Aunque La mejor oferta arrasó con los premios Donatello del año 2013, Giuseppe Tornatore es uno de esos cieneastas de quien siempre se espera más. Aún permanece el ansia de verlo repetir algo a la altura de su primera película: Cinema Paradiso. Bajo esa esperanza acudimos a ver su último filme, La mejor oferta; apadrinada por las actuaciones de los siempre bien recibidos Geoffrey Rush y Donald Sutherland. Ya sabíamos de lo que iba, y aunque no dice mucho la publicidad de ser una de las mejores del 2013 -ya hoy sabemos que tampoco fue un año malo para el vino- ni el sutil encanto del soft thriller, no se debe dudar de la sensualidad que emana de los filmes apoyados de una forma u otra por la pintura.
Escena del filme La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore
El estirado Virgil Oldman es un profesional en la evaluación y venta de obras de arte. El prestigio alcanzado le permite una vida holgada y el lujo de tener sus manías. Recibe una mañana el acoso de una joven enferma de agorafobia, propietaria de algunas antigüedades. Tras muchos ruegos ambos personajes comienzan una negociación que conllevará a sellar un negocio pasado por cama.
El viejo Oldman se enamora de la preciosa chica de 27 años. Perdón… insoportable chica de 27 años, pues la agorafobia que padece la hace descargar sobre el viejo tal número de dolores de cabeza que, cómo no enamorarse de ella. Así se hila una trama que cualquier iniciado en el cine de Tornatore o en muchos otros, podrá calcular con exactitud en qué va a terminar, o por lo menos algo de lo que sucederá. Los personajes secundarios bailan alrededor de esta trama. Se aproximan y se alejan hasta que todos se unen al final en lo que se concibió, tal vez, como un giro inesperado.
Hemos hablado de otras películas relacionadas con el arte. Lo hicimos de un filme sobre Renoir y en otro que trata sobre un cuadro de Pierre Mondrian.
Quizá Tornatore crea que para dar un giro inesperado a una película que se supone un Thriller, deba apoyarse más en los tonos suaves de las escenas que en la acción. Pero la acción, eso que muchos esperan- no es esencialmente perjudicial a la película y el giro se le ve por debajo de la manga. Por otra parte, la sensualidad encerrada en las obras de arte supera en gran medida la ofrecida por la chica, quien se muestra más superficial que cualquier cuadro.
La gente espera además, entender un poco la realidad de un trabajo tan exótico como es el de un tratante de arte, y no sólo ese esmalte que lo hace aparecer como un gurú caído del cielo. La gente quiere un personaje, no una víctima. Los chicos malos de este thriller no aparecen nunca, pues mientras están en escena son buenos. Y el viejo Oldman, que se supone protagonista, queda convertido solo en un hombre torturado por la circunstancia. Ya el cine va más allá de la moral, del bien y del mal.
Eso es bueno en tanto la mojigatería se paga caro en el arte, pero Virgil Oldman, este tratante de arte, víctima de un complot tan poco documentado, está solo en su mundo de dudas. Su relación con la chica no enamora al público y eso que traman los malos, lo sabe hasta el portero del cine, todos, menos él.
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