes.
Marguerite d'Aubray, futura marquesa de Brinvilliers, era hija de Antoine Dreux d'Aubray Teniente de la guardia de París, consejero del Estado y gestor de las finanzas del rey. Con todos esos cargos, aunque sin título nobiliario, Dreux d'Aubray garantizó para su hija el casamiento con el marqués de Brinvilliers, un tipo bonachón, aficionado al juego y las mujeres.
Pero tampoco comienza con ese matrimonio la terrible historia de la marquesa, ni con el hecho de pagarle con intereses al marido las deudas de cuernos contraídas con ella por el marqués. Contó ella misma que la aventura comenzó a sus siete años. Hemos sido enterados que a esta edad perdió su virginal tesoro en amores con sus dos hermanos, Francisco y Antonio.
Portada del libro de Agnès Walch, publicado a raíz de sus conferencias sobre el tema de la vida y culpabilidad de Marguerite d'Aubray
Ninguno de sus amantes llegó más adentro en el lugar donde va el corazón que aquel capitán, Sainte-Croix, aprendiz de alquimista, discípulo de Christophe Glaser, un químico bastante famoso en aquella época, del cual no se sabe mucho hoy. Era Sainte-Croix un chico tan simpático que hasta al propio marido de la marquesa cayó en gracia y años después terminaron viviendo bajo el mismo techo, los tres. Al marido no molestaron estos amores, sino que más bien los alentó con banquetes y soledades; pero el padre de la marquesa vio con malos ojos el affaire y se las arregló para mandar a la cárcel, sin saber que esté paso le costaría la vida. En la cárcel de La Bastilla pasó seis meses allí- conoció a Exili, el famoso envenenador, y la teoría más aceptada, aunque hay detractores sobre la influencia de este químico del lado oscuro en el caso que nos ocupa hoy.
Exili fue el más famoso envenenador del siglo XVII, aunque no creo que sus contemporáneos hayan logrado saber mucho de su vida. Fueron tiempos duros en Europa y ya sabemos algo de esta especie de aura mística y fatal que cubría al viejo continente. Se ve en obras como El Perfume. Conocemos, eso sí, que Exili no era su nombre real, lo otro es una suposición. Tal vez se trataba de Nicoló Egidi, quien tal vez se casó una vez en el sur de Italia con la condesa Fantaguzzi prima segunda del duque de Módena.
Más que la historia, es la tradición quien se ha encargado de conformar una biografía de este oscuro personaje. Ha ocurrido muchas veces así y en las que no, la verdad aparece empañada por lo que uno pone en todo. Se dice que estuvo al servicio de Olimpia, otro oscuro personaje romano, hermana del papa Inocencio X, y luego de la reina Cristina de Suecia, quien tal vez tenía un interés mayor en la química que en el veneno, la especialidad de Exili.
En 1663 nuestro hombre estaba en Francia, pero eran tiempos en que el veneno era la estrella de la muerte. El arsénico, ponzoñas y la famosa Agua Tofana. Su presencia en París levantó sospechas y fue encarcelado en la Bastilla. Allí se dice que conoció al capitán Godin de Sainte-Croix, uno de los implicados en lo que se conoce hoy como L'affaire des poisons. ¿Hasta qué punto estuvo implicado el famoso envenenador Exili o su conocimiento en aquellos acontecimientos? Nadie lo sabe con certeza.
Se dice que estuvo en contubernios con un químico de apellido Glaser, tal vez alemán. Exili tenía poderosas influencias y sólo pasó tres meses en la cárcel. Luego se fue a Londres, donde se pierde su rastro hasta 1681, cuando vuelve a saberse de él en Italia, gracias al matrimonio con la condesa.
Es que el famoso envenenador le enseñó a Sainte-Croix y posteriormente él a la marquesa, la confección y uso del Agua Tofana, veneno que se presume ella utilizó, aunque todavía no hemos dicho en qué. Digámoslo entonces. La marquesa de Brinvilliers y su amante planificaron matar a su propio padre; pero antes de hacerlo y para entrenar, ella se presentó como ayudante voluntaria en un hospital.
Los enfermos y galenos se vieron sorprendidos y halagados por la caridad de la joven dama de la aristocracia, hermosa por demás, si eso importa. Se cuenta que por esa época muchos enfermos sufrieron extraños dolores y algunos, no se sabe cuántos, murieron a causa de estos.
Ya saben por qué. La marquesa probó una y otra vez la eficacia de su elixir hasta que estuvo segura de los efectos que causaría en su padre, y así fue. Justo ocho meses duró el asesinato. Mediante un criado le fueron suministrando pequeñas dosis hasta que el 10 de septiembre de 1666, a los 66 años, murió el viejo que tanto celo había puesto en el honor de su hija.
La herencia se dividió entre los hermanos, pero los amantes envenenadores tenían un plan. A pesar de las sospechas que ya pesaban sobre la marquesa de Brinvilliers, bastó el contrato de otro criado, quien luego de equivocar las dosis al principio y recibir por tanto el rechazo del vino por su sabor, logró en el terreno el tacto necesario en la dosis y la inteligencia suficiente para que los hermanos murieran con unos meses de diferencia.
Con la atendible fortuna del padre, a la marquesa y su amante le afectaron poco las sospechas. Luego, a ojos de ella, quedaba sólo un escoyo a su felicidad: el marido. Pero el hedonista marqués de cierta manera se había echado en el bolsillo la amistad de Sainte-Croix, quien, además suponemos, no estaba muy interesado en casarse con semejante mujer. Así, mientras la Brinvilliers suministraba dosis a su marido, el amante -vivían los tres en la misma casa- le daba contravenenos.
El marqués no murió, pero el amante sí, aunque no fue por la gracia de la candorosa dama. En alguno de sus muchos experimentos alquímicos se dice que le reventó en la cara la máscara de cristal que usaba para protegerse de los gases.
Cuando fue descubierta la muerte de Sainte-Croix nada habría ocurrido si no se encuentra también entre sus pertenencias una caja con cartas de su amante y algunas facturas donde la marquesa compraba a costa de la herencia que pronto obtendría de su padre. La policía se dispuso a atraparla, pero ella escapó a Londres y luego, bajo el miedo a ser extraditada se fue a Lieja, en Bélgica, donde fue encontrada por el oficial de policía François Desgrez, oculta en un convento, un año después.
El pintor francés Charles le Brun, hizo un rápido dibujo de la marquesa de Brinvilliers en los días que sucedieron a su arresto.
También su detención fue espectacular, se dice que François Desgrez tuvo que disfrazarse de sacerdote para poder arrestarla en el convento. En su celda se encontraron cartas donde se confiesa culpable de envenenamientos, intentos de asesinato y piromanía, aunque también desgarradores testimonios sobre la violación perpetrada por su hermano y otras penalidades de su infancia. Durante el regreso a París, escoltada por la policía, intentó envenenarse al ingerir alfileres y los trozos de cristal de un vaso que rompió con sus propios dientes.
De nada sirvieron sus intentos. Los cristales no eran tan eficaces como sus pócimas. El juicio se prolongó desde el 29 de abril hasta el 16 de julio. La marquesa, en un principio, declaró que las cartas fueron escritas en estado de locura.
Fue decapitada, no sin antes pasar por la tortura, como estipulaban las leyes de aquella época, en la plaza de Grève, en París, el día 17 de julio de 1676, a las ocho de la tarde. Tenía cuarenta y seis años. La Chaussée, ayuda de cámara del capitán de Sainte-Croix, ya había sido juzgado en febrero de 1673 y condenado a muerte. En aras de la originalidad de los métodos, fue desmembrado vivo.
Sus restos fueron incinerados antes de ser esparcidos al viento. Madame de Savigne, en carta a su hija, se quejaba con sarcasmo del hecho: de manera que la respiraremos y por la comunicación de pequeños espíritus nos inficionará algún humor venenoso que nos dejará a todos asombrados. Aunque también expresó, presente en la famosa ejecución: “Murió con la resolución que había vivido”
Imagen que muestra a la marquesa de Brinvilliers sobre el potro de tortura, sometida al tormento mediante agua. Dos hombres la torturan, uno toma nota de su confesión y otro hace las preguntas.
Marguerite d'Aubray, nuestra marquesa de Brinvilliers, corrió célebre suerte luego de abandonar el mundo. La literatura se hizo cargo de ella, y de qué manera.
Madame Marguerite d'Aubray, como ya se dijo, fue sometida a tortura. Se usó el método del embudo de agua. Lo prolongado de estas torturas tuvieron dos consecuencias: la final confesión de sus crímenes y, entretanto, un estoicismo heroico. Fue esta segunda característica, junto con una inusitada piedad, demostrada por la acusada en el momento de su ejecución, lo que llevó a muchos a creer en su inocencia. Aun versiones modernas de su historia achacan toda la culpa a su amante el capitán de Sainte-Croix y a extremas irregularidades en el proceso acusatorio.
La misma Madame de Sévigné asegura que, inmediatamente después de su muerte, ya había personas interesadas en sus huesos, pues la consideraban una santa.
Unos años después, concretamente seis, se destapó el famoso caso de L'Affaire des poisons, que trajo como consecuencia 442 acusaciones y 104 sentencias. Este caso tocó las fibras de la aristocracia francesa hasta el punto de que el propio Luis XIV intervino para eliminar de un solo golpe todo el veneno de Francia -se prohibieron muchas sustancias- y a los envenenadores, alquimistas y, por supuesto, enemigos políticos.
Hemos mencionado más arriba este famoso tóxico que se puso de moda entre los alquimistas y las leyendas. La historia del maná de San Nicolás, así como el veneno de agua Tofana comparten la complejidad y sencillez de todo mito, Algo así como el afrodisiaco de la mosca española, que ya hemos comentado.
Entre los milagros póstumos de San Nicolás de Bari se cuenta que, de su cuerpo, al morir, brotaba un milagroso licor. Quienes lo usaban tenían garantizado la cura de sus males. Actualmente se dice que aún se puede obtener este efluvio en la basílica de Bari. No sé qué cantidad manó del santo, a quién en la actualidad se le dedican más de dos mil templos en todo el mundo. El maná de San Nicolás, como se conoce al licor, estuvo involucrado en una historia. Todo lo está. Varios peregrinos interesados en venerar los restos del santo se embarcaron; sin embargo, un demonio, de esos que están en todo asunto religioso, se apareció en forma de mujer. Según cuentan, venía de un antiguo templo de Diana.
La mujer demonio le ofreció un gran cántaro de aceite que llevaba y así les dijo. Sé perfectamente a dónde os dirigís. Los acompañaría si no fuera por mi debilidad. En cambio, necesito que lleven por mí este aceite para alimentar los cirios del templo. Claro que había trampa, pues para eso son los demonios.
Cuando la barca de los peregrinos estaba a punto de zozobrar san Nicolás se apareció en forma de anciano y aconsejó verter el aceite al mar. Así se salvaron. Unos siglos después, los alquimistas, no se sabe si de Italia, Francia, España u cualquier otro sitio, inventaron el Agua Tofana, que no se llamaba así, pero tomó su nombre de Teofanía d'Adamo, una de esas, podría decirse trabajadoras sociales, que en la isla de Sicilia resolvía problemas a quienes le encargaban viudeces, y que fue descubierta por el mal proceder de una de sus clientas.
Tiempo después, entre otros nombres, el veneno de Agua Tofana comenzó a llamarse maná de San Nicolás. La ventaja del Agua Tofana estaba dada por la capacidad de producir la muerte luego de un largo periodo administrándose en pequeñas dosis. Simulaba la muerte natural. Hoy no se sabe de qué estaba compuesto aquel veneno ni se tiene la certeza de algún caso. Se hizo famoso; sin embargo, cuando Constanze, la viuda de Mozart aseguró que el famoso genio le había confesado, seis meses antes de su muerte, haber sido envenenado con Agua Tofana.
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