Al principio creí que todo estaba en el lenguaje; ese falso descuido en la elección de las palabras, esa bizarría, ese exceso a favor de una poética cuando ya se tiene una historia de por sí singular.
Supuse que esta particularidad discursiva de Marcial Gala se debía a cierta alteración del sentido común, que si un personaje es capaz de emitir razones que no por lógicas y convincentes dejan de ser procaces sobre las ventajas de tener sexo con una perra y no con una mujer, y luego da muestras de tamaña sensibilidad con su pareja, es que algo andaba mal en la cabeza, no ya del personaje, sino del autor. Luego comprendí que era yo quien se había equivocado.
Me fue necesario leer en una revista uno de los cuentos que conforma este libro no digo cuál ni qué revista- para entender, al compararlo con otros autores publicados allí, que la literatura de Marcial estaba marcada por una propiedad insólita, o digamos que anacrónica. digamos que peligrosa en el discurso actual: una ternura con sus personajes.
Esta ternura, sólo apreciable en un plano formal, en la manera de decir, es buena porque no implica un compromiso ejecutivo del Marcial Gala, sino la mera contemplación de un ser al tanto de la gran variedad de minúsculos pecados cometidos por los personajes y la aceptación de sus consecuencias, muchas veces fatales.
Sin ánimos de ser concluyente, creo que este rasgo, aunque por lo general poco avistado, se trasmuta por simbiosis en una relación más o menos parecida del lector con esos caracteres marginales pero nada patéticos que pueblan los universos de Es muy temprano.
Cuando los estados marginales de la sociedad son explotados como una mina temática, como un lugar sui géneris digno de descripción, la literatura no pasa de ser un instrumento para la crítica social e incluso menos: un método informativo para las personas decentes. Así, la literatura marginal es una incubadora de estereotipos o ha convertido fenómenos profundamente sociales, como el movimiento hippie, en dislates de un mundo pintoresco.
Es muy temprano no es nada de esto, no se comporta como un manual para conocer un sector de la población. En su esencia -sin que sea necesario adjuntarle este análisis- es un canto a la aceptación del otro desde donde es imposible no hacerlo, desde ese lugar donde somos iguales.
El argumento es, entonces, en los cuentos de Marcial Gala, la relación de hechos que nos pueden pasar. Saltan a la vista, sin embargo, otros aspectos de por sí placenteros a la lectura de los relatos de este libro. La anécdota en función del argumento, el lenguaje claro, el exotismo que florece a la vuelta de la esquina, y ya que lo mencionamos antes, la ausencia de patetismo, o mejor, los intermitentes períodos trágicos en que se involucran los personajes no son más que excusas para una esperanza que, aun utópica, regenera la tensión; de ahí otro precepto pragmático y a la vez sutil: el tiempo invertido en leer estos relatos se revierte en un disfrute constante, independiente a la discutible concepción del cuento, al efecto que esperamos encontrar en la última frase.
Con tan buena construcción de personajes y una circunstancia no sólo marginal, como ya se dijo, sino que aplastante, el argumento de estos relatos es lo que pocos saben hacer: un elemento más, ese poco interés que deja la confección de un plato, por inimitable, y sin embargo, un saborcillo que no podemos olvidar.
Lo curioso de estos dos rasgos: la sensibilidad del autor con sus personajes y el equilibrio argumental, es que cualquier explicación basada en la estadística, en el devenir anecdótico de cualquiera de las historias que conforman el libro, traería un resultado contradictorio: aquí se habla de muertes; de amores con o sin sexo; de la vida ríspida y cotidiana de un sector excluido, casi invisible de la sociedad; se describe la violencia de unos contra otros; de gente en el día a día de la perversión, el vicio; de una sensación táctil de la vida.
En esta combinación osada de contenido y forma, la manera casi tierna de describir la violencia, que tiene Marcial Gala les dejará no tanto la gratificación de cómo se hace ese sueño de los lectores artificiales en que nos hemos convertido los que pretendemos estar al tanto, sino más bien el saborcillo de un mundo que puede ser pero sélo vemos en los libros.
Cuando Marcial publicó Sentada en su verde limón, me cansé de decir que era una de las mejores novelas escritas en los casi doscientos años de Cienfuegos, ahora esta colección me obliga a ser más audaz. Nuestra casi siempre silenciosa villa de Fernandina de Jagua silenciosa, susurrante, en el plano de la literatura nacional-, acaba de pegar un grito, de poner en ciento cincuenta páginas una muestra decorosa de buena narrativa.
Nadie sabe darle al lenguaje ese tratamiento que roza lo carnavalesco sin que se le pueda acusar de ello, porque de tierno se hace humano, porque desnuda lo esencial del hombre más allá de su devenir y sobre todo, porque este libro se disfruta, no estafa a los lectores con un placer anodino, sino que viene con la satisfacción cada vez más rara de mutua posesión entre libro y lector.
El libro quiere abrirse de piernas a los inteligentes sin ínfulas, para dejarle las ganas de seguir leyendo sin la necesidad de que al autor lo valide el nombre o una crítica arrojadiza, y luego se pregunte por qué ha publicado tan poco, por qué no hay más libros como este, que es sensual y no exige mucho; y se responda, quizá como he hecho yo sin necesidad de preguntarle: porque Es muy temprano y Marcial Gala cargan la pena más vieja de la literatura, la pena del brujo que pretende convencer sin mostrar el artificio.
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