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El 11 de septiembre de 1789 mientras la Asamblea Nacional Constituyente decidía el derecho al veto del rey sobre la futura Asamblea Legislativa, se propuso que quienes estaban de acuerdo ocuparan las sillas a la derecha y los demás a la izquierda. Así surgieron estos términos un día que, sumado a hechos como el ataque a las torres gemelas, la muerte de Salvador Allende, la muerte de Nikita Jrushchov, la pospuesta Independencia de Cataluña, ha ido ganando importancia en la historia.
El entendimiento político ha encontrado una medida entre ambos extremos. Con el paso del tiempo llegó el agosto del pensamiento radical –muchas veces no muy pensado- y en ambos picos se reunieron diversas formas de interpretar la lucha. Luego la denominación ha quedado obsoleta, difusa, pero se sigue usando a falta de un sistema gráfico más exacto, aunque a nadie le quedan dudas de que el marco queda estrecho para entender la política actual.
El punto más significativo entre ambos extremos sigue estando en el modo de ver al individuo ante la sociedad. Podríamos decir que la derecha es biológica y la izquierda es social. Podríamos decir que el quijotismo de izquierda aunque pintoresco es una locura, un suicidio, mientras la derecha vive del individualismo.
En la izquierda hay algo así como “con los pobres de la tierra” mezclado con tendencias ecologistas, la defensa de los derechos de los animales, la pluralidad religiosa, la libertad de expresión, el antirracismo, LGB, feminismo, etc… trincheras que se encuentran también en muchas vertientes de la derecha y por lo tanto no son definitorias.
Imposibilitados ahora de establecer un sistema monolítico de pensamiento, ambas posturas se han enfermado, y en los tiempos que corren la izquierda más que la derecha. Dividida desde hace mucho entre anarquistas, comunistas y socialdemócratas el pensamiento de izquierda ha establecido por su cuenta una guerra contra la derecha y contra sí misma a causa de falta de entendimiento. Y la derecha, en cambio, pese a sus contradicciones y las crisis que de vez en cuando le acechan ha apostado por un fin más tangible: el capital. El mundo corre tras la locomotora del progreso y la derecha se complace.
El agosto de la izquierda; sin embargo, vino cuando los grandes bloques de ideas se habían estancado por correr en la plataforma de un mundo organizado en función de intereses de derecha. Las huelgas y las revoluciones aunque fracasadas ya aún se creía en su eficacia.
El mundo entró en los años sesenta y setenta coreando los nombres de Che Guevara, Martin Luther King, Kenedy, Mahatma, Lennon. Un abanico de esperanzas surgido a los pies del tío Ho, de Trotsky, de Fidel Castro –¿y qué habría sido del mundo si la tecnología les hubiera sido propicia y los antes mencionados consiguieran al menos una cuenta de Twitter?. Resurgieron con fuerza los reclamos feministas, el problema ecológico, el movimiento gay, la lucha contra la carrera armamentista… El mundo parecía de pronto a punto de cambiar y los herederos del comunismo se frotaban las manos y hacían de la bola del mundo bola de cristal.
Momento en el que el filósofo Sócrates está apunto de beber la cicuta.
Pero la izquierda enfermó sin que nadie lo comprendiera a tiempo. El brazo partido en mil astillas se embebió de sus pequeñas victorias y sus derrotas demasiado sutiles. Las falsas promesas del arte vanguardista dejaron de convencer al público… utopías, fracasos, traiciones. La adaptación del capital a las social democracias, esa gran prueba de la teoría Hegeliana de la lucha de contrarios. Quedó la izquierda latente como una etapa en la vida del hombre y no un objetivo de lucha eterna. Las palabras de Churchill se hicieron emblemáticas. Quien no es comunista a los veinte no tiene corazón, quien lo sigue siendo a los cuarenta no tiene cerebro.
Los hippies, el ente creado en la relación de la lucha con la música, fueron ridiculizados por el arte conservador y quedaron más como símbolos antihigiénicos que como arquetipo real de rebeldía. Los seguidores de Mahatma malinterpretaron el pacifismo y hoy mascullan a medias teorías orientalistas que cuando más los hacen meditar y no consumir Mac Donalds. El mundo se globalizó pero la izquierda quedó atorada… Che Guevara devino en el sub comandante Marcos. Los países desarrollados exportaron la clase trabajadora a La India y el movimiento obrero dejó de moverse. A la manifestación hay que ir con los zapatos correctos. La iglesia se ocupa más de la pederastia interna que de abrir ventanas al mundo; a nadie le importa ya la casita de troncos de Tolstoi.
La orina de los hippies apagó la hoguera. La izquierda niega el poder pero lo hace sobre una sociedad que rueda sobre esta plataforma y cuando más sólo consigue quejarse, gritar. Hace uso de la histeria, sin conseguir otra cosa que servir de barra de choque contra una derecha que se entiende a nivel global. Y el obrero sindicalista, luchador, que renuncia a seguirle el juego al capital y no invierte su dinero en una finquita, ni convence al hijo pródigo de que se haga pica pleitos, recibe a su retiro un pálido sueldo que más que penurias le trae desconcierto. ¿Cómo es posible? se pregunta, sin entender que todas sus luchas y las de muchos asumieron el culto a las instituciones sin entender que la traición de las oficinas es parte constitutiva de nuestra cultura occidental. 1e50
Lo que deslumbra de esta novela es lo mucho que tiene de juego, pero no de tonta travesura, sino de esas diversiones que te envuelven, como la sonrisa de cierto gato. Y si el avezado lector no toma p... Más info