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El poeta inglés es bastante reconocido hoy como símbolo de donjuán, y no precisamente por haber escrito una versión de ese mito moderno. Lady Caroline Lamb y Bayron fueron amantes a partir del año 1812. Ella tenía 27 años y él, pese a sus 24, contaba con el reconocimiento y la fama de ser uno de los mejores poetas de la época.
Caroline, aunque cuentan que con trabajo, aprendió a leer en la adolescencia tardía llegó a escribir varios poemas y una novela más o menos famosa en su época Gienarvon, que publicó de forma anónima justo una semana después de que Lord Byron abandonara Inglaterra. Aunque la crítica no fue amable con ella, y tampoco Byron, se convirtió en un éxito financiero de varias ediciones y contó con el comentario positivo de ya quisieran muchos hoy: un tal Goethe. Y claro, se puede especular que el protagonista de la novela Lord Ruthven, es una especie de Byron vampírico, lo cual no abundó en la buena reputación de la autora.
Cuando se conocieron, en el año 1812, ya se dijo que ella era tres años mayor, pero Byron había –cosa muy común en los genios- publicado lo que se considera su mejor poema: Childe Harold. Caroline Lamb estaba casada con William Lamb quien un tiempo después llegó a ser primer ministro y uno de los consejeros favoritos de la reina Victoria. Nuestra heroína, antes de conocer al poeta, había leído ya Childe Harold, y quedó tan impresionada que pese a haber sido advertida de la cojera de Byron, y de su costumbre de comerse las uñas, expresó que aunque fuera más feo que Esopo, ella debía conocer a ese hombre.
Llegó entonces a escribirle una carta anónima donde le decía: Usted lo merece y será feliz. Al fin se encontraron. Él, rodeado de mujeres, ella nerviosa, con el precedente de sus propias consideraciones: Loco, malo y peligroso de conocer. De aquel primer encuentro Lord Byron quedó decepcionado. Esta dama inglesa no se parecía al tipo de mujer que agradaba al poeta. Prefería la conquista, necesitaba sentir un poco de resistencia, y ella, tal vez pensó él: demasiado alta y flaca. Caroline, de cualquier forma, tenía una ventaja que supo bien apreciar. Ambos pertenecían a la misma clase social y no así las amantes anteriores de Byron.
Se convirtieron en amigos íntimos algún día entre abril y mayo de 1812 y Londres lo supo enseguida. Lord Byron era un hombre acostumbrado a pensar que las mujeres eran incapaces de entender los deseos y pensamientos masculinos. Con Caroline Lamb, es evidente que esa opinión flaqueó. A pesar se la poca educación académica recibida, la dama tenía un talento natural y una pasión explosiva. Se convirtieron, más que amantes, en dos discutidores enfebrecidos sobre poesía y otras sutilezas; además de dos animales celosos el uno del otro. Las cartas entre los dos eran constantes. Si él iba a una fiesta, tenía la seguridad de encontrarla a ella al salir. Si necesitaba dinero, Caroline, sin dudas, vendería sus joyas.
Con el tiempo Byron cayó en la misma contradicción de la que nunca pudo escapar si se trataba de mujeres y ni siquiera el tolerado escándalo que significó su romance pudo calmar su espíritu. Necesitaba conquistarlas, luego se aburría. Así fue también con Caroline Lamb, Las discusiones cada vez fueron más fuertes. Vinieron las cartas amargas y rencorosas y hasta una amenaza de suicidio. Entretanto, Byron luchaba por despegarse de ella e incrementaba su fama literaria y de escándalos; algunos tan delicados como la acusación de incesto con su medio hermana Augusta, otros menos fuertes que incluían la persecución y conquista de las mujeres de sus amigos.
Para terminar con todo esto la amante despechada unió su voz al coro de quienes esparcían rumores acerca del poeta y poco a poco se fueron enemistando. No le faltaron tampoco a Lord Byron palabras amargas para describir a su "última loca ex-amante". Obsesiva, celosa, dispuesta una vez a enviarle recortes de su rojizo vello púbico junto con una carta de amor.
Retrato de Caroline Lamb (1785-1828) Obra de Thomas Lawrence.
No todo se puede juzgar a la ligera en la vida de esta dama, quien no sólo se dedicó a vivir el escándalo y la obsesión. Había nacido en un mundo donde casi toda la aristocracia practicaba ese juego de traiciones y del gato y el ratón. Sus padres, por ejemplo, al parecer dedicaron más tiempo a ser testigos y protagonistas de todo aquel teatro humano que a criar a su hija.
A los nueve años la enviaron a vivir con su tía y se cuenta que ya para esta época nuestra heroína era tratada con láudano debido a su desequilibrado comportamiento. Los médicos aconsejaron sacarla de la escuela y hasta ese punto llegó su educación académica. Todo eso mientras Lord Byron se daba el gusto de llevar un oso de mascota al claustro sin que su acto trajera consecuencias.
Alejada de la compañía de otros jóvenes y de las distracciones propias de la juventud se refugió en un estudio autodidacta de la Biblia que la condujo por camino seguro al fanatismo. Tanto es así que tras su primera noche de bodas -tenía veinte años-, al cumplir con sus deberes maritales, cayó en una profunda depresión en la que juró no volver a repetir en su vida el pecado de la carne. Tal vez no haya sido así del todo. Lo cierto es que a los siete meses justos tuvo una niña.
William Lamb vio en el fanatismo religioso de su esposa un escudo poderoso contra la concupiscencia de los demás hombres. Estaba confiado de la fidelidad de su esposa, aunque palidecía la relación entre ellos. Y pálido era el rostro de Byron, eso dijo ella. Se enamoró del poeta.
Para terminar del todo con esta pasión Lord Byron se fue de Inglaterra y a ella le quedó su ex esposo, quien pese a los rumores y el escándalo y el divorcio; pese al láudano y el alcohol en que se sumió ella; pese a su fama de mujeriego y haberle prometido las cosas indecentes que una esposa no puede aceptar; pese a que ella lo engañó con otros –entre ellos el duque de Wellington-; pese a que el poeta cojo permaneció en la memoria de nuestra dama como la gran pasión... pese a todo él estuvo a su lado, como un amigo, hasta el día de la muerte de ella. William Lamb nunca volvió a casarse.
Tras la muerte de Lord Byron, en 1824, Caroline cayó en una gran depresión. Se acentuó su angustia tras la publicación de una colección de documentos del poeta, donde no se la menciona. Huyó entonces ella de Inglaterra, coleccionó amantes de una noche, escribió otra mala novela. William la hizo traer, aunque ya estaban divorciados. Volvió nuestra heroína a ser declarada enferma por los médicos y entonces al láudano y al alcohol. Murió a los 42 años, en 1828, dejando atrás sólo una huella mínima en la historia de un amante que se convirtió en uno de los poetas más grandes de su época y en un marido que llegó a ser primer ministro.
Es curioso que con el tiempo los libros de Caroline Lamb dejaron de convertirse en simples panfletos de cotilleo y comenzó a abordar temas más profundos, incluyendo el siempre polémico asunto de la sucesión del poder en Inglaterra.
Su primera obra: Gienarvon, publicada en 1816, es una novela gótica con argumento en Irlanda. La publicó de manera anónima. Fue una especie de éxito y escándalo a la misma vez, pues todo el mundo sabía quien la había escrito y poco gustó a los gerentes de la sociedad inglesa que una dama casada ande por ahí escribiendo sobre sus desmesuras con un poeta cojo que se comía las uñas y que una vez había llevado un oso al colegio diciendo que era su mascota favorita. El hombre que llamó a su barco Simón Bolívar mientras hacía la revolución en Grecia y que bebía vino en un cuenco hecho de un cráneo humano.
Carta enviada por Lord Byron a Caroline Lamb
Todo parece claro en este texto aunque está pobremente escrito. Glenarvon es Lord Byron y Calantha es la autora. Desde el comienzo de la novela Gienarvon es descrito como un ser vil y se sugiere que hay algo de sobrenatural en él.
La novela ha sido considerada como la primera utilización del vampiro como personaje literario, pero no es así. Gienarvon, quien acusa algunos rasgos similares a los que conocemos hoy en Drácula y compañía, no es un verdadero vampiro o al menos no se declara así. La primera vez que Calantha lo ve es a la luz de la luna y al notar su palidez creyó estar en presencia de un ángel caído. Recordemos la famosa palidez del autor de Childe Harold.
Incluso las tormentas de la naturaleza no pudieron mover a Glenarvon. En la noche oscura, cuando la tempestad se agitaba y el océano tormentoso golpeaba contra los altos e inminentes acantilados, se aventuraba a escuchar el trueno rugiendo sin miedo, y observaba los rayos bifurcados mientras brillaba a lo largo del cielo.
Todo esto sugiere desde el principio que estamos en presencia de un vampiro. Es una idea interpolada de nuestra experiencia moderna. El género gótico, más afortunado unas veces que otras, depende todo el tiempo de una atmósfera, de una sugestión que sirve de embalaje a la tragedia. Gondimar, la amiga de Calantha le advierte que el misterioso amante tiene sangre en la mano. Entonces ella sueña con un monje que le advierte y le dice que Gienarvon nunca le dará la mano derecha, porque hay una marca en ella. La heroína le cuenta el sueño al amante y este inmediatamente le extiende la diestra; pero ríe a la vez de una manera endemoniada y también sobrenatural.
Ambos personajes celebran una boda demoniáca y luego él la abandona. Calantha se siente entonces morir. Antes de expirar, sin embargo, consigue el perdón de su esposo, lo que ella iguala al perdón de Dios. Este perdón, y el castigo en el caso de Gienarvon se van haciendo más patentes a medida que se acerca el final de la novela. Si se compara los detalles del argumento que se dan aquí, se comprenderá la estrecha relación que tuvo la novela, de casi autobiográfica, con la vida y tribulaciones de su autora. Tal vez haya deseado para Lord Byron el terrible final de pesadillas y torturas que le recetó al casi vampiro de su obra.
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