Cada vez que se habla de la obra de José Martí hay un saborcillo a desagravio cuando el punto llega a Lucía Jerez, o Amistad Funesta, como se tituló en un principio. Críticos perdonavidas se ven tentados a redimir, porque es una obra menor, un encargo concebido en siete días de trabajo interrumpido por otros quehaceres.
El mal del folletín -hay males peores- que transforma el arte de altos vuelos en trabajo engorroso con propósitos de complacencia a señoritas que gustan del resquemor del mal de amor y de las pasiones que creyeron sentir o aspiran en el futuro, donde la anunciación, como por casualidad, traerá los príncipes hasta sus zaguanes.
Si lo desea puede consultar en este enlace el texto de la novela Amistad funesta de José Martí.
El mismo Martí en su proemio se acusa de mal novelista y trata de justificar el pecado de entrar en el género de la novela moderna, ese bisturí en manos de buen médico, ahíto de ficción demasiado prolongada, perjudicial a la creación artística. Estas son las palabras con que se excusa el autor de Lucía Jerez, como si confesara su pecado iniciático en el género, pecado que nunca repetirá, a la vez que habla de ese bisturí en que se convertirá de lleno, no sólo la novela, sino toda manifestación de arte cuando se ciernan las vanguardias y el arte por el arte deje de ser para dar paso a ese otro, comprometido y social.
Leemos el proemio de la obra y nos da gusto porque es como si José Martí conversara con nosotros de la novela desde su fundamental posición de poeta, allá, en esa lejana categoría de hombre donde los goces de la creación son tan distintos porque se escribe desde adentro y sin necesidad del esfuerzo de rellenar tantas páginas, con más disciplina que inspiración, para que el panfleto alcance la categoría de novela.
Martí es ciudadano de otros mundos, del drama y el comentario incisivo que prefiere a la narrativa; sin embargo, dentro de su obra de ficción, hay que reconocer que Lucía Jerez es de las más extensas y una parte importante de ella. Demoró siete días interrumpido por otros quehaceres. Unas 37 000 palabras, lo que hace un aproximado de 5300 diarias. Más que Dostoievski, que demoró veintiséis días para escribir El jugador o Rómulo Gallegos que demoró veintiocho para Doña Bárbara. Menos para alguien como Sartre, con sus veinte cuartillas diarias.
Amistad funesta es una novela escrita por encargo: mucho amor, alguna muerte, muchachas, nada pecaminoso que desagradara a padres de familia y sacerdotes. La novela Amistad Funesta, por demás, tenía que ser hispanoamericana. Tal fue el pie forzado que le trajo un día Adelaida Baralt. Amistad funesta esto todo esto y además lleva claras sus preocupaciones, aquellas de 1885, después de la retirada de José Martí por no entenderse con los caudillos cubanos en el plan Gómez-Maceo.
Aquellos años eran para él como de permitir hacer a los demás cubanos, a contrapunto, esparce su lucha a un plano americanista y el encargo convierte a Lucía Jerez en un sutil estudio sobre los celos de mujer.
Juan Jerez es el retrato ideológico del héroe que esperaba Martí en Nuestra América, opacado, sin embargo, en las vigorosas personalidades de las mujeres que lo rodean. Novela de color y vida, el autor, como decía Talleyrand para justificar su arte de improvisar la oratoria: Me he levantado durante cincuenta años, a las cinco de la mañana para preparar este discurso. Martí, a pesar de los siete días de trabajo, vuelca en Lucía Jerez toda la fuerza de su verbo acostumbrado a la imagen.
En la novela hay un claro rechazo hacia el naturalismo y la intención de mantenerse dentro del marco del romanticismo hispanoamericano, demostrado esto en continuar la tradición de obras con nombre de mujer y en el empeño de hacer despuntar la opinión del autor como parte importante del texto, cuando ya el realismo se extendía por el mundo con la fórmula de hacer desaparecer tras la trama al autor.
Ese realismo extremo no le place al escribidor de esta noveluca, ya lo ha demostrado antes. Hace de Lucía Jerez lo que se puede llamar la primera novela del modernismo americano. La creación narrativa del modernismo es pobre, al menos en sus comienzos. Nunca alcanza la importancia de la poesía y sólo las famosas novelas de los años veinte (Doña Bárbara, La Vorágine y Don Segundo Sombra, y por qué no Vargas Vila) reivindican el género en América Latina.
José Martí sitúa la novela en un país de Latinoamérica, sin mencionar nombres de lugares ni personajes que puedan ayudar a una ubicación geográfica. Sugiere la presencia del quetzal, del puma, de los indios, del criollismo republicano de los personajes. Todo parece indicar un país de Centroamérica: México, quizá Guatemala. Esta forma de identidad más compleja adquiere, como vía de expresión, la renuncia al costumbrismo diría yo, uno de los rasgos más importantes de lo sugerido en esta novela.
Como dijo Fina García Marruz: Las palabras van y vienen de una a otra boca, entran y salen, revolotean, están en el medio, como una atmósfera, sin que importe quién las pronuncie. No se equivoca la poetisa, aunque no reconozca en esto técnicas antes patentadas por el realismo. Por otra parte, se parece tanto la forma de hablar de los personajes a la propia narración, que la retórica nos inmuniza ante la ausencia de lo terrenal.
Lucía Jerez quizá sea un buen estudio para comprender el problema de la relación concerniente al diálogo en una sociedad alejada de nuestra realidad, la forma de escribir lo que se habla, y por qué en libros más pragmáticos tienen tanto éxito los diálogos.
Las palabras en boca de los personajes en Amistad Funesta casi siempre son banales o por lo menos no apoyan al argumento de una manera explícita. El diálogo está más para adentro que para afuera, el mensaje de las palabras no está en la información que quiere darnos el personaje sino en lo subjetivo.
Los personajes hablan, se nos muestran por la boca, y cuando el diálogo se hace impersonal como en la escena donde hablan sobre la dama que desposa al implicado en la muerte del esposo, o los comentarios de los presentes en la recepción hecha por los ciudadanos al pianista Keleffy, entonces ese diálogo impersonal se convierte en muestrario del alma colectiva de la ciudad, que es por extensión, el espíritu de Latinoamérica decimonónica.
Quien nos narra la novela lo hace en un lenguaje de altos vuelos sin caer en cultismos que nos refrenen la lectura. Nos trae un lenguaje ajeno a estos tiempos, pero como preparado para la posteridad. Nos entrega a sorbos los símbolos, las águilas, las serpientes, flores e imágenes en poses, de un universo que parece conspirar para traer una especie de catarsis. Descripción meticulosa de cada escena, las poses, el ropaje, hay un acercamiento al teatro en la narrativa de José Martí que a veces desconcierta, porque no es un vicio, sino junto de artes como si las artes vinieran a hacer lo que la novela no alcanza.
Hay música, drama, colores y sobre todo poesía, gran parte de la obra poética de José Martí, enunciada por la gracia de un encargo. Están los temas de varios poemas, cosa extraña, temas repensados en su prosa, él, que fue poeta, antes de hacer la poesía. Está también a retazos esa intención del ensayo sobre lo americano, el indio, la patria, la república con sus vicios y la educación, temas medulares en su obra, la verdad dentro de la ficción, como Víctor Hugo a quien tanto gustaba de leer.
Ver comentarios acerca de otro libro de José Martí. Hablamos sobre su diario de campaña.
Qué afán ese de conformarle la psicología a los personajes a través de actuantes externos: las diferencias entre los sombreros de las muchachas, los vasos del té, la preferencia de las flores o el pueril regalo de los conejos. En los detalles hay más que la intención solapada de caracterizar, hay en primer plano, la descripción poética de un universo estético y este, más que darnos rasgos de los humanos, caracterizan el ambiente en que se desarrolla la escena.
En Amistad funesta se da la impresión de un mundo tan límpido que la más mínima mácula haría transgredir las leyes de la vida. José Martí no trata de fundir lo estético y lo moral, para él la belleza y las virtudes humanas son una misma cosa una relación extendida a la materia y el espíritu. Se siente obligado a emparentar las dos categorías como si una dependiera de la otra.
Lucía Jerez, la novela, es convertida por Martí no en excusa, sino que le es imposible no mencionar las cosas que le preocupan, porque su arte es así, no un mero instrumento de la crítica social, es usar la belleza para decir de la educación, la pobreza, el problema indio, las reminiscencias coloniales e incluso, el tema de la identidad frente a la ascendencia de Europa y Estados Unidos como potencias regidoras, o ese otro problema, moderno también, de la corrupción política y administrativa dentro de las repúblicas. Estos y otros asuntos son puestos en tela de juicio.
José Martí firmó su novela con el seudónimo femenino de Adelaida Ralt. Amistad funesta apareció por primera vez entre el 15 de mayo y el 15 de septiembre de 1885. Fue publicada a manera de folletín en el periódico Latino Americano de Nueva York y distribuida, además de en esa ciudad, en varias regiones de América Latina y Europa.
El periódico salía dos veces al mes. El Latino Americano llegó a ser muy popular entre los afectos a la independencia de Cuba, pero originalmente había sido concebido con una publicación dirigida a las mujeres y reflejaba una moral conservadora.
Fascimil de El Latino Americano. Periódico de Nueva York donde apareció publicada por primera vez la novela Amistad Funesta bajo el seudónimo de Adelaida Ralt. Fuente: Portal de José Martí
Esta primera edición no contaba con el poema dedicado a su amiga Adelaida Baralt, quien había sido comisionada en un principio por el Latino Americano para escribir la novela. Ella delegó en José Martí, se cree que para ayudarlo en su precaria situación financiera de ese momento. Se cree también que compartieron las ganancias.
La novela comenzó a conocerse como Lucía Jerez cuando José Martí, unos años más tarde la volvió a publicar, esta vez con el prólogo que la conocemos hoy, donde el Héroe Nacional de Cuba despotrica contra el género de la novela. Una ficción prolongada, con diálogos que nunca han sido escuchados y entre personas que nunca han vivido. A finales del siglo XIX la novela había sufrido una feminización en América Latina, leer novelas entre los hombres no era bien visto. Era un género frívolo y debía cumplir unas estrictas leyes.
Muy lejos ya de lo que llevaba tiempo haciéndose en Europa. José Martí es de la opinión que el tema de una novela debe ser superior a la vida misma. Era contrario, no sólo a la novela como género, en su obra amplísima hay muy pocas alusiones a la relación de parejas. No cuenta otros amores que no sean los suyos; cosa que hace como último recurso en algún que otro poema aislado. Declara abiertamente que la amistad es un sentimiento superior al amor.
El Apóstol de la independencia de Cuba se queja de que los editores de su tiempo favorecen los textos amarillistas en detrimento de lecturas que enaltezcan el espíritu. Cree que la ficción tiene un fin fundamental y educativo para los jóvenes de las nuevas repúblicas. El miedo a crear perfiles psicológicos semejantes a Madame Bovary existía en los intelectuales de su tiempo. Trabajos como la novela de Huysmans Al revés o A contrapelo, muy alabada por Lezama Lima en su curso Délfico, o El estudio de la histeria femenina de Freud, levantaron sospechas sobre la psicología femenina.
La literatura hecha por hombres y para hombres estaba en pleno auge del simbolismo y la mujer se había convertido en un caso de estudio psicológico. En la novela de Martí su personaje Lucía Jerez es ambas cosas. Es, además, una metáfora, una imagen junto a las muchas que pueblan la novela y se contraponen entre sí. El bien y el mal, lo negro y lo blanco, flores y serpientes.
Lucía Jerez, como después se conoció a la novela Amistad funesta
Juan Jerez, el personaje masculino… muchos críticos han encontrado en su personalidad y sus ideas un reflejo del propio autor. Ese hombre que trata lo sensual y el amor sólo en un plano secundario y enaltece los valores del patriotismo, la bondad, la humildad, la sencillez sobre todo lo demás. Juan Jerez es poeta como su creador. Como él ve en la mujer un símbolo genérico de hermosura, pureza y bondad “… la dulce necesidad, tantas veces funesta, de apretar sobre su corazón una manecita blanca. La de ésta o aquélla le importaba poco…”. Como él espera el momento oportuno para dar su vida por la patria; pero Juan no es Martí, quien ha forjado su espíritu en el martirio y el exilio. Es también un personaje preparado para el tipo de literatura que se esperaba encontrar en el periódico El Latino Americano. Juan es guapo y rico.
También el pianista Keleffy, traicionado por su esposa, parece tener algo de José Martí. Más alejado del escritor está Pedro Real, el alto, guapo, rico y vividor donjuán por el que extrañamente Juan Jerez siente algo de fascinación. Son amigos. Pero Pedro Real se acerca también a José Martí cuando dice: Porque la mujer nace más hermosa que el hombre ¿se le ha de oprimir el pensamiento, y so pretexto de un recato gazmoño, obligarla a que viva escondiendo sus impresiones como un ladrón esconde su tesoro en una cueva?
Pero tal vez el Martí artista no se refleje tanto en otro personaje como lo hace en Ana, la que se está yendo como la luz. Mucho se ha hablado de la relación entre la muerte y José Martí. De cómo el Apóstol veía en ella una liberación. Es lo que pasa con Ana, que escapa de la perniciosa pasión que atrapa a las mujeres de su época a través del arte y la muerte. También lo hizo Martí.
Y Sol, una avecilla rara que, según el autor necesita dueño y sintió placer al clavarse en el seno la espina de la rosa; que prefería ser contemplada por Lucía que por los jóvenes del pueblo, y Lucía Jerez ejercía sobre ella un poderoso influjo. Lo apresurado del encargo hace que Sol del Valle se llame Leonor en el primer capítulo de la novela. José Martí nunca tuvo tiempo de revisarlo, pero tras este error se entreve la disyuntiva del autor en la búsqueda del simbolismo y la metáfora. No olvidemos que la madre de Martí se llamaba Leonor Pérez. El nombre de Leonor es la versión española del nombre provenzal Elinor, que viene de Helena, lo que significa antorcha en griego antiguo. Es una luz artificial sustituta de la luz del sol.
Juan Jerez, hombre perfecto en el alma, paradigma que Martí quería para Nuestra América, otro hombre nuevo, tan descrito antes y después. Juan, bondad, vaciada el alma en el molde de la ética y la estética, dualidad del hombre culto y a la vez telúrico. Lucía, por supuesto, es el personaje central de Amistad funesta, se debate entre sus frustraciones y de cierta forma pelea contra el destino.
Libro relacionado
La cuñada de Adelaida Baralt, Blanche Zacharie de Baralt, una norteamericana que conoció a José Martí y tuvo trato con él durante los últimos años del poeta en Nueva York, escribió un libro entrañable donde expone su testimonio sobre la personalidad de nuestro autor y las personas que se relacionaban con él. El libro está lleno de anécdotas, además, ofrece una pequeña biografía. Blanche Zacharie de Baralt también escribió un libro de Cocina cubana.
A los demás personajes les crece la contradicción como un mal que todavía no llega al clímax en que se encuentra ella. Es el alma gris, por el egoísmo, que mata la belleza, esa es Sol. Pero Lucía Jerez, mitad Medea, mitad Bovary, cumple mejor que los otros su papel de personaje bien formado en su caracterización, y por eso es mejor que Sol, quien parece más preparada para quererla que para querer, a quien la belleza no la salva, o tal vez obliga a ser hoja en el viento.
Ligada siempre al criterio de alguien y que uno sospecha, si sobreviviera, que este comportamiento no iba a terminar con la juventud, ni tener otro remedio de regalar la dirección de su vida a quienes la merezcan. Mejor Lucía que Juan Jerez, quien parece una hoja de papel donde sólo se haya escrito un código de reglas morales. Juan se rezaga ante una Lucía que se asoma y nos mira desde ese lugar donde están los que no han vivido jamás. Martí lo sabía y por eso ama a su mujer fatal con un amor contradictorio, del que no escapa en su porfía de ser uno más
Introducción al libro sobre la cocina cubana escrito por Blanche Zacharie de Baralt
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