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Ya cerca de reanudar el periodo de lucha conocido como Guerra de Independencia entre la isla de Cuba y la metrópoli española, surgen varios desacuerdos entre los veteranos de la primera guerra y los jóvenes dispuestos a iniciar otra -la tercera-. Los problemas generados por el caudillismo, bueno sin embargo para la guerra, y otros asuntos tácticos estuvieron a punto de dar al traste una vez más con la conspiración mambisa. Uno de estos malentendidos estuvo protagonizado por Enrique Collazo, coronel del primer ejército libertador, y José Martí, líder del tercer movimiento armado. Este texto, más romántico que reflexivo, hecho al vuelo y como discursillo para una sociedad cultural, lo escribí hace algunos años y porque ya pocas cosas me avergüenzan, ahí se los dejo.
Collazo: San Pablo para un Jesús inútil. Ramón Roa escribió un libro sobre la Guerra Grande. A pie y descalzo. En él describe su arribo a Cuba y las tribulaciones de los primeros meses. ironía de dolor, yuca agria, amigos muertos. Del libro hablan lo bueno: Manuel de la Cruz, Manuel Sanguily y Enrique José Varona. No Enrique Trujillo ni Martí. De Trujillo se defiende Roa, pero no quiere hacerlo más. Sin saber aún de otras críticas pide a terceros la tutela que él negará a su libro. El 26 de noviembre de 1891 Martí habla por primera vez en Tampa. En el discurso dice:
¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que está a paga del gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya muy común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tienen en Cuba zapatos sino los cómplices y los ladrones? ¡Pues como yo sé que el mismo que escribe un libro para atizar el miedo a la guerra, dijo en versos, muy buenos por cierto, que la jutía basta a todas las necesidades del campo en Cuba, y sé que Cuba está otra vez llena de jutías, me vuelvo a los que nos quieren asustar con el sacrificio mismo que apetecemos, y les digo: -«Mienten».
Al día siguiente de aquel discurso se cumplirán veinte años del asesinato de los estudiantes de medicina. Martí vuelve a hablar, otra frase contra Ramón Roa antes de cerrar con el símil de los Pinos Nuevos. Francisco María González hace de taquígrafo y la censura se esparce. Varios oficiales de la primera guerra asumen en cartas la defensa de su antiguo compañero de armas. A principios de 1892 Collazo envía una carta a Martí y se une a la polémica. Por más de cien años, quienes han entrado a analizar sus diferencias midieron a Collazo por un Martí cada vez más inmenso. Grande ya en 1892 porque la emigración comenzaba a moverse al compás de sus diecisiete horas de trabajo diarias y los cubanos que lo conocían lo dejaban hacer.
La de los diez años era ya una guerra muerta en casi todo, excepto en la falta de arrepentimiento de los sobrevivientes, guerra con poetas, con primogénitos y campesinos y esclavos y mujeres, con extranjeros que no sabían hablar español. A pesar de los casi treinta diarios de la Guerra de Independencia contra apenas los diez o doce que generó la Grande, y que en la estadística nadie incluye el aspecto psicológico de la victoria que mata la nostalgia y autoriza el relato impreso, no por gusto quienes estuvieron en las siguientes contiendas siempre evocaron con más amor la primera (Ver artículo sobre el Diario de Campaña de José Martí).
En 1892 había una unidad sin nombre ni cuota desperdigada por cárceles y países que seguía reconociendo a los mismos caudillos. Vanidad de heridas y papeluchos con versos manuscritos. Martí lo sabía y necesitaba aquella fuerza que le era imposible manejar sin tener de su parte a los generales. Enrique Collazo no comprende la inmediatez de una guerra que no es lícito desear ni posible impedir. Martí va ganando una autoridad que, a pesar de su muerte, les hizo fácil la guerra a quienes la terminaron. Por eso cae Roa como pocas veces cayó alguien por su crítica, porque, dice, la mejor crítica a los libros malos es el silencio donde poco a poco mueren. ¿Y qué hace Ud., señor Collazo, desde hace doce años, para salvar a su patria de los peligros en que la dejó una guerra personal y descompuesta? le pregunta en carta Martí.
Collazo no hacía nada, pero hizo cuando vino con Thomas Jordan en el Perrit y se fue enfermo de tuberculosis para volver a la guerra cuando Martí llevaba casi un año en México, y fue de los tres que negaron la firma del Pacto del Zanjón a la comisión del Centro aunque después acatara el sentir del ejército central. Y hará después: general, diputado a la asamblea de Yaya, expulsado del cargo de jefe de Armería por criticar a Estrada Palma, Fundador de la Academia de Historia de Cuba, Intendente General del gobierno de José Miguel Gómez.
De José Martí dijo que era adicto a las conversiones y él también cayó en su estrategia mesiánica. Collazo quería ser convencido, tanto como necesitaba Martí del libro de Roa para limar diferencias. Una vez Máximo Gómez dijo que Martí comenzó en la Fernandina y no paró de equivocarse hasta Dos Ríos, donde murió el hombre de quien Collazo había pronosticado la locura o la heroicidad final. Martí dijo que Ramón Roa había escrito un libro para atizar el miedo a la guerra. Quizá la preposición que denota la finalidad de A pie y descalzo sea otro de sus errores o nada más que las ganas de no hacer eufemismos cuando se necesita la certeza. Martí sospechaba que Ramón Roa era aquel que con el Venezolano como seudónimo había elogiado el Pacto del Zanjón como la obra más provechosa de la primera guerra, en un libro de claro contubernio con España.
Así se lo dijo a Manuel Sanguily en carta, por infortunio encontrada después que los defensores de Roa habían muerto. Presuroso es juzgar a Martí sin pruebas de haberse retractado en su opinión. Casi dos años después vuelve a hablar de Roa en el prólogo a los poetas de la guerra sin reverberaciones por el asunto de marras. Lo juzga sólo en cuestiones literarias y alaba al sujeto lírico de sus poemas, sin odio. Errado es juzgar mal a los hombres de aquella generación por no haber comprendido a Martí o por un anexionismo que es fenómeno todavía latente; Errado es juzgar a Roa a causa de su apoyo a Tomás Estrada Palma, primer presidente de la República; su confianza en el Tratado de París o un elogio a McKinley.
Hoy se estudia a Martí más de lo que se usa su ejemplo en lo que es válido imitar, quizá por eso también fue profético Ramón Roa cuando lo llamó Jesús inútil Un día será preciso probar aunque sea por curiosidad- hasta donde se equivocó en lo que espanta por utópico y escribir como él quería: Con todos, para el bien de todos, alrededor de la estrella solitaria, para recordarle a los buenos de aquí y de allá lo que es preciso hacer en cada momento. O aprender su filosofía del rencor para ser de aquellos a quienes se refería cuando en el discurso de los Pinos Nuevos, dijo: Ni es de cubanos ni lo será jamás meterse en la sangre hasta la cintura y avivar con un haz de niños muertos, los crímenes del mundo: ni es de cubanos vivir como el chacal en la jaula, dándole vueltas al odio.
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