Michel Houellebecq o el mundo desde la cama

Alejandro Cernuda


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«Uno de los más bellos espectáculos que quepa contemplar» Esta frase sacada de la novela Plataforma, de Michel Houellebecq, a simple vista no dice mucho, pero si sabemos en el contexto que habla, enseguida vendrá a la mente de los cubanos uno de los lugares comunes fundamentales de nuestra cultura.

Lo repito con las palabras a que estamos acostumbrados: Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto La frase de Cristóbal Colón al pisar tierra cubana, citada ahora por mí, avisa a quienes aún no han leído esta novela de que parte de su trama tal vez la menos significativa- ocurre en Cuba, y no precisamente en La Habana, que nunca se menciona, sino en el oriente del país.

Cuando un intento artístico se nos acerca en el espacio y el tiempo, tendemos a darle más importancia al argumento y menos a la forma. Nos convertimos en jueces y pasa, con algunos libros, que la trama bien urdida hasta ese momento se desvanece un poco porque el autor pierde verosimilitud al acercarse a nuestro entorno. Me ha pasado con libros que saltan de un lado a otro, y cambian completamente de dimensión si en uno de esos saltos me tocan de cerca.

También nos gusta escuchar que hablan de nosotros, por eso cuando el protagonista de la novela Plataforma, un francés, se pone ante la disyuntiva de si Cuba o Tailandia y decide por la segunda opción, al principio me sentí desilusionado. Quería ver cómo pensaba Michel Houellebecq de nosotros. Luego se lo agradecí, al menos no hay película porno que describa mejor lo que se siente al ser víctima de un body massage.

Cuando por fin vienen sus personajes a Cuba, Michel Houellebecq no arriesga mucho. Su descripción más o menos informativa no se aleja del pensamiento promedio de los turistas. Reflexiona sobre la transición al capitalismo, esa inminencia que se viene anunciando hace ya más de veinte años; y sobre la figura de José Martí.

Da ganas de leerlo, dice, aunque tiene demasiado humanismo para los tiempos que corren, pero nadie sabe. Y se queja de que la tumba de José Martí parezca transmitir la idea de que está muerto, en lugar de vivo o que es presa de una tensión inconsolable culpa de la cultura católica de los cementerios- en lugar de estar rodeado por amables figuras griegas.

Michel Houellebecq, como escritor habilidoso, es un ejemplo de utilización del conocimiento sin ramplonería en función de la literatura. La ciencia, la filosofía, la política, se supeditan a la caracterización del principal personaje en toda su obra: el ser humano. Su profesión primaria era de esperar luego de que médicos y policías han hecho sitio común dentro de las letras-: aunque se graduó de ingeniero agrónomo trabajó como informático, y su literatura está basada en la teoría de que el libro es capaz de admitirlo todo.

Houellebecq no viene a hacernos el cuento del mundo y la ciencia ni con alardes pirotécnicos de hombre informado. Su lenguaje es harto directo. Como por ejemplo, cuando el Bruno de Las partículas elementales, se hace una paja -como dice la traducción española y decimos nosotros-. Nada más íntimo y común.

Pero tampoco me explico bien, y este francés puede parecer un tipo que busca el gancho en el sexo para escribir libros de divulgación científica o algo parecido. Un pornógrafo ilustrado. El mismo juego que hace con la ciencia está implementado para la política, la filosofía, el arte o cualquier otra cosa. Ha sido, por mucho, el autor moderno más polémico en cuestiones de sexo, mujeres e islam.

Puede parecer un tipo listo, alguien con capacidad para urdir tramas y vender un paquete turístico a la imaginación, pero no es así. De hecho, mi pintura del asunto parece la de un escritor frío y programado para vender. Cuando la crítica lo comprendió ya había repartido más de un millón de copias.

Escena de la película Secuestro de Houellebecq

Escena de la película francesa El secuestro de Houellebecq

Plataforma es la historia de un hombre, de carácter minimalista, un bueno para nada, un funcionario de cultura que un día, tras la muerte poco importante de su padre, decide irse de vacaciones a Tailandia. Allí conoce a Valérie, una chica bisexual, inteligente, hermosa, con buen trabajo, con la escasa propiedad de vivir para dar amor y comprensión. qué más se puede pedir.

Comienza un romance entre filosófico empresarial y pornográfico que llevará al lector por los resquicios del negocio del turismo, de viaje, y a las diferentes guarradas que se pueden hacer con una mujer, o con dos. es inevitable que una historia así, puesta en manos de Michel Houellebecq o de cualquier otro escritor con sentido común no tenga un final trágico. Estaba yo, por otra parte, acostumbrado de sus otras novelas a ese giro de última hora.

Bajo su argumento de libro con pinta de best seller se esconde toda una reflexión sobre el encontronazo constante entre las culturas y sus consecuencias en la reevaluación de los preceptos del placer. La decadencia sadomasoquista de las costumbres occidentales y de cómo el sexo sirve de medida para los diferentes valores de la humanidad.

Es una reflexión a medias, no se puede pedir más en una novela, pero el problema fundamental de qué es el sexo en lo social está enunciado con una claridad pasmosa. Cuando Michel Houellebecq lea a Martí debe, hoy, haber terminado con el acervo europeo- se enterará que el hombre de bigote y expresión sombría, el demasiado humano para estos tiempos, como lo llamó en su novela, quiso una vez echar a la hoguera de la Patria, hasta el arte si fuera necesario. En esta especie de suicidio ambos tienen que ver.

Monsieur Houellebecq quiere ponerlo todo dentro del libro, con un discurso entendible para todos, y humedecerlo con saliva y semen. Una descripción descarnada de la sociedad. Quiere corromper las candorosas partículas que suponía Niels Bohr, intocables entre sí, púdicas, a cambio de salvar esa parte del hombre que ya nadie busca en los libros ni con un farol en las calles.

Libros de Michel Houellebecq

Añado algunas notas fugaces sobre los libros que he leído de este autor francés.

Ampliación del campo de combate

Sus personajes están en esa línea donde siempre le ha sido difícil el tratamiento a la literatura. No son ricos ni pobres, ni marginados ni exitosos. Son gente de oficina, aburridos técnicos e ingenieros enfermos de estrés.

No se trata de un discurso crítico en otro aspecto que no sea el humano. La gente, por lo general, huye de las representaciones patéticas que lo afectan directamente. En las novelas de Houellebecq los aludidos se sentirán gratificados y los ajenos también. Es, por otra parte, y no solo en sus novelas, el tratamiento empresarial y el regodeo con una filosofía campal basada en la ciencia una constante innovadora. Novela.

Las partículas elementales

Cuando se pretende tratar a un personaje como arquetipo de toda una generación Bruno- se corre el riesgo de caer en posiciones patéticas. Por eso Djerzinski, pese a tener menos peripecia dentro del texto, tiene una vida más apartada de sus semejantes y es un personaje más literario que su hermano.

Todo el carácter humano y psicológico adjunto a Bruno se vuelve monótono. Es él una excusa para el panorama de los años sesenta y setenta, algo que, por otra parte, la gente vivió desde una individualidad y un optimismo diferente el vacío llegó después-.

La leyenda del sexo libre se asumió en ese momento como un sueño de esperanza, una especie de comunismo sexual, pero siempre quedaron espacios abiertos para quien no lo entendió.

Bruno insiste en criticarlo desde adentro, es, como dije, una excusa, no un personaje y menos un ser humano. Se queja todo el tiempo y lo que hace es joder con mujeres. ¿de qué se queja?

Houellebecq ejerce una tiranía sin límites sobre sus personajes: .aunque Djerzinski no experimentó el amor personalmente, gracias a Annabelle pudo hacerse una idea de lo que era; pudo darse cuenta de que el amor, en cierto modo y adoptando formas todavía desconocidas, era posible.

Me quedo con ganas de conocer a Djerzinski y luego, en Plataforma, las mismas ganas de ir más allá en la psicología de Valérie. El epílogo, genial, más que toda la novela. Las partículas elementales gira en el último momento. Hay un cambio en el tiempo y un aire, aunque maniqueo, optimista justifica toda la novela.

Algo muy parecido al final de Crimen y Castigo. Dostoievski hace un cambio en el espacio y todo el compuesto psicológico y filosófico, como si autor y personaje estuvieran cansados de vivir en esa constante presión, y de repente Raskolnikov y quienes aprendimos a comprender- encuentra la paz cuando ya no era posible imaginarla.

El mundo como supermercado

En una ocasión lo dice un personaje y en otras tantas se intuye que Michel Houellebecq considera el pensamiento radical como una de las características de un buen escritor. Su posición radical- en cuanto a los musulmanes nos recuerda el antisemitismo de Céline Michel dice que Céline está sobrevalorado- .

Nos recuerda las declaraciones de Lars Von Trier a favor de Hitler. Creo que la mayoría de los seres humanos guardan una posición tajante con muchos aspectos, y que también como ellos, los escritores se han cuidado de pronunciarse. No es lo mismo emitir criterios contra los árabes en un momento en que están de su parte la opinión subterránea, y cada vez mayor, de muchos europeos; la libertad de expresión y cierto espíritu de rebeldía sensual que acompaña al arte moderno.

Cito al autor: el libro se convirtió en un vivo foco de resistencia. Hubo tentativas de almacenamiento de obras en servidores de Internet; el éxito sigue siendo confidencial y limitado a las enciclopedias y las obras de referencia. Al cabo de unos años, la industria tuvo que reconocer que el objeto libro, más práctico, atractivo y manejable, conservaba el favor del público. Ahora bien, cada libro, una vez comprado, se convertía en un temible instrumento de desconexión. En la química íntima del cerebro, la literatura había sido capaz, en el pasado, de ganarle a menudo la carrera al universo real; no tenía nada que temer de los universos virtuales.


Houellebecq está entre Céline, aunque lo niegue; entre Emil Michel Ciorán y con un poco de Balzac, aunque nadie lo vea, y de Aldous Huxley y de Baudelaire no olvidemos que también es poeta-.

Busca en sus novelas una salida para el hombre donde no la hay, un recuento y un flash forward de la comedia humana con mucho sexo. Sus novelas posteriores, por lo que he leído de ellas, se aventuran más allá del género humano a la manera en que lo hace en el epílogo de Las partículas elementales. A mí no me sirve como estrategia de final, pero qué bien lo cuenta.

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