¿Cómo le ponen Japón a una película filmada en Hidalgo, México, nada más porque alguien decide suicidarse? ¿Nada más por eso? Luego me encuentro con que las críticas de pretensión formal son más surreales que la película. El hombre, pues no tiene nombre, ha decidido matarse y así lo dice. Entendido, responde el señor que lo va a conducir la mitad del trecho a ese pueblo hundido en el barranco. Un Caronte en camioneta.
Entendido, dice el hombre y le da la espalda con un movimiento brusco, como si en realidad entendiera, pero sin deseos de saber nada más. Entonces comienza a moverse esa camioneta atestada de gente hacia un lugar olvidado en los mapas. Se echa a correr el guion, la gente habla en mexicano y no hace falta entender, salvo ese detalle en que el patriarca ese Caronte- manda a callar: Estamos escuchando música, hombre, grita; y ante el silencio respetuoso de los hijos se alza La pasión según San Mateo, de Bach. y no es surrealismo porque es perfectamente posible. Es real.
¿Pero de qué va esta historia? Lo primero que me sorprendió fue la sinopsis mil veces repetida por la crítica y tal vez por el mismo Carlos Reygadas, Un hombre decide suicidarse, se va a ese pueblecito, encuentra la viejecita con más espíritu que él.
Él muriendo de desgano y ella viviendo sólo porque en las Escrituras no dice lo contrario. Y entonces llega el deseo sexual del hombre por la mujer, el sobrino que quiere llevarse la casa y luego la muerte, que no es la pronosticada. Esa seguidilla es otro Japón, no el que yo vi. Japón, la película, es una de esas si el director no se llama Orson Welles- que de sólo verlas cualquiera puede colgarle el cartel de ópera prima.
Lo supe sin saber quién era Carlos Reygadas. Es una historia trunca llena de bien logrados experimentos formales. Se tomó un poco de aquí y otro de allá. La cámara hizo un trabajo estupendo, el diálogo a mi entender no puede ser mejor y las actuaciones con ese toque documental que para qué te cuento. pero no hay historia, salvo la realidad.
Es el tipo de cine que hemos hecho en América Latina sin haber logrado nunca colgarle la insignia de Escuela. Es el cine que gana premios, pero no llena salas, porque está negando un aspecto insoslayable, la propia historia del cine. Será porque no queremos parecernos al vecino del Norte con su Hollywood de caras y efectos especiales. Tal vez.
De nuestro continente, México tiene la suerte de ser el país que mejor ha trabajado el celuloide. Somos un espacio geográfico y a la vez onírico, lleno de argumentos. Las historias cuelgan de los árboles y muchas veces la realidad parece editable, pero no lo es. Ni tampoco lo quiere así el público. Nótese que no digo negar la realidad. Si Carlos Reygadas decidió arrancarle la cabeza a un pájaro en la primera escena o desnudar a una vieja ante la cámara, esos son detalles bien puestos, valientes detalles en los tiempos que corren-, pues suceden y pueden por tanto incluirse en la historia, pero que el tipo vaya a suicidarse y no aparezca en ningún momento reflejado su conflicto interior, su miedo a morir o las razones para hacerlo, eso es real, pero no verosímil.
La famosa última escena, donde la vieja se sube a la carreta de piedras sin ninguna otra justificación que su senilidad, le da pie a un trabajo magistral de la cámara; en fin, que se sacrificó a la señora por la complacencia de hacer un paneo. Y el hombre, un pintor con crisis existencial tiene poco calibre para personaje principal de una historia.
Creo yo que valdría la pena matarlo en la primera escena, pues el ambiente se presenta totalmente inocuo a él. No cambia nada en el pueblo por su presencia ni él cambia en lo más mínimo. Tal vez por eso no hace esfuerzo para evitar la destrucción de la casa -traición al público-, pero lo hubiera logrado con un par de tiros de la misma arma con que quería suicidarse, que, por cierto, no lo hace -traición al público-. Y no porque yo quiera crear un héroe de un medio muerto, sino porque debido a una curiosa e inexplicable razón, desde que el hombre aparece en la película no recibe un no. Todo le fluye. Y a mí que, si se le hubiera ocurrido hacer un aeródromo, la gente lo habría secundado eso es América Latina-. No es más que un cobarde inexcusable y eso no es ni siquiera Japón.
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