El entierro del señor de Orgaz

Alejandro Cernuda



El entierro del señor de Orgaz es un cuadro de El Greco expuesto en la capilla mortuoria de la iglesia de Santo Tomé, en Toledo, España. Es la más conocida de las obras del pintor cretense y a la vez una de las que tiene una historia llena de peculiaridades y encanto.

Sin ser para nada de extraordinarios valores artísticos, no para El Greco luego de haber pintado aquel Martirio de San Mauricio que lo dejó sin trabajo en el Escorial, pese a que Felipe II, quien tenía buen ojo para la pintura, le pagó bien antes de cerrarle en las narices las puertas de la fama.

El entierro del señor de Orgaz se apoya en la buena documentación de los hechos antes y después de su concepción. Es una de esas obras que no ganaría mucho si se colocara fuera del lugar para el que fue hecha. El primer detalle viene con el nombre, pues el cuadro se llama El entierro del señor de Orgaz y no como se le conoce popularmente, pues dicho finado: Don Gonzalo Ruiz no pasaba de ser Señor de Orgaz y el título de conde fue entregado a sus hijos después de su muerte. Sí parece ser cierto es que era muy pío. Según su testamento dejó a la iglesia de Santo Tomé los bienes de un impuesto que debían cumplir los ciudadanos de Orgaz.

Siguiendo la voluntad del señor de Ogaz, fue enterrado en la iglesia de Santo Tomé (prueba científica: excavaciones hechas en el lugar en el año 2001) La tumba se puede ver hoy como parte del complejo artístico que forman la propia capilla de la Concepción, el cuadro de El Greco, las tarjas informativas que tienen ya casi quinientos años de colocadas y toda la pompa que exige la conservación moderna de monumentos y el cobro de una entrada (2.50 euros en el momento que la pisé)

A mi juicio Toledo es una ciudad aún por descubrir. Pese al número de visitantes y por su cercanía con Madrid es un bastión olvidado del turismo. Sus secretos corren en las calles y en sus plazas. Tal vez sea uno de las pocas ciudades que puede alardear de la autenticidad regional y cultural de sus fetiches y souvenirs en las tiendas de turismo. Su catedral con su tesoro, su historia, su vista desde el río Tajo, la casa del Greco que no es su casa...

Hay dos personas enterradas en la capilla, El señor de marras y su esposa. En los años de El Greco fungía como párroco de Santo Tomé Andrés Núñez de Madrid (párroco desde 1562 hasta 1601) Este hombre y su parroquia están marcados por varios acontecimientos convergentes a la vida y muerte de don Gonzalo Ruiz.

El cura Andrés Núñez consiguió recordarles y hacerles pagar a los vecinos de Orgaz el tributo que ya estos consideraban no deberle a la iglesia, pero que estaba estipulado en el testamento del muerto. Así, consiguió que el milagro ocurrido en el entierro (a continuación se hablará de él) se haya reconocido como tal por las instituciones católicas.

Hizo remodelación de la capilla mortuoria, construyó la cúpula que hoy se ve, luego de que las autoridades le hubieran negado permiso para mover los restos hacia otro sitio mejor ubicado. El otro y más grande hecho a relacionar con Núñez, fue haber encargado a El Greco el cuadro que se puede ver hoy en la capilla.

Milagro en el entierro del señor de Orgaz

Cuando don Gonzalo Ruiz murió, ya su fama de santo estaba bastante extendida por Toledo y otros pueblos vecinos. No fue extraño que se hiciera firme en una parte de la población la creencia, recordada desde entonces cada año en la iglesia de Santo Tomé, que en el día de su entierro se aparecieran San Agustín y San Esteban para llevarlo en andas hasta su sepultura.

Un milagro de tal magnitud, ocurrido en diciembre de 1323, fue incluido por Alonso de Villegas en su Flos Sanctorum, es cierto que dentro del apartado de extravagante. El hecho quedó a expensas de convertirse en leyenda e ir poco a poco muriendo, pues se sabe que hasta las instituciones de El Altísimo, aquí en la tierra, padecen de esa regla que hoy rige todo asunto terreno: Lo que no se escribe, no ocurrió.

Por eso fue importante para Toledo y su entendimiento, que el párroco Andrés Núñez ganara esta pelea contra el olvido. Fue para celebrar su victoria, y no como piensan muchos que lo hizo para recordarles a los de Ordaz el tributo, pues ya había ganado esa pelea también, que encargó a El Greco una pintura testimonio del entierro.

Como se pintaba por entonces en España era un tanto complicado para artistas con ínfulas, como merecidas tuvo que tenerlas Dominico Greco –así se le conocía al pintor cretense en Toledo-, quien llegó precedido de una nota en su currículo que envidiaría cualquier pintor de su época y siglos precedentes: Discípulo de Tiziano, lo que significaba tener en las manos y la mente una anuencia con el color. Tiziano es color y El Greco –si se le baja un poco de Miguel Ángel- de cierta forma lo es también.

Una cuestión circunstancial lo había puesto en aquella ciudad y tal vez en un país donde aún nadie podía darse el título de pintor con la misma soltura que él, eso es lo que se dice; y otra circunstancial casualidad, se encontraba El Greco asistiendo a una España cansada de aglutinar sin regla ni mesura una sobre otra varias capas de culturas extrañas. Influencia morisca, europea, judía, la fiebre de la conquista, la reacción ante el dogmatismo de una iglesia reguladora de cada tris humano. España estaba a punto para una reforma artística, dicen que aún lo está.

Entierro del señor de Orgaz. El greco

Una cuestión circunstancial lo había puesto en aquella ciudad y tal vez en un país donde aún nadie podía en ese momento, existía una percepción generalizada de que El Greco había alcanzado un nivel de maestría que pocos artistas podían reclamar. Esto lo situó en un lugar singular, ya que la comunidad artística no se sentía con la misma soltura para autoproclamarse como pintor a ese nivel. Al mismo tiempo, una circunstancia casual pero significativa estaba ocurriendo: El Greco se encontraba en medio de una España que lidiaba con la complejidad de fusionar múltiples capas culturales, cada una con sus propias influencias y características. Desde la herencia morisca hasta la europea, pasando por la influencia judía, la fiebre de la conquista y la reacción a la rigidez de una iglesia que regulaba todos los aspectos de la vida. En esencia, España estaba en un estado de aglutinación caótica de diversas culturas, lo que generaba un terreno fértil para una reforma artística que algunos sostienen que todavía está en proceso.

La influencia de estas circunstancias en la obra de El Greco se refleja en su estilo único y en la forma en que abordó temas espirituales y terrenales. Su capacidad para capturar la esencia de esa amalgama cultural en sus obras se convirtió en una característica distintiva de su trabajo.

El Entierro del Señor de Orgaz, si se observa detenidamente, revela dos planos claramente definidos: uno terrenal y otro etéreo. En esta obra, el párroco Andrés Núñez dejó indicaciones detalladas en el contrato sobre cómo se debía representar el entierro. El Greco siguió estas instrucciones con precisión, aunque en algunos aspectos incorporó su propio toque artístico, lo que ha llevado a especulaciones sobre la identidad de algunos de los asistentes al entierro. Algunos han llegado incluso a afirmar que Cervantes podría estar retratado en la obra, pero estas interpretaciones han sido ampliamente debatidas y discutidas.

A pesar de las incertidumbres en cuanto a la identidad de algunos personajes representados, dos figuras son indiscutiblemente claras en la pintura. Una es Alonso de Covarrubias, cuya similitud con otro retrato que le hizo El Greco es evidente. La otra es el niño Jorge Manuel, hijo del propio pintor, quien porta un pañuelo en el bolsillo con la firma de El Greco y la fecha de nacimiento. Esta inclusión puede interpretarse como un intento del genial pintor de dejar su sello en dos aspectos importantes de su vida: su hijo y la obra misma.

Los santos Agustín y Esteban, reconocibles por su vestimenta y edad, son elementos prominentes en la pintura. San Esteban lleva en su dalmática una representación de su propio martirio, mientras que San Agustín sostiene imágenes de Santa Catalina, Santiago y San Pablo. Entre ellos se encuentra el difunto señor de Orgaz.

La parte superior de la pintura simula un útero por el cual asciende el alma en forma de niño, siendo recibida por la Virgen y San Juan Bautista. El proceso de tasación de la obra en aquellos tiempos involucró la designación de dos expertos que determinaron su valor en 1200 ducados, una cifra respetable considerando que El Greco había recibido previamente 318 ducados por El Expolio y 800 por El Martirio de San Mauricio de parte de Felipe II.

La relación entre Andrés Núñez y El Greco también se destaca en este contexto. Núñez, impulsado por su determinación, buscó la tasación de dos expertos adicionales para aumentar el valor del cuadro, lo que finalmente condujo a una tasación de 1600 ducados. Aunque parecía que El Greco se beneficiaría económicamente de esta situación, el párroco de Santo Tomé demostró ser un oponente formidable en esta lucha.

Tras completar el encargo, que llevó dos años (1586-88), El Greco logró encontrar un mayor equilibrio en su vida. Su trabajo no solo dejó un impacto en la iglesia de Santo Tomé, sino también en la historia y el orgullo de Toledo y España. Este pintor trotamundos, cuyos escritos e historias han sido documentados en publicaciones valiosas, demostró ser excepcional incluso en la forma en que forjó su propia narrativa.

En otro episodio interesante, se dice que El Greco intentó convencer a Pio V en Roma para repintar el Juicio Final de Miguel Ángel en el Vaticano, alegando que tenía desnudos considerados poco ortodoxos. Sin embargo, las dificultades que encontró en Roma lo llevaron a buscar un lugar donde desplegar su genialidad artística.

Así, llegó a Toledo después de completar El Martirio de San Mauricio y tras no recibir más encargos en El Escorial. La ciudad del Tajo lo recibió como a un artesano más, pero El Greco, con su incansable determinación y habilidad, logró que su genio trascendiera no solo las fronteras de Toledo y España, sino también en el escenario mundial, influenciando incluso a artistas futuros como Picasso.

La relación entre el intrépido cura Andrés Núñez y El Greco tampoco sufrió tras el litigio en torno al cuadro del entierro del señor de Orgaz. Se especula que, el Greco, aunque no hay prueba fehaciente de esto, pintó una Crucifixión donde usó como modelo a dicho párroco de la iglesia de Santo Tomé.

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