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Martín Lutero dijo que Copérnico era un tonto, tal vez por eso Johannes Kepler, que era luterano y lo fue, aunque poco ortodoxo, hasta el fin de sus días, demoró bastante en entender el plan de Dios, el que Dios tenía para él.
La historia es sencilla. De niño Kepler fue a parar al monasterio Maulbronn, el mismo que bien retrata Hesse en su novela Bajo las ruedas. Era este sitio demasiado estrecho para la mente del hijo de un mercenario y una curandera de nombre Katharina Guldenmann, quienes lo habían iniciado en el estudio de la astronomía, en particular el padre, antes de desaparecer para siempre años después.
Fue su madre quien la llevó a ver el cometa del año 1577 y a su padre le debió el avistamiento del primer eclipse. Mientras este último desandaba las tierras de los Países Bajos, en guerra por aquel entonces contra España, Johannes compatibilizó sus estudios con el trabajo en las labores agrícolas. Su inteligencia le permitió ingresar a la universidad de Turbinga.
En un principio quiso estudiar teología, pero las matemáticas le pudieron más. En esta universidad Kepler estudió casi de todo y vio por primera vez lo que sólo se reservaba a un grupo selecto de alumnos: el sistema heliocéntrico de Copérnico, a quien Lutero había llamado tonto.
Antes de Copérnico y después, por cerca de mil quinientos años, fue oficial el sistema geocéntrico de Tolomeo. Se creía sin derecho a duda que la tierra era el centro del universo, aún muchos lo creen. Kepler terminó sus estudios en la universidad y marchó a Graz como profesor de matemáticas. No fue un buen maestro. Se cuenta que en su primer curso tuvo pocos alumnos y en el segundo ninguno. Sus clases eran más un monólogo en la que sólo tenían participación sus muchas dudas.
Para tener algún dinero Johannes Kepler tuvo que dedicarse a hacer almanaques con predicciones astrológicas. En una de esas clases, donde gustaba de pintar complicadas figuras geométricas, había dicho ya en los tiempos de Maulbronn que Dios y la geometría eran una misma cosa. Descubrió que, si dibujaba un triángulo equilátero dentro de la circunferencia del zodiaco y dentro de este inscribía otra circunferencia, la relación entre una y otra era la misma que entre Júpiter y Saturno.
En aquella época se conocían sólo seis planetas. Johannes Kepler creyó haber encontrado una relación geométrica perfecta entre las circunferencias que supuestamente describían los planetas al girar alrededor del sol. Creyó descubrir el plan de Dios. Se dio a la tarea, entonces, basado en las figuras trigonométricas dibujadas por Pitágoras, de encontrar una relación entre las órbitas de todos los planetas.
Pitágoras decía que de todas las formas tridimensionales posibles había cinco y sólo cinco en que sus lados fueran polígonos regulares. Creyó entonces que nada más podían existir seis planetas porque había cinco cuerpos sólidos regulares. Si estaba en lo cierto la ciencia estaba hecha de una armonía tal que sólo Dios podía haber sido el creador.
No hay manera de parar a un hombre, tal vez sólo la muerte prematura, y ese es el verdadero plan de Dios para con los humanos- cuando una idea de tal magnitud hace un guiño… Nunca más me cansé de trabajar, dijo Kepler. Hoy podemos imaginar cómo cada pequeño triunfo significaba alegría y de cómo los grandes fracasos suponían un nuevo comienzo. Lo imposible solo tarda un poco más, Kepler luchó contra un imposible hasta que se venció a sí mismo.
En aquellos años Johannes Kepler tuvo más penas que gloria, su idea no avanzaba, pese a todos los modelos que ideó, la fuerza de su idea se mantuvo estática en aquella primera revelación. Podían ocurrir dos cosas, según pensó, o que Dios no quisiera revelar el secreto o que los cálculos de Copérnico fueran erróneos.
Su teoría era demasiado hermosa para no ser verdad. Pese a que era tiempo de astrólogos y en todas las cortes los había, en pocos se podía confiar a la hora de obtener mediciones exactas. Había por aquel entonces sólo un hombre en Europa capaz de ofrecer un modelo de trayectoria más fiable que los conocidos: Tycho Brahe.
Monumento a los matemáticos Johannes Kepler y Tycho Brahe. Praga. República Checa.
Kepler había recibido una invitación de Brahe para trabajar juntos, pero no le dio mucha importancia hasta que otro hecho, ajeno a la ciencia, lo obligó a aceptar. En el año 1600 el archiduque Fernando publicó un edicto contra los protestantes y nuestro héroe, como muchos otros se vieron obligados a abandonar Austria. La escuela donde trabajaba fue cerrada, se prohibió cualquier muestra religiosa distinta al catolicismo ortodoxo. Cargó sus cosas en dos carretas, junto a su esposa y su hijastra, y se marchó a Praga.
Nunca he aprendido la hipocresía, soy honesto con mi fe y no juego con ella, escribió. Se fue entonces a Praga. Tycho Brahe era el matemático imperial de Praga, era un eminente científico y además un hombre de vida disipada. Tenía un casquete de oro en la nariz, producto de un duelo de juventud y una panza de sibarita a causa de sus constantes banquetes. Kepler, luego de algunos intentos de conversar sobre astronomía con él, comprendió que no habría mucho adelanto.
Aquel hombre guardaba en máximo secreto sus observaciones, Kepler era un científico eminente y Brahe lo sabía. Compartir conocimientos pudo haber significado un paso de adelanto grandísimo a la ciencia, pero en aquel momento, expulsado de su tierra, también era un posible rival en la corte. El gran descubrimiento estuvo a punto de morir por la desconfianza. Pero quien murió fue el viejo Tycho y entonces Kepler fue nombrado matemático imperial y luego de tanto rogarle a la familia, le entregaron los apuntes del famoso astrólogo.
Comenzó entonces el largo proceso de comprender hasta qué punto el plan de Dios no era tal, y que desde un principio estuvo equivocado en un simple detalle. Las figuras geométricas de Pitágoras no tenían nada que ver con la trayectoria de los planetas, pues no eran circulares, ni tampoco ovaladas como pensó después, luego de abandonar aquella idea primaria, que no por falsa tuvo buenos resultados, Kepler comprendió que las mediciones de Tycho Brahe sugerían un movimiento elíptico de las órbitas de los planetas, lo que fue real y constituyó lo que hoy conocemos como la primera ley de Kepler: Los planetas describen una órbita elíptica con el sol en uno de los focos de dicha elipsis.
Esto para nada fue fácil y Johannes Kepler llegó a decir que luego de limpiar el firmamento de órbitas circulares sólo le quedaba un carro de estiércol.
Retrato anónimo de Johannes Kepler. Monasterio benedictino de Kremsmünster
Mientras Kepler se encontraba en estos devaneos entre Dios y la ciencia, su madre, la curandera y herbolaria, fue tomada presa por la inquisición entraron en mitad de la noche y se la llevaron dentro de un cesto de ropa sucia-, acusada de brujería. Johannes no lo pensó dos veces cuando su hermana le informó de las condiciones en que había sido arrestada su madre, levantó inmediatamente su casa y salió de Linz para ir en ayuda de su madre.
Johannes convirtió la libertad de su madre en la causa más importante de su vida. Durante seis años luchó contra la fanática inquisición para librar a su madre del suplicio. Se sentía especialmente culpable por haber escrito, un tiempo antes, uno de los libros que se puede considerar entre los pioneros de la ciencia ficción (El sueño). En el libro contaba un viaje a la luna, mediante un sueño que, por desgracia era provocado, gracias a un hechizo de la madre.
En el año 1615, Úrsula Reingold, una mujer que se encontraba por aquel entonces en una disputa financiera con Christopher, el hermano de Kepler y con quien, por otra parte, el astrónomo nunca tuvo buenas relaciones, hizo de testigo y acusadora en un juicio por brujería contra la madre de Johannes Kepler, Katharina.
Úrsula afirmó que la madre del astrónomo la había embrujado con una infusión. Este caso, junto a otros, por ejemplo una niña que decía haber sufrido dolores en el brazo tras rozar con él a la bruja y otra chica, Bárbara, que afirmaba haber sido reclutada por la vieja para aprendiz de bruja, precipitaron un proceso inquisitorio que Johannes sufrió tanto o más que su madre.
La disputa con Úrsula se intensificó, y en 1617 Katharina fue acusada de brujería, aun el mismo Christopher, que era sargento del ejército, llegó a afirmar que si su madre era encontrada culpable renegaría de ella.
Los juicios de brujería eran relativamente comunes en Europa central en este momento. En la primavera de 1620 Johannes envió una carta al duque de Wurtemberg para solicitar el derecho a responder por su madre y limpiar el nombre de su familia, pero de nada sirvió. En agosto de 1620 Katharina fue encarcelada por catorce meses.
La repentina llegada del matemático imperial puso las cosas un poco difíciles para la justicia y el proceso se pospuso por seis semanas. Johannes no perdió tiempo, contrató a un buen abogado, amigo de la infancia, y se dio a la tarea de desmontar todos los testimonios. Llegó a demostrar incluso que la principal acusadora Úrsula Reinbold había sufrido un aborto en secreto y ésta era la verdadera causa de sus padecimientos. Katharina fue liberada en octubre de 1621, gracias en parte a la extensa defensa legal elaborada por su incansable hijo Johannes Kepler.
Los acusadores no tenían pruebas sólidas, casi todo eran rumores. Katharina fue sometida a territio verbalis, una descripción gráfica de la tortura que la esperaba como bruja, en un intento final de hacerla confesar. Durante todo el juicio, Kepler pospuso su otro trabajo para centrarse en su Teoría Armónica. El resultado, publicado en 1619, fue Harmonices Mundi, conocido en nuestro idioma como Armonía del mundo.
Esta pelea contra la inquisición constituye uno de esos pasajes humanos que se deben tener en cuenta para entender la vida de Johannes y de los otros testigos de aquellas guerras de religión. Fue una lucha terrible de la que sólo pudo regalarle un poco más de vida a su madre, pues murió a los seis meses de ser puesta en libertad.
magen relacionada con la novela El sueño o Astronomía de la Luna, de Johannes Kepler. Hace referencia a la pregunta que dio curso a la imaginación del autor: ¿Cómo vería el firmamento un observador situado en la luna?
Es una novela breve escrita por el astrónomo, gestada durante mucho tiempo y publicada cuatro años después de su muerte, gracias a su hijo. Pese a no haber sido dada al público parece que era conocida por varios y se utilizó de alguna manera como prueba contra el juicio de Katharina.
Nos encontramos, sin dudas, ante un libro raro, escrito entre la sabiduría, la especulación literaria y la ingenuidad de un niño. Con esos ingredientes Kepler nos cuenta la historia soñada de un astrónomo islandés que viaja a la luna a lomos de duendes y demonios y allí, despliega toda su sabiduría para explicarnos cómo gira el universo, es pues, también, un libro didáctico, con muchas notas al pie de página, escritas por el mismo autor.
Duracoto, el astrónomo del libro, consigue viajar a la luna gracias a los encantamientos de su madre. Allí descubre un mundo subterráneo de seres que se esconden de las inclemencias del sol. Las hierbas mágicas, que la madre recolectaba para vendérselas a los marinos, fueron robadas por su propio hijo. Ella, enojada por el hurto de su hijo, sin nada que vender a los marinos, puso precio al pobre Duracoto y lo vendió como esclavo. El joven pasó cinco años a los servicios de Tycho Brahe y luego regresó a su pueblo. La madre, consternada, lo perdonó y, para sorpresa del chico, le demostró también amplios conocimientos sobre el cielo y la luna. Así comienza la complicidad entre madre e hijo, la invocación con 21 signos de Levania y el conocimiento de la luna, con sus seres extraños como grandes serpientes y su geografía.
El sueño también es un libro complicado. Sabemos que Kepler, por el tiempo que fue maestro, no era bueno para transmitir sus conocimientos. La historia fundamental queda sumergida en notas, más de doscientas, tal vez demasiado eruditas y técnicas; así como varias glosas un tanto humorísticas de su propia vida.
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