Amed Morales. Cartas a mi hermana

Alejandro Cernuda


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Comentario al libro Cartas a mi hermana, del escritor Amed Morales

Sin dudas la correspondencia, como documento histórico, es una de las vías más seductoras del conocimiento, es manjar de dioses. En ocasiones las cartas han convertido en canon lo incierto. Recuérdese las epístolas de San Pablo, las reveladoras cartas de la teoría literaria de Flaubert a Louise Colet o la frase que se ha asumido como expresión paradigmática del antiimperialismo martiano. Tal vez solo superado por el diario, el género epistolar, trasluce, además de los hechos el rasgo subjetivo del pensamiento: la cualidad estética, los sentimientos, el ser humano en la intimidad que permite el diálogo a distancia. La epístola, maniatada hoy por otros métodos de comunicación, tan rápidos como efímeros, subyace como expresión de los tiempos en que el papel entintado no dejaba de ser parte del ser creador y por tanto se cuidaba de lo informal y pretendía trascendencia. 

Algo de esto nos regala Amed Morales en la segunda parte de su libro. Digo segunda parte porque imagino, luego de leer la nota introductoria, el cisma en la cabeza de Amed entre las cartas de Trujillo a Rita Suárez del Villar y su propio texto introductorio. Estamos hablando de un autor que antes de escribir esas palabras jamás había publicado siquiera un breve artículo. La nota introductoria, por tato, lo salva de ser un compilador acucioso para convertirlo en un ente reflexivo, para darnos a nosotros la posibilidad de algo que hace rato se avecina en la historiografía cubana: una necesidad de revisión global –desde La Habana- de hechos locales, asumidos por la historia a veces como consecuencias lícitas de procesos generales, y otras como casualidades indignas de sistematización. Así, una simple foto del la Plaza, llena de cadáveres de soldados españoles adolescentes luego de la batalla de Mal Tiempo, habría desapasionado a muchos; o un estudio relativo a la historia del arte en provincias, en tiempos del grupo Orígenes, nos haría comprender que un movimiento cultural más amplio, de más repercusión y trascendencia ocurría entre nosotros. 

Aunque no son ejemplos tan drásticos como estos, los que se pueden encontrar en Cartas a mi hermana, no dejan de resultar interesantes: la posición del pueblo cienfueguero ante la destitución de Máximo Gómez por la constituyente; la posición política de algunos jefes frente a los Estados Unidos, la lucha clandestina o el detalle de nombrar a Estrada Palma como socio honorario del club patriótico encabezado por La Cubanita… y hay más. Las cartas están llenas de bocadillos reveladores. El sistema de educación cubano a inicios del siglo XX, los andares burocráticos de aquella administración, y algo muy importante para los cienfuegueros, la presencia legitimada y otras tantas veces olvidada de Rita Suárez del Villar en la historia. El caso de La Cubanita, como de muchas otras mujeres que lucharon a la par del ejército libertador, tiene la clandestinidad y a la vez la extroversión, un poco a la usanza de la Mariana Pineda de Lorca y otro tanto de Manuela Sáenz. Esto se traduce en seducción, tal para su contemporáneo Carlos T. Trujillo, como para nosotros. 

Hay, aún, dos aspectos más que quisiera resaltar en el libro. Los métodos occidentales de transmisión del conocimiento están ligados a la cultura griega. La mayéutica socrática trascendió, sin embargo, como una regla más estética que especulativa dentro de los diálogos de Platón. Varios intentos se han hecho luego, fundamentalmente en la didáctica oral. En la introducción de Amed Morales, sin que esto funcione como su principal regla, una serie de cuestionamientos procuran al lector una manera íntima de repensar la historia. Sus dudas son compartidas con el público para convertirse en curiosos ejercicios de la especulación. Un segundo aspecto se extiende más allá del libro como ejercicio autónomo del conocimiento y está ocurriendo hoy en esta sala. La historia necesita, Amed lo sabe, que el conocimiento deje de ser privativo de academias, esa especie de flujo y reflujo infértil, y para que cumpla función debe imbricarse en otros procesos humanos. Reina del Mar Editores, no es solo una editorial de provincia, es, ante todo, una confirmación de que el destino de un texto está ligado a su dignidad estética. La gestión para la réplica del conocimiento pasa de esta breve reunión y se entrega a otras formas de vida como el documental fílmico, la publicación de artículos al respecto o el simple envío de libros, a cargo del autor, a centros neurálgicos de la cultura cubana, a estudiosos y amigos. Todas estas acciones son parte de un acto en apariencias separados de un comentario estricto de la obra, sin embargo, se me hacen imposibles de obviar. Esta parte de la vida de Carlos T. Trujillo y Rita Suárez del Villar, se ha revelado en un objeto físico, recordarlos, aprender de ellos, está ligado ahora a la suerte del libro.  

Fajo de cartas antiguas

Cartas y postales antiguas.

Esta compilación de correspondencia, unívoca sin embargo, conduce a la sensación de conocer a remitente y destinatario. Carlos Teodoro Trujillo Hernández, patriota y médico de la guerra de independencia, cuenta, antes del libro de Amed, con la publicación de sus reflexiones en: De la guerra y la paz. Una selección de su pensamiento dado a la luz póstumamente por su esposa. Y Rita Suárez del Villar, una mujer de sensibilidad y coraje. Un símbolo, no solo de la mujer de pensamiento independiente, no solo un ejemplo de participación femenina en la causa revolucionaria de finales del siglo XIX, sino una de las expresiones más puras del aporte cienfueguero a la causa. 

Derrida calificó de impúdico todo acto escritural. Si vamos con él, la impudicia no solo ha llevado a Amed a escribir, sino a revelarnos lo escrito por otros. Pero desde la Creación ningún pecado se revierte en bien de la humanidad hasta que el hábito es imitado y conocido. Es nuestro deber encargarnos de ambas urgencias. La epístola, como divulgación histórica, como documento ético y estético es bastante escasa en nuestra literatura, y casi nula la gestión divulgativa de los textos históricos. Voy con Amed ¿hemos comprendido su verdadera función? ¿Es el conocimiento de la verdad un mero ejercicio intelectual? ¿Cuál es la verdad?  

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