En junio de 1903 el hijo de un magnate azucarero, un tal Jacques Lebaudy, un hombrecillo de voz estridente y heredero de unos 15 millones (unos trescientos en la actualidad), hizo artillar –se dice que en Islas Canarias- su yate de lujo y reclutó una docena de marineros bretones y algunas embarcaciones pesqueras; entonces los desembarcó en la costa del Marruecos español, al mando de ellos con vistas a establecer un imperio. Jacques Lebaudy, el nuevo emperador del Sahara, informó a las autoridades francesas de que en lo sucesivo, se debían dirigir a él con el nombre de Jacques I, Najin-al-Den, Emperador del Sahara, Emir de los Creyentes, rey de Tarfaia, duque de Arleuf y Príncipe de Chal-Huin.
Ya en tierra del continente Africano estableció la corte en una inmensa tienda, provista de lujos. Luego envió a su ejército de pescadores bretones a tomar la ciudad de Troya –no he podido encontrar otra referencia a esta ciudad, al punto que creo fue invención del propio emperador- mientras el descansaba del viaje y reflexionaba sobre el futuro de esta principal nación que veía recién y gracias a él veía la luz. Entre sus pensamientos de aquella época se puede constatar su intención de lograr un híbrido entre camello y caballo que se ajustara a las características de su imperio. Por supuesto que los soldados regresaron con más cansancio que noticias de la ciudad buscada.
Pero cuatro de estos marineros fueron capturados por los comerciantes árabes, quienes pidieron rescate por ellos, como era normal en aquellas tierras; pero el emperador, tal vez ajeno a tal antigua costumbre, se negó a pagar. La vida de los marineros corrió grave peligro durante los dos meses que esperaron la ayuda de su mandatario. Por suerte el gobierno francés, al tanto de la situación, envió un crucero que bombardeó la costa, y los marineros lograron escapar.
El gobierno francés emitió una orden de arresto contra Lebaudy, y este viajó a La Haya, donde trató de llevar su caso ante el Tribunal Internacional. Al no dársele curso a su caso, se trasladó a Londres y estableció su "corte" en el hotel Savoy, donde fue asediado por los periodistas y fotógrafos de prensa, actores, actrices, retirados del ejército y oficiales navales, camareros y trabajadores, todos en busca de empleo; y por cientos de comerciante, incluyendo armeros, diseñadores, una firma con patente de filtro de agua –algo muy importante en el Sahara-, una compañía de relojes de y un contratista de carne en conserva.
Pero ya era el siglo XX y no es posible entonces un imperio sin prensa, así que Lebaudy encargó a un joven periodista la labor de editar su periódico nacional, “Le Sahara”, para que mediante él se informase a manera oficial a los interesados de las noticias relativas a la corte; además de ser el soporte ideal para la promulgación de leyes y decretos imperiales. Se diseñó una bandera imperial, cuyo centro estaba adornado con tres abejas de oro en un campo púrpura, debajo de una corona rematada por una cruz sostenida por arcos de oro –pese a que el emperador se había convertido al Islam-. Lebaudy también encargó un himno nacional. Se dice que cuando entraba en el restaurante Savoy, en una mesa cubierta con un paño de púrpura imperial con una corona de crisantemos morados, la orquesta cesaba de inmediato lo que estaba tocando para entonar su himno imperial.
Mientras tanto, anunció que la inauguración oficial del imperio y su entronización tendría lugar el 01 de enero 1904 Esta, de acuerdo a lo planificado, iba a ser una ocasión espectacular: El desierto sería decorado con banderas y flores artificiales, y el "Emperador", escoltado por un centenar de granaderos, iba a anunciar sus planes de futuro y recibir de nuevo el juramento de fidelidad de sus súbditos. Al caer la noche, el desierto se iluminaría con faroles y fuegos artificiales, para proporcionar un clímax apropiado. Por desgracia, ninguno de estos planes se acometió. Lebaudy, aún no tenemos claro por qué, emigró a Nueva York.
Jacques Lebaudy. Autoproclamado emperador del Sahara.
El 11 de enero de 1919 Lebaudy murió a manos de su esposa. Cuatro disparos fueron suficientes para poner fin a los maltratos en que había sumido a la emperatriz el otrora regidor de tierras y hombres. Los problemas entre ellos habían comenzado con el nacimiento de Jacqueline; pues dónde se ha visto que la mujer de un rey o emperador esté autorizada para parir hembra, si lo que se necesita es un heredero. Los distintos maltratos de Jacques Lebaudy, emperador del Sahara, sobre su esposa fueron a parar a la corte, y aunque los jueces encontraron fundamentos, el emperador se consideraba fuera de la ley. Tuvieron que pasar los años entre una vejación y otra a su esposa para que este señor comprendiera que había una solución. Él mismo se acostaría con su hija -¿es que no se casaban entre sí los familiares de antiguos imperios?- y así engendraría su necesario heredero. Como era un caballero no dejó de enviarle una nota a su esposa: Señora, le escribo para informarle que he tomado la decisión de violar a nuestra hija en la media noche de hoy. La prevengo de oponer resistencia. No encontró muchos problemas aquel emperador exiliado de cuarenta y seis años para entrar por la puerta trasera de la casa y subir las escaleras. No muchos, solo un problema. La emperatriz descargó en él cuatro disparos. Luego la hija telefoneó a la policía y solo dijo: Mi mamá acaba de dispararle a papá.
Esta vez los jueces estuvieron de acuerdo en que había sido en defensa propia. De hecho Jacques Lebaudy había testado y dos millones le pertenecía a la madre y cinco a la hija, bajo la condición, esta última, de contraer matrimonio o cumplir 21 años. Madre e hija se volvieron a París. Se preparó un casamiento arreglado para cobrar los 5 millones y luego de esto Jacqueline se divorció inmediatamente. Todo parecía ir bien. Solo que la emperatriz contrajo matrimonio con otra pieza no mejor que el emperador y en pocos años los dos de ella y los cinco de la hija, este buen señor se encargó de derretirlos en los salones de juego de Cannes.
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