Compartir este artículo Tweet
Un par de veces ha bajado la aurora boreal hasta Cuba, sin que muchos testigos supieran de qué se trataba. Después que Galileo descubrió las manchas solares en el siglo XVII la comunidad científica se ocupó con desgano de la observación de nuestra estrella y para nada hallaron relación entre el fenómeno magnético de nuestra atmósfera y la actividad solar.
En el siglo XIX se hicieron varios adelantos, como fueron los del farmacéutico Samuel Heinrich Schwabe. Este hombre, devoto a la ciencia y a su telescopio, vendió su farmacia para dedicarse por completo a la observación solar. Tenía la esperanza de encontrar un décimo planeta, más allá de Mercurio. Su observación prolongada y sistemática le permitió determinar cierta periodicidad en la actividad solar.
Schwabe descubrió que las manchas solares cambiaban en un ciclo de aproximadamente diez años. En 1859 uno de esos cambios envió a la tierra la más terrible tormenta magnética de la que se tenga conocimiento hasta ahora. Cuentan los periódicos y bitácoras de marineros que hasta en Cuba se vieron auroras boreales.
El fenómeno fue explicado por Richard Christopher Carrington y a él debe su nombre de Efecto Carrington. Este astrónomo por cuenta propia de 33 años e hijo de un acomodado cervecero. Sufrió aquel día 1ro de septiembre de 1859, ese sinsabor ¿lo conoce usted? de saberse frente a un hecho de inconmensurable importancia científica, justo al otro lado del telescopio, y no podérselo contar a nadie por encontrarse solo.
Vio el aumento de la intensidad de la luz entre las manchas solares, o tal vez dos manchas blancas. Algo que duró apenas quince minutos. Carrington fue la primera persona en entender la relación entre las tormentas solares y las alteraciones en el magnetismo terrestre.
¿Qué consecuencias tuvo la tormenta solar de 1859? Al amanecer del siguiente día en casi todo el planeta se podía ver las vibraciones rojas, púrpuras y verdes de la aurora boreal. Era tan brillante, dicen, que se podía leer los periódicos antes que saliera el sol. Así lo dijeron los propios diarios, sólo que un día después.
La aurora boreal de septiembre de 1859 llegó a lugares donde era ajena a lo cotidiano, como Cuba y otros rincones del Caribe. Así escribió un reportero en el diario de Cincinnati: Unos extraños fuegos invadieron todos los cielos, hora separándose en serpentinas, para luego reunirse en el cenit, y formar un dosel glorioso. Se extendieron uniformemente como un vapor, derramando sobre todas las cosas un resplandor suave. Las ondas de luz revoloteaban como las producidas por la brisa más leve sobre la superficie tranquila de un lago interior; un verde pálido cubría la mitad del cielo desde el este, mientras que rico carmesí se reunió desde el oeste. Una luz rojiza se concentraba en el cenit, mientras que debajo de ella caía en pliegues de belleza púrpura y verde. Al este y al oeste aparecieron enormes campos de nubes luminosas, teñidos con un color rosado brillante, totalmente diferente a la producida por el sol naciente y si es posible aún más hermosa.
Fue un espectáculo hermoso que casi todo el mundo guardó en la memoria como una anécdota nada peligrosa. La aurora boreal fue tan intensa que dañó los equipos con que se tomaron las fotos. Los investigadores suponen que la avistada por Carrington fue mayor.
Aparte del espectáculo que significa una aurora boreal y de gente que creyó ver amanecer antes de tiempo, más allá de eso, el telégrafo tenía unos incipientes quince años y la infraestructura de comunicaciones aún no era lo suficiente poderosa ni dependíamos de ella como ahora. Hubo algunas chispas, uno que otro incendio. Nada más. Dejo a la imaginación de las personas dilucidar qué sucedería en tiempos del ciberespacio.
Varios científicos han advertido que no estamos preparados para una tormenta solar como aquella. Hoy nuestras líneas eléctricas no resistirían. El apagón podría alcanzar dimensiones atendibles y la reparación costosa y lenta. Se habla de años de recuperación. Cierto o no, un solo dato. Para construir un transformador de los que usamos hoy en las líneas de alta tensión, se necesitan seis meses. Los GPS, una industria en alza, sufrirían las peores pérdidas debido al destrozo de los satélites.
Un siniestro magnético de tal envergadura afectará a cada país en dependencia de su relación con la electrónica y las modernas tecnologías. La buena noticia es que las tormentas pueden ser predecibles unas doce horas- y de corta duración un par de horas-. Los ciclos solares parecen afectados de periodicidad. Investigaciones hechas en el hielo del Círculo Polar Ártico nuestro mejor archivo- demuestran que hechos como el de 1859 suceden aproximadamente cada 500 años.
El campo magnético de la tierra nos protege de la mayoría de los efectos de una tormenta solar. No tuvo esa suerte el desierto planeta Marte, que al parecer una vez tuvo campo magnético y agua y otras condiciones climáticas, pero lo perdió todo al perder el primero.
Mapa antiguo de la isla de Cuba
El fenómeno, sin embargo, no demoró mucho en producirse, aunque sin tanta fuerza como la primera vez. Lo contó el 17 de febrero de 1872 el corresponsal de New York Times. En un delicioso artículo, enviado desde La Habana el día 11 y firmado por Quasimodo, se narra el lleno total de las iglesias tras estas señales celestiales del fin del mundo: la aurora boreal observada el cuatro de febrero y se afirma que esa fue la segunda vez que tuvimos aurora boreal en Cuba en un periodo de treinta y siete años.
El artículo periodístico del New York Times habla de variados temas. La aurora boreal sólo se menciona en la sección de misceláneas. El tema primero y fundamental es la presencia en Cuba de ochenta mil chinos ya para esa época-, los intentos de algunos españoles de reavivar la esclavitud siendo esta la más amplia disertación-, la vida en la cárcel de los jóvenes que para esa época aún quedaban allí luego del famoso fusilamiento de los 8 estudiantes de medicina en noviembre del año anterior. Menciona, además, la prohibición de venta de cierta caja de cerillas por tener en su frontal la imagen de una mujer en vestiduras romanas y la frase Viva España sin Cuba.
Siempre anda rondando por ahí el fin de la verdad. Los conversos lo saben y los demás se creen lo suficiente fuertes como para escapar de ese fatídico momento. Dejar de creer en algo siempre ha... Más info