La Gran Belleza es tal vez una de las mejores películas del cine moderno italiano. El Aparato Humano fue la primera y única novela que escribió Jep Gambardella antes de ser protagonista de esa película: La Gran Belleza. No sabemos mucho de ella, salvo que fue todo un éxito. Un puñado de escritores han sufrido algo similar a lo que se cuenta en La Gran Belleza, algunos, como tal vez Juan Rulfo, no pueden superar el intervalo circunstancial donde se arriesga la fama obtenida con la primera al plantearse una nueva novela.
Dije parecido pues no es el caso de Jep Gambardella (Tony Sevillo) quien al parecer ha dejado de escribir a cambio de un contratiempo, a mi juicio y pese a todo, más interesante que el miedo. Jep Gambardella, luego del éxito que significó su novela El Aparato Humano, se aficionó a las sutilezas de la vida mundana. Como él mismo aclara su reto estuvo no solo en ser invitado a las fiestas más importantes de Roma, sino que a controlarlas, hasta el punto de poder decidir su fracaso.
El problema de este tipo de éxito vacuo, es que la vacuidad por sí misma toma protagonismo en nuestra vida y cuando ya no hay remedio, o poco tiempo, se encarga de hacérnoslo saber, nos manda un mensaje a la consciencia y entonces uno se pone a mirar alrededor.
Escena de la película La gran belleza
¿Y qué hay allí? Vanidad de vanidades, como en casi todas partes, pero esta vez potenciada por una sensualidad que ya muchos escritores de primera quisieran haber vivido. Entonces cuál es el conflicto de este hombre exitoso, tanto con su obra de juventud, como en su empeño en dominar el monstruo báquico.
Cuando uno avanza en la película La Gran Belleza descubre haber caído en la trampa. Esa misma estética belleza me atrevo a llamar- ha despertado en nosotros una sospechosa catarsis. Es la trampa de Fellini y casi todo el cine de calidad que se ha hecho a partir de él en Italia. Lo peor que nos podría pasar a los espectadores es que Jep Gambardella se encerrara en un cuarto a escribir y dejara de llevarnos de la mano por los lupanares y museos de Roma.
Como no tengo miedo de decir que el rey está desnudo, reconozco que nunca entendí bien a Flaubert cuando habló de su pretención de escribir una novela donde no pasara nada. Los intentos de tal suicidio no han pasado de experimentos de estética deleznable. Comoquiera que Jep Gambardella lo menciona es imposible no sospechar que de alguna manera Paolo Sorrentino hace un guiño sobre su intento; pero en La Gran Belleza pasa demasiado.
Los personajes minimizados tanto en su complejidad psicológica excepto la Santa- como en su devenir social, están hecho al vivo estilo de Fellini, de quien parece haberse tomado todo en esta película, con el solo aditivo de la modernidad, lo que ha sido suficiente para demostrar que la savia del verdadero genio no se ha gastado aún. Pero estos personajes tienen una importancia vital; están para servirnos a nosotros de anclaje con la vida nuestra, con la falta de contacto que hay entre nosotros y un carácter tan específico como el de Gambardella.
El argumento necesita ser llevado por la forma, y eso es lo que pasa en esta película, alejada a mil leguas de otras historias de muerte y desamor más terribles. No pasa nada de eso, pero cuando se pone la belleza, la Gran Belleza en función de un conflicto minimalista ocurre, si se tiene una terraza como la de Gambardella, que una historia puede despegar y llevarnos de la discoteca al museo y de paso criticar las miserias humanas que tanto amamos.
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