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Podríamos definir a los ilustres por el conocimiento que tenemos más de su alma que de su cuerpo. Los restos de muchos han iniciado inconclusas odiseas, de tumba en tumba, sin que de sus restos tengamos el fiel. Ya en otro momento hemos hablado de los huesos de Quevedo y los de Santa Teresa.
Miguel de Cervantes: Murió en 1616, de diabetes y a los sesenta y ocho años. Por fin de ha nombrado comisión para encontrar los huesos de Miguel de Cervantes. Parece tarea fácil si se tiene en cuenta su voluntad de ser enterrado en el convento de las Trinitarias Descalzas, entidad que había tramitado su regreso del cautiverio de Argel… Parece, pero no es tarea fácil, luego de las modificaciones realizadas en la antigua iglesia. Se está buscando a Cervantes con esperanzas, pero ya se ha intentado antes sin suerte.
Lope de Vega: No le cabía más fama a este hombre aquel 27 de agosto de 1635, cuando murió. La literatura se había convertido en él y los nuevos autores podían quejarse como lo hicieron luego los simbolistas de Víctor Hugo. Cuando se escriba la historia de los monopolios del arte, habrá que ponerle una corona al Fénix de los Ingenios. Con motivo de su muerte se escribieron más de doscientos elogios que fueron publicados en Madrid y Venecia.
Su enemigo Cervantes no pudo más que llamarlo El monstruo de la naturaleza. Con todo, y lo sabe el antes mencionado, hay espacios y tiempos donde la fama no basta para descansar en paz. A su muerte el conde de Sessa pagó 700 reales para que se conservara su cuerpo en la iglesia de San Sebastián, pero este monto y su fama le parecieron insuficientes a quien podía elegir y sus restos fueron a parar a una tumba común, ya no se sabe si en la iglesia o en el cementerio adjunto, ya desaparecido.
Francisco de Goya: Se cayó de una escalera y ya no se repuso más. Luego la muerte, el 16 de abril de 1828. En el cementerio de Burdeos, unos años más tarde, apareció su cuerpo sin cabeza. Cuentan que el cónsul español en esa ciudad, Joaquín Pereyra, encontró la tumba del pintor mientras realizaba una visita al cementerio donde se encontraba enterrada su esposa.
Al exhumar el cuerpo no fue necesario un extenso análisis para comprender que le faltaba la cabeza. Tal como pasó con el cerebro de Rubén Darío, esta disminución anatómica se ha convertido en un misterio. Comoquiera, eran tiempos en que estaba de moda la frenología: falsa ciencia que teorizaba sobre las mediciones craneales y la personalidad. Cualquiera pudo haberse llevado la cabeza para venderla a quienes se dedicaban a esto. Aunque hay varias teorías no pasa de la especulación.
En 1888 se hace una primera exhumación del cadáver pero no se trasladó a España hasta once años más tarde. Sus restos se depositaron en la Colegiata de San Isidro y en 1900 lo trasladan a una tumba colectiva de hombres ilustres. No es hasta 19 años después que lo llevan a San Antonio de la Florida, donde permanece hasta hoy.
Calderón de la Barca: Tuvo tantos entierros como Martí. Luego de despertar del sueño de la vida, el 25 de mayo 1681 fue enterrado en la Parroquia del Salvador. Su sepelio sencillo respetó su testamento y lo llevaron: «descubierto, por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida»
En 1842 pasó a la iglesia de San Nicolás a causa de la amenaza de derrumbe de la primera. En 1869, luego de la Revolución Glorisa, fue trasladado al antiguo e inconcluso panteón de hombres ilustres, en la iglesia de San Francisco el Grande. Se nombró comisión para elegir quienes podían ir a descansar allí, y con Calderón fueron Quevedo, Garcilaso, Fenrández de Córdoba, entre otros.
Momento en el que el filósofo Sócrates está apunto de beber la cicuta.
La comitiva de cinco kilómetros, con banda de música llevaba la desilusión de no haber encontrado a Cervantes, Tirso de Molina, Lope de Vega, Velázquez y muchos otros… Luego la idea feneció y muchos de los reunidos allí volvieron a sus tumbas pretéritas.
Calderón regresó a San Nicolás en 1874. En 1902 sus restos pasaron a la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores. En apariencias fue situado en una urna construida a propósito y destruida durante la guerra civil. Se dio por perdido el cuerpo de Calderón de la Barca, hasta que un testigo aseveró que nunca fue puesto en la urna y que por el contrario, se encontraba en un nicho cavado en la pared. Desde entonces se busca el nicho, pues el testigo murió sin especificar el sitio.
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