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Hay que ir a Carranque, un pequeño pueblo de Toledo, si se quiere entender, un poco y vista mediante, el esplendor rural del Imperio Romano. Gracias a la repetida casualidad del hombre arando se encontró la más grande y espectacular villa romana que existe a flor de tierra en la Península. Materno fue el nombre de uno de sus dueños, y parece ser uno de los fundadores de la dinastía rural que se asentó allí y se enriqueció gracias a la producción y el comercio de aceite de oliva.
Nada más se sabe de él, excepto que vivió en algún momento del siglo IV, durante el imperio de Teodosio I. Fue una época de transición y expansión del cristianismo que al parecer partió en dos las costumbres estéticas de la zona, pues en otro edificio se ha encontrado una lápida con relieves que muestran la historia de Jonás –de carácter bíblico- que contrapuntean con los mosaicos de carácter grecolatino, semejantes a los que se pueden ver en este artículo sobre El arte erótico en Pompeya y Herculano, aunque claro, no con la misma opulencia.
A los habitantes romanos de la villa le sucedieron todas las demás civilizaciones que vivieron y viven en la Península. La función de las edificaciones fue variando: vivienda, basílica visigoda con cementerio, tal vez mezquita, más enterramientos cristianos, Ermita de Santa María de Batres–únicas ruinas en pie al encontrar el yacimiento-, etc.
Sus piedras fueron utilizadas para otras edificaciones, la sombra de la única pared de la ermita fue aliciente del ganado, sus riquezas dispersadas, su gente se marchó. Los más de cuarenta tipos de piedras semipreciosas y mármoles usados en la construcción, traído de los mercados más caros del Mediterráneo, pasaron a ser ruina irreconocible para profanos entre ruinas que poco a poco se tragó la tierra.
Fragmentos de mosaico (Mosaico de Adonis) en Carranque, Toledo.
La casa de Materno es una de las tres construcciones que están a la vista hoy en Carranque. Aunque hay otras bajo tierra, localizadas y supuestas, la falta de presupuesto ha interrumpido el proceso investigativo. Esta casa muestra un grupo fabuloso de mosaicos, donde no faltan los motivos religiosos relacionados con el culto a Afrodita, Océano y otros dioses, además de pasajes de la Ilíada y diversos mitos grecolatinos.
La mansión de más de veinte habitaciones contaba con agua corriente, calefacción y un patio interior que permitía la llegada de la luz a los últimos rincones de la vivienda. Se supone, por el trabajo de varios artesanos y por la cantidad de sutilezas que Materno –de quien poco se sabe- llegó a amasar una fortuna que le permitieron lujo y poder. Junto a la casa, aunque hoy recubierto de tierra, luego de ser localizado, se encuentra una factoría mediana que fue creciendo en varios periodos de tiempo y, se sabe, fue utilizada para la producción de aceite.
La otra construcción –hay tres pero hay poca información sobre la más pequeña de ellas- es un palacete que en su tiempo contó con 24 macizas columnas de mármol de Anatolia, el más caro de aquella época. Se cuenta que el techo y las paredes estaban todos hechos de mármol y que el techo se adornaba con mosaicos hechos de mínimas piedras y ribeteados en pan de oro.
Entre las piedras utilizadas se encuentra también el pórfido rojo, tan caro y difícil de conseguir en esa época que hacía falta algo más que dinero para conseguirlo. Del tiempo de los visigodos, en su interior, se encontraron más de cien tumbas y otras cincuenta que datan de épocas posteriores a la reconquista. Justo encima de los restos arquitectónicos de este palacete es donde se encontraba la Ermita de Santa Maria de Batres, mencionada ya en las Relaciones topográficas de Felipe II.
Tanto lujo obliga a pensar que el yacimiento de Carranque no es un caso aislado y que en lugares próximos a las antiguas vías romanas existen muchas edificaciones aún por descubrir. Hay métodos para hacerlo, pero no presupuesto; así, los investigadores prefieren conservar estos yacimientos aún no vislumbrados, debajo de la protectora tierra.
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