El diario de campaña de José Martí

Alejandro Cernuda


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El diario de campaña de José Martí lleva un título eufemístico. Más que la sucesión de los hechos y los días está considerado por algunos expertos como una de las obras poéticas de mayor calidad escritas en la isla de Cuba.

Esas cosas que pasan con los libros que no se escriben para serlo..Es difícil para las obras de no ficción atravesar la fuerte membrana que poseen los críticos y les impide admitir que están frente a un monumento literario.

Si lo desea puede consultar en este enlace el diario de campaña de José Martí

Portada del diario de Campaña de José Martí

Lo fue, quizá, La historia verdadera de la conquista de la Nueva España, el Diario de Francisco de Miranda o la Vulgata de San Jerónimo. En cualquier caso la decisión está velada por un concepto abstracto.

En el diario de Martí sorprende el sigilo de un hombre acostumbrado a lidiar con la pena; nada de angustia, sino puro optimismo y encantamiento ante lo desechado por las más de treinta obras que por el estilo se escribieron por otros tantos combatientes de la guerra del 95.

José Martí entiende la naturaleza y a la vez se admira; logra admirarnos en su manía de describir hasta el último árbol, las flores, los ríos; y sin embargo, la magia de guardar el equilibrio con lo humano. Pocos campesinos de la zona, de los que conoció el Apóstol, escaparon de dar su nombre a las páginas del cuaderno, para la letra menuda.

Pocos fueron excluidos de la descripción breve y a la vez profunda. No escaparon las anécdotas de la guerra pasada que sabía no iban a los libros de historia y eso, ser herramienta vivificadora del hombre individual, esa es una función exclusiva de la literatura como arte.

Una obra literaria es un sistema compacto, lo que no quiere decir que las fallas sean siempre perjudiciales, hay libros perfectos y aburridos y otros hechos al vuelo con un valor estético a peso de oro.

La homogeneidad de un libro no implica la condena de las cimas o los cráteres, incluso si en una frase se niegan hasta las reglas de la lengua madre: Llamadme Ismael, así comienza Herman Melville su Moby Dick, y con esa frase que nos condena desde el principio a no saber el nombre del narrador, en dos palabras obliga a repensar la teoría del punto de vista espacial. Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges, dice el argentino ciego que raras veces sube el tono y de pronto, cuando lo hace dentro de la más aguda ficción, resulta que es él, Borges mismo, quien evoca frente al cuadro de Beatriz Viterbo y a la vez escribe una mentira genial.

Y años antes de que Martí se fuera a la guerra otro cubano marca una frase dentro de un libro de más de trescientas páginas. Una frase para un giro, para definir sin decirlo toda la fuerza del manido amor. A él no, a ella, le grita Cecilia a Pimienta cuando va a matar. todo lo que se ha hablado de amor cabe en esta frase. Este diario de campaña también tiene su oración: Lola, jolongo, llorando en el balcón. Sentencia de inicio y despedida.

Que nadie procure hablar de complementos con ella ni la use de ejemplo semántico, pero todos la entienden al vuelo. Marca la rapidez con que a partir de este momento será descrita la acción. Una frase como una voz de arrancada y a la vez todo el dolor que cabe esperar de Dolores Dellundé al ver partir al amigo del esposo hacia lo incierto.  

El diario no es un documento literario pensado para el gran público. Es un cuadernillo escrito para un uso práctico, con carácter nemotécnico; un contrato con la memoria, no solo de los nombres de lugares o un manual de botánica. Es, sobre todas las cosas, un termómetro de estados de ánimo, un tiento a la mente de los hombres que rodean al Apóstol.

Una libreta de apuntes para revisar mañana y saber por dónde anduvo y quién es quién. Sin datos que revelen lo que es preciso ocultar. Un hipertexto mutilado post scriptum, a pesar de todo, probablemente por él mismo, para nivelar algún énfasis inoportuno. El diario de campaña de José Martí no es más que eso, con la diferencia objetiva de estar hecho por uno de los mejores que había en la lengua.

Hoy no vale para saber más sobre lo manido de la Mejorana, quien no entienda ya, es que no quiere entender ni le bastará ser dueño del secreto de confesión del mismísimo Antonio Maceo. Ni sirve de mucho hurgar en él para conformar la historia oficial. Hoy, y esa es otra propiedad de las obras buenas, tiene vida propia como documento artístico literario.

Habla de los perros ahítos de carne de vaca más que de la estrategia de una guerra que terminó un poco después del mediodía del diecinueve de mayo para dar lugar a otra que cumple los requisitos para ser tocada por una frase de estos tiempos. Guerras iguales y diferentes. Igual en sus métodos y diferente en su espíritu. Qué guerra es esta, dijo el viejo general de tantas porque ya no entendía ante la muerte de Martí. La respuesta se esconde entre las páginas de un diario que respira apurado.  

David Susel dijo que había libros egoístas, que no permiten leer otros después de ellos. Nos absorben nos estrujan, se apoderan de nuestros anhelos. A este grupo pertenecen Virginia Wolf, Dostoievski y Proust.  Dijo que había libros serenos, olímpicos, que nos hacen enojar con los malvados y querer a los buenos, citó entonces a Goethe y a Dickens.  Y Mencionó un tercer grupo, difíciles de clasificar, escurridizos, ladinos. Sutiles y tortuosos, pero que halagan nuestra inteligencia desde el primer momento. Sin dudas a este grupo pertenece el diario de campaña de José Martí.

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