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El premio Hernández Catá fue una institución dentro de las letras latinoamericanas. Su alto prestigio está demostrado por aquellos que lo obtuvieron.
Podemos imaginarnos aquel diálogo: el coronel Idelfonso Hernández Lastras visita al reo en la cárcel; pesan sobre José Dolores Catá fuertes cargos de conspiración; pero más que eso. Corre el año 1874 es casi la mitad de lo que a su término sería conocida como la Guerra de los Diez Años en Cuba. Toda la familia del reo ha dado su voto, de una forma u otra, por la independencia de la isla. No sabemos mucho de aquella conversación ni de cuáles fueron las razones propuestas por el coronel. El caso es que el preso, a unos días de ser fusilado, aceptó la petición de mano y su hija contrajo matrimonio con el militar español. De esta controvertida unión nacería quien fue otro de esos ejemplos, como Gertrudis Gómez de Avellaneda, de intelectual crecido entre dos aguas.
El olvidado hoy Alfonso Hernández Catá vino a nacer en Aldeadávila de la Ribera, provincia de Salamanca, España, el veinticuatro de junio de 1885. Pasó su infancia entre la metrópoli y la colonia, entre lo que se convirtió aquella guerra: en una forma de vida. Luego fue muchas cosas, dramaturgo, narrador, poeta… periodista, diplomático, aprendiz de ebanista, traductor y todo lo que fue apareciendo por el camino hasta que llegó la fama; cosa que luchó, como se sabe, entre buenos textos y algunas artimañas de juventud. Insistencia mediante logró que Galdós publicara uno de sus textos
El hombre que fue testigo de dos de los entierros más significativos de la época: el de Martí, luego de ser exhumado varias veces, y el de Galdós, con la Plaza de la Puerta del Sol repleta y viva de discursos… Este hombre tuvo el suyo de lujo, luego de morir en un accidente de avión en la Bahía de Río de Janeiro. Despidieron su duelo Gabriela Mistral y Stefan Zweig. En esa despedida expresó el escritor austriaco: “… hemos perdido la credulidad y la confianza; desde hace largos años no hacemos, en el fondo, otra cosa que despedirnos, y la resignación estoica, desprovista de queja, se nos ha hecho ya casi costumbre” … Un poco después él mismo se iba a suicidar, junto a su joven esposa, en ese país.
Luego de la muerte del escritor cubano, en 1940, se instauró el Premio Hernández Catá, que en su carácter internacional fue considerado uno de los más importantes de la época. Además de esto se publicaron ocho volúmenes de una revista llamada Memoria de Hernández Catá
El ángel de Sodoma. 1927. Novela de Alfonso Hernández Catá.
1942. Lino Novas Calvo, Cuba. A la obra Un dedo encima.
1943. Juan Boch. República Dominicana.
1944. Carlos Montenegro, Cuba. A la obra Un sospechoso.
1945. Juan Felipe Toruño, Nicaragua. A la obra Chupasangre
1945. Antonio Ortega Fernández, España. A la obra Chino olvidado
1945. Onelio Jorge Cardoso, Cuba. A la obra Los carboneros.
1946. Félix Pita Rodríguez, Cuba (internacional). A la obra Cosme y Damian
1946. Gloria Nogueras, Cuba (Nacional). (Sobrina de Alfonso Hernández Catá y madre de Luis Rogelio Nogueras, escritor cubano)
1947. Dora Alonso, Cuba. A la obra Negativo.
1948. Ramón Lacay Polanco, República Dominicana. A la obra La bruja
1948. Delia Fiallo, Cuba.
1949. Carmen de Alonso, Chile.
1952. José Lorenzo Fuentes, Cuba. A la obra El lindero.
1953. Enrique Pineda Barnet, Cuba. A la obra Y más allá de la brisa
1954. Alberto Baeza Flores, Chile. A la obra Lonquimay
Obtuvieron menciones, escritores como Carilda Oliver Labra, Samuel Feijóo, Raúl Aparicio, Raúl González, Antonio Vázquez Gallo, Ernesto García Alzola, Rosa Hilda Zell, Marta Vignier
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