No están muy claros todos los aspectos de la edición y publicación de libros en el imperio romano. Se sabe que a finales de la Era Antigua existió un barrio entre el Foro y la Subura, donde algunos afamados libreros instalaron sus negocios. Tenían la exclusiva o tal vez la primicia de grandes escritores, aunque no se pagaban derechos de autor como hoy. Así, el negocio editorial se nutrió de nombres como: Tito Pomponio Ático, editor de Cicerón; Atrecto de Marcial; Tritón de Quintiliano y Doro de Séneca. En un principio parece que Horacio fue reticente a este tipo de comercio; luego se dejó publicar por los hermanos Sosii, o Sosios, quienes también eran los libreros de Salustio.
Los vendedores de libros, como los hermanos Sosios o Tito Pomponio Ático, contaban con un grupo de esclavos especializados en la copia de textos. No se pagaba al autor más que la primera copia, pues imperaba en Roma la ley del primer crédito. Así, los libros iban inmediatamente a todas las esquinas del vasto imperio romano, sin traer riqueza más que para los libreros. No había vida posible para los escritores que no se habían ganado un puesto antes por la recitación oral de sus obras o por la inserción en algún grupo de intelectuales aristócratas. Ni siquiera los grandes escritores vivían de lo publicado. La literatura aún estaba arraigada a la personalidad atrayente del recitador y no a la palabra escrita. En cualquier caso, la literatura escrita y publicada por los famosos libreros asentados cerca del foro romano, era también relevante a la hora de llegar a lejanos aristócratas y potenciales mecenas.
Al que enseñar y deleitar procura, y une la utilidad con la dulzura. El libro en que ambos méritos se incluyen, a los libreros Sosios da dinero.
En sus Epístolas Horacio menciona en dos ocasiones a los Sosios, quienes eran dos hermanos, libreros de mucho crédito en la Roma de aquellos tiempos. Algo así como Seix Barral o Tusquets hoy, o tal vez más. No es la historia de estos dos lo que me ocupa, sino que el mismo Horacio y su frase anterior, donde determina qué libros son los más vendidos.
Antes de Quinto Horacio Flaco, y para él mismo, la Poética de Aristóteles se convirtió en el documento fundamental de análisis teórico de las artes y en especial de la poesía. Hoy sufrimos los pesares de una congelación de la forma a causa de este zarpazo de la historia. Todo el dinero de los Sosios léase lo formalmente aceptado tanto en ciencia, política o arte- tiene un lenguaje aristotélico. Pero este filósofo cósmico era de todo menos un artista.
Horacio escribió su Epístola a los Pisones unos siglos después que Aristóteles publicara su famoso libro. Esta carta se convirtió, no sólo en un suplemento a la teoría aristotélica, sino en un episodio fundamental para en vez de entender el arte, intuirlo. El autor de semejante documento conocido después como Arte Poética, a diferencia de Aristóteles, de quien tomó muchos conceptos, sí era un poeta consumado, un artista de éxito en la sociedad romana. Su Epístola a los Pisones, entonces, más terrenal que la meditación en seco del peripatético, consta de un grupo de ejemplos donde va moldeando lo que él considera artísticamente correcto. Es fuerza y hermosura del arte o me engaño- decir lo que ya debe decirse, dejando lo demás para luego y omitiéndolo ahora. Y así por el estilo. Es un documento en lo fundamental compuesto de experiencia más que de palabras, lleno de una sabiduría de importancia vigente pero también desestimable, como por ejemplo cuando se refiere a lo correcto en el lenguaje, dejando una reflexión que bastaría hoy para jubilar la Real Academia de la Lengua: Renacerán vocablos que ya recaecieron y morirán aquestos que hoy poseen prestigio, si lo prescribe el uso, que es juez, ley y norma.
Quinto Horacio Flaco visto por Giacomo Di Chirico
En su Epístola a los Pisones -carta escrita al cónsul Lucio Pison y a sus dos hijos- Horacio toca los temas fundamentales a la composición de una obra: el género en que esta quedará circunscrita, los personajes, el narrador, el lenguaje. Se ocupa, en una parte importante del texto, de enfatizar la necesidad de dedicarle tiempo a la creación; sin embargo, reconoce que no por tener errores una obra pierde todas las posibilidades de convertirse en un momento importante del arte. En fin, como hay muchas traducciones y tela por donde cortar, también hay muchos comentarios sobre la obra. Está ese saborcillo aristotélico en la Epístola de Horacio. Tenía razón y no, pues si bien el mismo poeta romano sirvió de base y vanidad para casi mil años de referencias -sería abultada la lista de todos los grandes que lo citan-, son sus mismos citadores quienes se encargaron de negarlo.
Las enseñanzas del poeta latino, dadas en la Epístola a los Pisones conocida hoy como Arte Poética- ese arte fino, delicado y exacto, ha sido superado hasta la saciedad y los ejemplos de obras poco horacianas que han trascendido son más que las de aquellos que siguiendo sus consejos acusaron una mojigatería formal de intragable calidad. Pero no se equivocó al fin en lo del dinero de los Sosios. Flaubert habría odiado esa palabra dentro de la literatura: utilidad, y la dulzura ya no se sabe qué es. El libro útil se vende, y el edulcorado también. Eso lo sabían los Sosios. Se vende la utilidad política de los panfletos; se vende la dulzura mentirosa de una filosofía barata.
Introducción al libro sobre la cocina cubana escrito por Blanche Zacharie de Baralt
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