No es que los libros ganen otro significado con el tiempo, es el potencial a cuestas de la literatura, ese de transmitir el sabor de una época y hacer pequeñas conexiones con el tiempo presente. Incluso los libros de historia llevan un poco de ese espíritu de las horas en que fueron escritos. Mi tío el empleado es rico por partida doble: nos dice de una época que pocos supieron contar, en una Habana que no se habla de guerra cuando la otra mitad de Cuba se encontraba inmersa en ella; nos trae los comentarios magistrales de José Martí y José Antonio Portuondo, adosados en la edición de 1980, de la editorial Letras Cubanas.
No es que le hayan faltado otras reseñas, pero casi todos sus contemporáneos rechazan la novela. Manuel de la Cruz critica su ironía y la cataloga de “epigrama sangriento” o “burla desdeñosa”; Leo Quesnel, en una página de octubre de 1891, en “La Nouvelle Revue”, cuatro años después de su primera publicación en Barcelona, apenas elogia en ella los cuadros de costumbres y la llama una novela de venganza
Mi tío el empleado es poco menos que fusilada sin piedad por Enrique José Varona el mismo año de su publicación: “El Sr. Meza carece aún —y esto no es de extrañar porque aún es muy joven— de verdadera penetración psicológica. Ve bien los objetos, y por lo tanto las personas, pero no penetra mucho más allá de la superficie… [Mi tío el empleado] parece hecha a retazos. Sus capítulos producen la impresión de croquis tomados rápidamente al paso, y retocados con elementos de pura fantasía. En el fondo hay algo real, algo que se ha visto, pero hay demasiados accesorios que resultan postizos. Por eso en vez de una sátira de costumbres, como ha querido su autor, ha resultado una serie de caricaturas. El autor ha imaginado más que observado; y lo malo es que la obra debiera ser de mera observación, para los fines que se ha propuesto el autor” (Enrique José Varona, 1887: 372-375)
Leída hoy Mi tío el empleado resulta en un texto casi apócrifo comparado con el tipo de narrativa que se hacía en su época; resulta una novela atendible un punto por debajo de su antagónico cada vez que se habla de las mejores obras de la época colonial: Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde, publicada cinco años antes. Precisamente Cirilo Villaverde había elogiado en carta a Ramón Meza por la publicación de Carmela (1886),con la que había obtenido un accésit en los Juegos Florales organizados por la Sociedad Provincial Catalana Colla de Sant Mus; en cambio, hace de Cecilia Valdés una obra más completa en el sentido de esa categoría abstracta llamada nacionalidad. Cecilia... es una novela de todos los tiempos, escapa del costumbrismo, de esa categoría tan perjudicial a la literatura. Es una rara avis de su tiempo, gracias a contar con personajes provistos de una psicología aún existente en las calles de la isla.
No le trajo tampoco bienaventuranza la llegada del nuevo siglo, pese a los intentos por rescatarla y haber sido incluida en algún que otro compendio de literatura cubana. Lezama Lima se expresa así de ella: “Ahí está ya Ramón Meza, en sus transmutaciones. Los personajes de Meza no sufren metamorfosis, pues no cambian de forma sino de disfraz, mucho menos podemos hablar de metanoia, cambio de esencias. El emigrante inmediato, el calderero, el noble falso, el apasionado disfrazado, el buscador de himeneos ricos, el consejero equivocado, varían en sus disfraces, en su marco de presentación, pero persisten en su esencia descencional y fría, son siempre unos jayanes”
Mi tío el empleado, la obra de Ramón Meza se ubica entre uno de los clásicos de la literatura cubana del desenfado, género en el que hemos tenido mucha producción, y es sin dudas, el ejemplo más claro de novela costumbrista. Sin ser del todo un cínico frescor, este libro tiene en el lenguaje un sistema de símbolos que caracterizan desde un punto de vista cómico la comunidad gallega en Cuba, un lugar, como muchos en América, donde se ha optado por este gentilicio y otros para sustituir el de españoles.
Está dividida en dos partes y de hecho así fue su primera edición, en Barcelona, 1887; la primera, de veinticinco capítulos, retrata a Cuba como tierra de oportunidades para los peninsulares. Oportunidad y pillería. En la segunda parte, más tenue, La Isla deja de ser esa especie de paraíso anhelado por los españoles que buscaban hacer fortuna para convertirse en un laberinto burocrático, un baile de máscaras.
En 1860, un año antes del nacimiento de Ramón Meza, Gertrudis Gómez de Avellaneda regresó a Cuba por un corto periodo de tiempo. Durante esos meses dirigió una revista literaria y moral. En este artículo hay un enlace a algunos número bien conservados de esta publicación, donde se puede sentir el espíritu y las costumbres habaneras del siglo XIX.
Vicente Cuevas, el personaje, se convierte en víctima de la sociedad. “Me falta algo”, expresa, sin comprender esta nueva dimensión de los males que como él, habían cruzado el atlántico. La traición del tiempo respecto a la novela, aunque tal vez no haya estado entre las pretensiones de Ramón Meza el trascender, está en que ya no tenemos sobrinos traídos de la Madre Patria ni cruzan muchos las lindes del Morro en busca de la tierra prometida, aunque aún conservamos, por si acaso, el baile de máscaras.
“Cuéntase cómo se va en Cuba de Cuevas a Coveo, cómo se enriquecen, a robo limpio y cara de jalea, los empleados, cómo chupan, obstruyen y burlan al país, que pasa en la sombra discreta de la novela como una procesión de fantasmas lívidos y deshuesados...” José Martí
Portada de la novela Mi tío el empleado. Edición con prólogo de José Lezama Lima.
Ramón Meza Suárez-Inclán (1861-1911) se graduó de Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, fue periodista y profesor. Por esos años fue también secretario de la Sociedad Económica de Amigos del País. Luego emigró a Estados Unidos al comienzo de la guerra de 1895. Pero antes de esto, con apenas 24 años comenzó a publicar sus primeras novelas.
Su producción narrativa tiene nombres como: Flores y calabazas, 1886; El duelo de mi vecino, 1886; Carmela, 1887; Mi tío el empleado, 1887; Últimas páginas, 1891; y Don Aniceto el tendero, 1889 (premio del Liceo de Santa Clara). Publicó además la comedia Una sesión de hipnotismo, 1891, y un estudio biográfico sobre Julián del Casal, 1910. Un Estudio histórico-crítico de la Ilíada y la Odisea, 1891 (tesis doctoral).
Con el fin de la Guerra de Independencia nuestro autor regresó a Cuba. Fue miembro fundador de la Academia Cubana de la Historia y Concejal del Municipio de La Habana en 1901. Ocupó el cargo de Secretaría de Instrucción Pública durante el gobierno del general José Miguel Gómez.
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