Calendarios dispares. Ana Garrido y Juan José Alcolea

Alejandro Cernuda


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Calendarios dispares es un compendio poético escrito por Ana Garrido y Juan José Alcolea.

Hubo un diario y luego varios poemas reunidos en el libro Calendarios dispares, escritos por Ana Garrido y Juan José Alcolea. Supongamos entonces que el diario en el cajón de aquella librería de viejo fue un accidente, un olvido, tal vez parte de un regreso hacia el mundo tangible. Nada impide especular que fue hallado cien años después o media hora antes de que su dueña regresara para apuntar la nota del día. Su hallazgo parece una feliz casualidad, ¿y si de antemano aquella señora lo puso allí para ser encontrado? Digo yo que nadie deja su pensamiento más íntimo donde lo pueda atisbar la mirada indiscreta de un escritor y mucho menos de dos; peor, como es el caso, si son macho y hembra y por tanto propensos a dispares interpretaciones psicológicas de lo que quiso expresar la anónima señora ¿Pudo ella ansiar que sus notas devinieran como un eco en este manojo de poemas? ¿Cayeron estos poetas en la trampa? No lo sabemos hoy y es probable que nunca.

Nada más, ayudados de unas cuantas imágenes, podemos intuir sus ansias. De ella no sabemos mucho, solo que escribía un diario o tal vez apuntes donde la cronología era sólo un accidente del formato. El diario encontrado en el cajón de una librería de viejo es el pretexto usado por Ana Garrido y Juan José Alcolea para develarnos en treinta poemas lo que no se ve de esta misteriosa dama.

Era vieja, eso lo podemos intuir desde la primera estrofa: Mientras todo se enciende/ sin permiso/ debajo de los años Esta verdad revelada encubre dos contradicciones. Primero: el diario es un modo de expresión, por estadísticas, ligado a la juventud y al periodo romántico; sin embargo; la misteriosa dama admite su vejez en la primera estrofa Es, pues, una persona que se rebela contra el tiempo, tanto en el acto de escribir un diario, como en el de sucederse a sí misma. Esta mujer -en el caso del romanticismo- inspira al poeta a decir en el fatídico día trece, donde el sujeto lírico es plural Aún es blanca la sombra de los náufragos.

Portada de Calendarios dispares

Portada de la primera edición de Calendarios dispares

Lo segundo es un acertijo que sobrevivirá durante los treinta poemas. Jamás podrás saber el tiempo exacto, ni el día que olvidó guardar tu nombre ¿Son estos versos la interpretación masculina o femenina de un fragmento del diario? Eso tampoco lo podemos saber, pero sí percibir. El juego planteado en el libro nos fuerza a una manera primitiva del conocimiento: la intuición. Yo solía ser bueno para adivinar si era hombre o mujer quien conducía el coche frente al mío en la autovía. Pero en este caso, sólo palpando bajo las palabras sospecharemos la naturaleza del poeta. ¿Y entonces? ¿Se trata de descubrir a la dama o a los autores? No, por supuesto, Calendarios dispares, como toda buena obra poética, pretende que el lector se descubra a sí mismo. En esa inteligencia de la poesía se adentrará quien, frente a este libro, alcance el deleite intemporal de estar frente al espejo.

Uno puede escribir muchos poemas, pero un libro se conforma, o debe hacerse, alrededor de un denominador común. En el peor de los casos sirve el autor de punto central, pero al ser dos en Calendarios dispares, no queda más que buscar entre las letras. Pese al diario de la anónima señora como pretexto, en realidad hay sólo un motivo en todo el libro: no valdría de nada este cuadernillo si detrás no estuviera las ansias de vida después de la vida no después de la muerte-. tú puedes desandarme los relojes, dice. La frase, a pesar de la metáfora, es más arriesgada que poética. No es un simple verso, es más bien una convicción temporal, digna de la página de un diario, del cual sospecho fue tomada literal. Es el grito del momento en que se cree haber encontrado el artificio; pero es, además, un grito soportado aquí y allá por imágenes suaves y confluyentes, frescas, susurrantes.

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