No podía imaginar aquel ilustre viajero francés que su libro iba a servir de inspiración para que Palmira se convirtiera en el nombre de varias ciudades en el mundo. Entre ellas la situada en Cienfuegos, Cuba. El libro en concreto se llamaba Las ruinas o meditaciones sobre las revoluciones de los imperios, aunque a nosotros llegó con el simplificado título de Las Ruinas de Palmira, escrito por el conde de Volney.
El autor de Las Ruinas de Palmira, Constantino Francisco Chassebeuf, conocido después, por la gracia de Napoleón como conde de Volney, cuentan de él que cuando recibió una tibia herencia, calculó que estos bienes no eran capital suficiente para justificar una vida solazada, emprendió un viaje hacia dos puntos entonces ocultos a la incipiente geografía razonable de la Ilustración. Se fue a Siria y Egipto.
Su deficiente salud lo impulsó a estudiar medicina. Así conoció a personalidades importantes de la época, como Cabanis y Condorcet. Se dice que participó en la recepción a Benjamin Franklin cuando éste visitó Francia. Luego conoció también a Diderot, personalidad que definitivamente lo impulsa subrepticiamente hacia el ateísmo.
Si bien terminó sus estudios de medicina y ejerció sin mucho entusiasmo durante un tiempo, sus intereses habían crecido en cuestiones filosóficas.
Volney tomó su nombre de la forma contraída de las palabras Voltaire y Ferney, debido a la admiración que tenía por el gran filósofo francés. Ferney es la pequeña ciudad, cerca de la frontera con Suiza, donde se fue a vivir Voltaire.
Sí, el conde de Volney es un producto de la misma época de la Enciclopedia. Y su libro, no como se dice en algunas fuentes, es el cuento de un viaje interior más que una descripción de la ciudad.
Allí, en la Palmira de Siria, en letargo, tal sabio señor, que antes de comenzar el viaje se encerró en un convento por ocho meses a aprender la lengua de los árabes. allí el futuro conde de Volney se encuentra con los profetas y tras suave meditación apunta hacia un ateísmo tolerante, muy a tono con su tiempo.
Portada del libro Las ruinas de Palmira. Conde de Volney
Nuestro conde hizo otros viajes, como aquel a Estados Unidos, donde el propio Washington lo recibió; fue activo en la política napoleónica y se necesitaría un capítulo aparte para explicar su participación en los hechos del 18 Brumario, escribió otros libros, como aquel en que rectificaba la interpretación de algunos términos hebreos en la Biblia; pero ninguno trascendió como el conocido hoy como Las ruinas de Palmira, aunque censurado en su época o tal vez por esa razón, se convirtió en un bestseller.
Mucho menos hay que contar en la vida privada del conde de Volney. Parece que no tuvo nunca el propósito o el deseo de casarse, hasta que su propia calidad política y el deseo Napoleón lo obligaron a buscarse esposa. Pasados los sesenta se unió a su prima Mademoiselle Gigault, en un entendimiento cortés, más que matrimonio. No buscó mucho. El casamiento entre ellos había sido planeado desde la juventud. Si no se concretó antes fue por la ausencia de una verdadera presión, por sus viajes y luego porque ella ya se había casado.
Al enviudar su prima se consumó el matrimonio, en el año 1810. Para tal efecto el filosofo, viajero y escritor -profesiones reñidas con el matrimonio- tuvo que cambiar de casa y de hábitos, pero ganó una esposa y el mal humor para el resto de su vida.
Hoy es necesario hacer un aparte para recordar la primera Palmira, de la cual han tomado su nombre muchas otras ciudades, destruida a partir del 24 de agosto de 2016 a causa de los conflictos internos dentro del Medio Oriente. La ciudad de Siria ha perdido casi todo el esplendor de sus ruinas debido a los repetidos atentados del Estado Islámico.
Se ha convertido casi en una ciudad fantasma en el recuerdo de nuestras generaciones. Pese a los conciertos que hoy se dan entre sus ruinas, a los utópicos intentos de recuperar mediante la tecnología 3D algunas de sus joyas, de ella sólo nos quedará el aviso de que todo puede morir, o peor, lo podemos matar.
La ciudad de Siria, había sido un imperio de corta duración pero poderoso, fundado por la reina Zenobia y su hijo en mitad de los decadentes imperios Romano y Sasánida. La ciudad fue capital de un tramo de tierra que contemplaba desde Siria hasta Egipto y hoy se conoce como el Imperio de Palmira. Próspero debido a su posición entre Asia y Europa, hasta que Aureliano entendió que debía ser destruido. Palmira fue arrasada entonces dos veces; hasta que desapareció debido a causas naturales.
En cuanto a Zenobia, su historia se difumina al ser apresada. Cuentan que su belleza era tal que Aureliano le perdonó la vida y le entregó una villa en la actual Tívoli, donde destacó en la filosofía.
Poco después de que el conde de Volney escribiera el famoso libro que luego iba a revolucionar el pensamiento de muchos jóvenes del siglo XIX, dando lugar a los primeros turistas, nació en La Habana, Cuba Agustín de Serice y Xenes (1805), quien, además de con el tiempo mutase en un destacado intelectual, poseía unas tierras entre Santa Clara y Cienfuegos, dos ciudades de Cuba con insipiente comercio entre ellas.
Iglesia y plaza de Palmira. Municipio de la provincia de Cienfuegos, en Cuba.
Como Zenobia en Palmira (Siria), don Agustín comprendió que el ferrocarril dotaría al corral de Miguel nombre que tenía la región donde se enmarcaba su propiedad- de cierto desarrollo al encontrarse entre dos ciudades importantes. Fundó entonces un pueblo y lo llamó Palmira.
Esto claro que no gustó a las autoridades españolas y en especial al gobernador de la isla: Don León Federico Roncoli, conde de Alcoy. Por eso, y como se saldaban las obras en la colonia, con un toque de vanidad. El pueblo se inscribió oficialmente como Palmira de Alcoy, aunque a los pocos años tal vez solo el gobernador recordara el apellido.
Palmira de Alcoy, conocido hoy cariñosa y despectivamente como el Pueblo de las Tres Industrias, se quedó gracias a la vox populi sólo como Palmira, y es hoy municipio de la provincia de Cienfuegos, de donde han salido ilustres personajes como Mateo Torriente, Eusebio Delfín y Alejandro Cernuda, entre otros.
Algo debe de haber escapado a las meditaciones del filósofo francés mientras meditaba y escribía. No pudo imaginar que un libro, cuyo tema fundamental es la tolerancia religiosa, deviniera en nombre de un pueblo conocido en Cuba entera gracias a la religión afrocubana. Debió de escapar a su mente, aunque años después lo afirmó de la raza negra: “esta raza de negros, hoy nuestro esclavo y objeto de nuestro desprecio, es precisamente a quien le debemos nuestras artes, nuestras ciencias e incluso el uso del habla ”.
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