Ha vuelto a crecer la hierba en el prado que aró Cervantes, y muerta es la buena literatura hecha con desenfado, con profusión de lenguaje, pero sin rebuscamientos, contada desde la épica. Ahora lean a Luis Landero, quien a los cuarenta y uno escribe su primera novela: Juegos de la edad tardía, y quiere ser -dicen los críticos- como Cervantes.
Permítanle al desconocido contar la historia del hombre que a los cuarenta y tantos, como él, se trasmutó en poeta, y en el trance dejó de ser el oscuro empleado Gregorio Olías para convertirse en Augusto Faroni: poeta e ingeniero de puentes sobre el río de la selva; hombre de éxito y perseguido político. Gregorio que, como Alonso Quijano arrastra a Sancho, convierte a Gil, un viajante de comercio, en Dacio: pensador y químico.
Ambos enredan la dura realidad en la madeja de los sueños de grandeza y altruismo, hasta que la realidad impotente, pragmática, cursi, les echa encima el desánimo y la policía.
Faroni, con su traje azul, su sombrero y sus gafas de sol. vedlo entrar al café literario en busca de tertulia, como el de la Triste Figura se echa al camino viene este hombre al ruedo de la polémica. La anécdota hilarante, los personajes estrafalarios, la matemática del lenguaje maravilloso del Siglo de Oro. Véanlo, con él entra don Luis Landero: escritor, bachiller y filólogo, que dicen- quiere ser Cervantes y nada más consigue con esta novela, el Premio Nacional de Literatura.
Juegos. es la novela de un hombre que un día despierta con ganas de no ser él y huye, o intenta. Por eso, más el lenguaje, dicen que Landero imita a Cervantes; sin embargo, es todo lo contrario: uno cuenta lo que no cuenta el otro. Landero nos dice el proceso que pone a Gregorio Olías en el camino de ser Faroni: poeta e ingeniero de puentes sobre el Amazonas, y cómo este, luego de azuzar la realidad, trata de volver a ella.
Así no lo cuenta Cervantes del Quijote, ni tampoco se parece a Sancho este Gil, devenido en Dacio: pensador y químico. Esta sinonimia, para mí errónea, viene del olvido, pues la literatura española se ha permeado a otras, y atención, que no digo malo, pero tampoco es incierto que el espíritu cervantino ha sido relegado, injusticia mediante, por corrientes menos felices. hasta olvidarnos que no sólo el Manco hizo buena literatura en esa época.
Están en Luis Landero, cierto es, los personajes como Antón Requejo jefe de una secta de cornudos; el tío Félix, en tratos con el diablo; un cura que propone dulces para ilustrar cómo será el paraíso y ese hombre, tan de verdad que regatea las enfermedades con el médico.
El argumento discurre al margen de los tiempos. Las dos o tres menciones del Generalísimo Francisco Franco se convierten en la única referencia para asociar una época tan llevada y traída desde las corrientes políticas y el drama social, donde sólo aprovecha Landero alguna que otra referencia a los años de paz y la fobia al comunismo.
El afán palabra funesta que, según el abuelo de Gregorio, es el deseo de ser un gran hombre y de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que todo eso produce; el afán es el tema encumbrado de esta novela. Todos estos elementos podrían catalogarse como cervantinos; sin embargo, Juegos de la edad tardía, a mí modo de ver, tiene más de quevedesco, y Gregorio Olías más de Pablos que de Quijote, y don Luis Landero todavía no pierde su brazo.
Si un libro huye del vanguardismo y no se erige en libelo político, religioso, racial, etc. , y pretende ser decoroso, tiene por fuerza que confrontar lo más puro de la esencia humana. Si la obra no se asienta en modismos de la forma y sí en las raíces de una lengua tan pródiga como el español, se obtendrá un texto ganoso del público hastiado de panfletos.
Es un libro con pocas influencias, se deja leer sin necesidad de diccionarios. De cualquier forma, el primer elemento de esta novela: el desenfado, la escasa intención de hacer un tratado psicológico y en cambio, dejar que el personaje vaya del sueño al devenir, trae el aliento grande de cuando la literatura española fue grande. Así que, lector, ahí tienen a don Luis Landero, que según los críticos- pretendiendo ser Cervantes nada más llegó a Premio Nacional de Literatura, con su primera novela.
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