Alicia me llama en una noche fría -¿podríamos añadir brumosa?-. El teléfono ha sonado más de lo normal en esta tarde de domingo. Alicia no tiene nada que ver con los equívocos o la publicidad, es una niña. Tiene una pregunta para mí, una de esas de escuela que la gente a veces cree hechas a mi medida. Le ha mandado la maestra una frase y quiere que le hable de ella.
"Maniluvios con ocena fosforecen en repiso. Catacresis repentinas aderezan debeladas. Maromillas en que aprietan el orujo y la regona, y esquizardas de milí rebotinan el amomo"
Yo le digo sin remilgos que los conjuros de Harry Potter no son mi especialidad. Alicia, como atontada, no cree que yo no pueda traducirle una frase que está en cubano, según la maestra, pues viene de la literatura de mi país. Es una frase de Guillermo Cabrera Infante y ella no sabe qué significa. Entonces entiendo y un orgullo extraño me advierte de que aún no se ha leído como se debe la obra de Guillermo. Tal vez no se haga, no haya tiempo para eso. Pero ¿cómo explicarle a esta niña ahora que no hay un lenguaje en mi país, especial y diferente al que ella habla? Bueno, se lo explico y ella entiende, aunque con reservas. Puede comprender también que existen los lenguajes imaginarios, y que Cabrera Infante, como Cortázar, Lewis Carroll –a quien le debe su nombre- o Ballester, entre otros, han hecho uso de estas complicadas, inentendibles, pero hermosas frases.
Portada de la novela Tres tristes tigres
Un maniluvio es una especie de infusión, pero que no se bebe, sino que es para meter las manos y así curar. La ocena es una enfermedad de la nariz y así, pero nada de eso importa. El autor cuenta con que antes de que hierva la curiosidad y busques en el diccionario, antes fijará en ti lo musical de la frase, Alicia. Ella casi la canta luego de repetirla con tacto. Es una frase de Tres Tristes Tigres, niña. Un libro que te queda grande, pero algún día quizá lo leas. En él Cabrera Infante repite, aunque más explícito aquello que decía José Martí y yo trato ahora de recordar. Algo así como que no hay placer más grande que conocer la historia de las palabras.
Bustrófedon siempre andaba cazando palabras en los diccionarios (sus safaris semánticos) cuando se perdía de vista y se encerraba con un diccionario cualquiera, [...] le decía a Silvestre, que eran mejor que los sueños, mejor que las imaginaciones eróticas, mejor que el cine. Mejor que Hitchcock, vaya. Porque el diccionario creaba un suspenso con una palabra perdida en un bosque de palabras...y había la palabra equivocada y la palabra inocente y la palabra culpable y la palabra-asesina y la palabra-policía y la palabra-salvadora y la palabra fin, y que el suspenso del diccionario era verse uno buscando una palabra desesperado arriba y abajo del libro hasta encontrarla y cuando aparecía y veía que significaba otra cosa era mejor que la sorpresa en el último rollo
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