Por donde unos años antes rompió la cordillera un ferrocarril inglés le nació a esta tierra de Atapuerca un tesoro invaluable. Baste un solo número para aproximarse a la idea: el 83 % de los restos humanos encontrados en el mundo han sido desenterrados en este sitio. Si no bastara aún, saber que con solo un 20 % explorado del terreno ya se encuentra entre su colección el mejor conservado cráneo de un homínido (Homo Heidelbergensis) y el sitio de encuentro del mayor volumen de huesos más grande del mundo, con restos de al menos 28 personas, algo que ni de sombra se ha repetido antes.
Las causas de este asentamiento están aún escritas en la geografía del lugar. Por Atapuerca han pasado un gran número de grupos humanos, algo que se viene repitiendo desde hace más de un millón de años. Si se observa en un mapa podrá entenderse esta zona como un paso entre el río Duero y el Ebro, lo que hizo de la zona un punto de circulación y encuentro de las diferentes especies de animales. Situación que sumada a la presencia de agua dada por pequeños cauces, las cuevas, etc, permitió el posible asentamiento desde tiempos aún inciertos hasta la actualidad.
Atapuerca, hasta hace poco conocida por unos cuantos y por quienes guardaban en la memoria un singular punto en el Camino de Santiago, se ha convertido de repente en la fuente que alimenta no solo las ansias de los científicos, sino también la experiencia más interesante en lo que a museos se refiere ocurrida en la Madre Patria en los últimos tiempos.
Mientras los habitantes del pequeño pueblo de Atapuerca siguen viviendo del trigo miran aún con recelo a los entusiastas visitantes que vienen a los yacimientos, en Burgos la gente se aglomera a las puertas del moderno triple edificio en el cual hay un museo que no padece la más terrible de las epidemias acontecidas a estas instituciones: no es aburrido.
Si bien el Museo de la Evolución Humana no es un espacio convencional y si nos atenemos al concepto clásico nos quejaríamos de la densidad de piezas originales o de la contradictoria idea de situar la tienda en el último piso en lugar de un sitio al que se pueda acceder sin necesidad de pagar la entrada. Pero esto es como verle las manchas al sol. Su peor contradicción está en aceptar como preceptos inviolables temas como la teoría darwiniana o hechos puntuales que el avezado visitante irá encontrando a medida que avance en sus salas.
Así que no es un museo propiamente dicho, es una institución que parte de la infalibilidad de la ciencia para levantar, dentro del edificio otro de fabulosos encuentros. Bien podrían negarse de manera inteligente muchos conceptos expuestos acerca de la siempre incompleta cadena evolutiva, sus tablas de tiempo, migraciones, etc. Pero yo no soy quien y como ya dije, al nivel de un visitante medio siguen siendo manchas.
Atapuerca. Yacimiento de grandes descubrimientos antropológicos
Cuando usted entra al museo se encontrará con que en cada piso y a una hora debidamente informada por los altavoces, se ofrecen pequeñas explicaciones, que sin llegar al debate profundo se convierten en un modo de intercambio y una valiosa conversación con personas a las que vale la pena escuchar.
Esta es la quintaesencia del servicio que ofrece la institución en Burgos. Si está en el lugar y el momento adecuado usted notará que varios grupos son guiados a través de las salas y estas diferentes voces, sin que haya pluralidad entre ellas, le darán la idea de lo que significa la educación peripatética. Pues, a falta de originales en los pisos superiores la institución se ha armado de jóvenes inteligentes que no lo llenarán de porqués hasta el punto de salir del museo con más dudas que certezas.
De poco sirve el conocimiento si no hay una sistematicidad en él, así que luego de cazar estas explicaciones es muy probable que no haya tenido tiempo para mirar a su alrededor y le pasará como a mí que me vi obligado a volver un par de días después y entonces, sin perseguir a los peripatéticos tuve tiempo de entrar a lo que más que museo parece un buen libro sobre la evolución humana.
Se explica desde las más modernas teorías casi todo lo que tiene que ver con la evolución de los homínidos, sus migraciones, desarrollo del cerebro, el lenguaje, las teorías del ADN y lo que para mí resulta más importante, la evolución de la actividad humana: el descubrimiento del fuego, las primeras representaciones figurativas, etc. Salí de la segunda visita con otro fardo de deliciosas dudas y con muchas ganas de discutir.
Quienes visiten el Museo de la Evolución Humana corren el riesgo de cometer un error: pensar que lo han visto todo porque han estado allí; pero lo que descubrirá en Atapuerca, si se anima, no tiene mucho que ver con esto. Es como la teoría y la práctica.
En Atapuerca no sólo visitará los yacimientos, donde solo se trabaja un mes pero tienen visita guiada en el resto del año, sino que también recibirá una explicación que involucrará el paisaje, y es muy probable que descubra en esto una nueva forma de interpretar algunos aspectos de la naturaleza, respecto a las formaciones kársticas o la vegetación de unos años atrás. Y de seguro jugará a imaginarse con más claridad la vida de nuestros antepasados. Por otra parte, agradecerá las explicaciones del guía, tan buenas como las del museo, y se probará un casco de constructor, según las normas para acceder al lugar. Luego, si tiene tiempo, aprenderá en su propia carne cómo era la vida. Le enseñarán a tallar cuchillos de piedra, a lanzar todo lo que se puede lanzar, cómo eran las casas, que no eran tales, a hacer fuego a la antigua, etc.
Hay luego de esto una ganancia distinta a la estética que puede significar la visita a otros museos. No se es el mismo luego de saber de dónde venimos; así que si usted quiere permanecer siendo la misma persona y aunque también recome la belleza, vaya con tiento a estos lugares llenos de trampas de cuestionamiento.
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