He aquí el testimonio de una chica que utilizó los poderes curativos de la rana kambó para curarse del mal de amores.
Hay una ranita en la región del Amazonas y una mujer con o sin mal de amores en alguna parte. Llegó –la mujer- como por equivocación a mi Facebook. Dijo hola y por intermedio de otra amiga me contó su historia con el Kambó. Le debo mucho a ella. Gracias a su desinteresada ayuda Chile se convirtió en el país donde más se leían mis textos… tanto empuje, y yo que hablaba de cosas que a ellos no le interesaban mucho. Pero sería hipócrita decir que escribo este artículo a modo de agradecimiento. Lo hago hoy por tres razones. Es una buena historia; la chica disimulaba su padecimiento en una soltura de verbos que, por profesión y cultura, me hicieron respetarla y el componente exótico que pueda tener este tratamiento para la otra parte del mundo es, por el contrario, lo que le da un carácter universal.
El Kambó –sapo en algún dialecto amazónico- tiene la propiedad de secretar dermorfina, una sustancia tóxica que evita ser comida por los predadores y en caso extremo obliga al vómito. Este acto, para la rana, similar al nacimiento, puede ser un símil de lo que sucede con quienes se enfrentan a la terapia que practican los chamanes, hoy con pacientes más allá de la tribu. Es, sin embargo, esta toxina, un medicamento patentado hace ya unos cuantos años. Llegó a Chile, me imagino, como valor agregado de otras emigraciones. Hoy, en internet, se puede constatar el auge que tiene dicha práctica en ese país.
Pero ella, mi amiga, era más de aguantarse y peleadora desde sí misma. Lo es aún. Supo del Kambó por uno de esos momentos desesperados en que ya no se sabe a qué acudir y hay gente de confianza que te mata excusas y te arrastra, pese al escepticismo. Hasta llegar a sentarte en una sala donde desconocidos se someten al mismo tratamiento, porque el Kambó no solo trajo consigo la medicina de los chamanes, sino que también ese espíritu desprejuiciado.
Para remedios contra el mal de amores tenemos al reivindicator. He aquí uno de sus testimonios en el caso de El burdel al revés.
Ni píldoras ni diván. No hay cuarto aparte. Un cubo entre las piernas –para el vómito seguro- y altas probabilidades de que cualquier otra descarga del cuerpo surja en plena consulta. El tratamiento es sencillo: tres rondas en un periodo de tiempo que va desde una diaria hasta veintiún días entre cada dosis dependen de la enfermedad, que en estos momentos puede ir desde el simple desarreglo menstrual hasta el cáncer o el sida, y claro, el mal de amores.
Es obligatorio beber grandes cantidades de agua antes de comenzar a enfrentarse al Kambó. A los hombres en el brazo o la barriga. Las mujeres reciben el tratamiento en las piernas. Se queman cinco puntos se raspa un poco la piel, sin dolor, luego, se mezcla con agua sobre una tablilla el veneno de la rana y se logra una mínima gota de algo parecido a la leche o la saliva y se aplica sobre los cinco puntos.
Parece simple y lo es, pero tras ese breve procedimiento se esconde la razón filosófica de toda una cultura: el cuerpo no eres tú, y en él se cargan los males que te afectan. Se esconde también el sacudón electrizante de todos los nervios, el vómito, las nauseas, la arritmia, la sensación temeraria de sentir por primera vez el chorro de sangre que va por las venas, y de alguna manera la revelación de que estás siendo transportado a un lugar limpio, calmo, donde por fuerza hay que entrar a través del dolor.
El Kambó es un tratamiento radical, situado entre las creencias no asentadas en los libros de ciencia y el aún débil estudio de su alcance, tal vez en un tiempo se convierta en otro descrédito a ojos de la ciencia, pero tiene una ventaja sobre otras prácticas que han pasado de moda, como la iridología, el psicoanálisis o la leche de cerda para el alcoholismo. Los efectos inmediatos, el sacudón, hacen que la falta de fe sea un contratiempo sin importancia.
Es difícil encontrar alguna empresa que comience con tan tremenda esperanza y expectación y sea a la vez tan propensa a fallar como lo es el amor.
Erich Fromm
Mi amiga asegura haber vomitado hasta los recuerdos… Me levanté, comí algo y aterricé en mi casa dos horas más tarde. Mi cuerpo estaba exhausto, no así mi mente ni mi alma. Por fin tenía esa paz que tanto cuesta alcanzar y que sigue hasta hoy, entendiendo que la vida es mucho más que el trabajo, las responsabilidades, horarios, agendas y que ese mono histérico que es la mente, puede acallarse. No había angustia ni preocupaciones reales o inventadas. No hay más cansancio ni desgano.
Son sus palabras. Luego la advertencia de que no era su intención, con el texto, hacer proselitismo sino contar su experiencia.
Utilización del kambó y otras especies de rana
Hoy se están muriendo las ranas en Latinoamérica. Una ola de enfermedades: hongos y bacterias, va menguando su población. La piel envenenada, se cree que para protegerse de los depredadores, no siempre las ayuda… Estamos de acuerdo, la rana no es la vaca, pero sí es uno de los animales más utilizados por el hombre en Latinoamérica. Si nos fijamos en el aprovechamiento de los animales no domésticos y con fines no alimenticios, los anfibios no se alejan mucho del primer lugar.
El líquido que secretan por las glándulas parótidas en muchas especies es una maravillosa mezcla de toxinas con usos hasta ahora poco investigados. Los científicos admiten que no se han estudiado lo suficiente las propiedades curativas de la saltarina especie. Hay ranas que tienen suficiente veneno en la piel para matar a un millar de roedores. Otras, como el extracto del sapo bufo bufo, se ha utilizado en España contra la putrefacción de los cascos del ganado.
Desde Centro América, en Panamá, hasta Chile, la rana kambó y de otras especies han contribuido, aunque no siempre de una manera afortunada, a la lucha del hombre por sobrevivir a la falta de medicinas y a los males espirituales como ese del mal de amores. Han, de cierta manera, afianzado la sabia decisión de embarcarlas junto a nosotros en el Arca de Noé.
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