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Estuvimos en la primera casa de Benito Pérez Galdós, desde donde partió con diecinueve años a estudiar en Madrid; posteriormente vivió a caballo entre Santander –porque añoraba el mar- y la capital española. Mas como dice la curiosa y pequeña placa colocada en el pavimento frente al museo “Que de dónde soy… ¡Pero hombre!... Si eso lo sabe todo el mundo. ¡De Las Palmas!”.
En aquella morada del barrio de Triana pasó sus primeros años. Sus padres tuvieron seis hijas y cuatro varones. Con una familia tan numerosa, se puede decir que de sus padres tomó el más pequeño de los hijos el don de la prolijidad.
No se puede abundar en un periodo de la historia de España sin leer a Galdós. Pero este escritor sin par no estaba redactando libros de historia, sino que contó a sus contemporáneos la vida de esa vida que ellos mismos no dilucidaban. Fue una tarea extraña que Benito Pérez Galdós –como Balzac- asumió con éxito.
La mejor manera que nos queda para conocer al hombre que fue es visitar su casa museo en Las Palmas de Gran Canaria. De aquella otra famosa casa San Quintín, que tuvo Benito Pérez Galdós en Santander, muchos objetos vinieron a parar a este punto de la España insular. Fue una suerte que se inaugurara en el año 1964 –y tan lejos, diría cualquiera- un pequeño santuario al autor más prolífico de la lengua española, en su casa natal.
Entramos por la cochera, como se suele hacer ahora en muchas casas antiguas. Como las visitas son guiadas tuvimos que esperar un poco; lo que nos valió para reorganizar nuestro viaje y enterarnos, sin ver más allá que la escalera lateral y una puerta, que la casa de dos plantas estaba llena de objetos pertenecientes al escritor, traídos de la península.
Despacho de Benito Pérez Galdós en su casa de Canarias.
Muebles en su mayoría diseñados por él y manuscritos. Eso es importante. Dice mucho de una persona la letra con que escribe, los textos que no destruye. Benito María de los Dolores Pérez Galdós no debió haber quemado muchos papeles. Leer toda su obra es una larga tarea, pero a la vez placentera, pues lo hizo bien, al punto que para expertos en lo que no se puede ser, lo consideran el segundo mejor escritor de España, y no hay quien diga que su Fortunata y Jacinta es la purísima leche de la literatura. Comoquiera, hay algo de mágico en este tipo de artistas, ya lo dije sobre Van Gogh: la prolijidad es obra superior.
Y si dejamos a un lado la literatura, al subir la escalera de la casa de Benito Pérez Galdós en las Palmas de Gran Canaria, en busca del hombre, no dejamos de admirarnos. Las habitaciones son acogedoras y están llenas de muebles diseñados por él, su piano, sus libros –sí, uno se entera de que hay libros que él no escribió y los leía-
Unas mascarillas chinas que compró en la Exposición Universal de París. En 1890, digo yo. En el 98, me aclara uno de los jóvenes suizos que subió con nosotros. Hay un afilador de lápiz ante el que temblaría el mismísimo Robespierre, el retrato que le hizo Joaquín Sorolla y que luego serviría de modelo para cuando pusieron el rostro de Benito en el billete de mil pesetas. Benito Pérez Galdós era un coleccionista de pasiones. De las paredes de su casa en Las Palmas cuelgan dibujos y acuarelas hechos por él, la cruz que le regaló el papa, carteles de teatro, diplomas, medallas.
Firma de Benito Pérez Galdós. Imagen tomada en su casa de Palmas de Gran Canaria.
En la planta baja, tras aquella puerta de cristal opaca, se exhiben los objetos y manuscritos que no han encontrado sitio dentro de las habitaciones. Además, se ofrece información sobre la historia, la vida y la visión de Galdós. Una nota más con mi consejo de visitar la casa si están en Las Palmas de Gran Canaria; mi aval para la recomendación certera de los especialistas y el logro de hacer de los visitantes algo más que simples fantasmas de otro tiempo, sino que invitados de Benito en su casa.
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