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Han tratado algunos, en estos últimos tiempos, de clasificar el ideal sociológico de Martí, colocándolo entre los partidarios del marxismo. Pero del comunismo no tuvo Martí nada más que esa parte negativa o crítica, pudiéramos decir, que con él comparten todas las gentes de corazón, es decir, que sentía una repulsión intensa, un vivo horror de ese estado social llamado capitalista, donde mientras unos danzan en la gloria de todas las bienandanzas, otros rugen en el infierno de todas las privaciones. La indignación que tal espectáculo producía en su alma generosa, le arrancó de la pluma expresiones tan fuertes como éstas: Mientras haya un hombre infeliz, hay un hombre culpable... La pobreza es injusta y sudaba con fervor la era nueva de la humanidad en que ha de ser vencida la miseria odiosa.
Pero éstas y parecidas expresiones, sólo prueban la preocupación que embargaba el ánimo de este campeón excelso, por realizar en la república venidera el postulado de la justicia social, mediante la equitativa distribución de las riquezas, para que no haya un sólo hombre que viva de una forma indigna de la dignidad humana. El problema económico preocupó mucho más a Martí, que el problema político. A la inversa de lo que hemos estado haciendo nosotros hasta la fecha, en que hemos dejado de un lado la economía para enfrascarnos en alma y cuerpo en la política. A mis ojos, decía él en carta a Maceo, no está el problema cubano en la resolución política sino en la social.
Y no es que reprobara toda clase de política, es que por desdicha, añadía, la política práctica no es más que la lucha por el goce del poder. Y como él sabía que la historia salda cuentas olvidando los que lidian por el poder y consagrando a los que lidian por el hombre, a esa vida se consagró en alma y cuerpo; realizando en su persona este bello concepto que leo siempre con creciente entusiasmo: La única gloria verdadera del hombre está en la suma de servicios que por su propia persona se presta a los demás. Por eso se ha dicho que él realiza de una manera perfecta del homo social es tan raro por desdicha, que siempre aparece en función de servicio humano, de beneficio social, de personal sacrificio sobre el ara de la redención ajena.
Esa capacidad extraordinaria de sentirse solidarizado con los dolores, alegrías, necesidades y aspiraciones del grupo nacional, y en sus años maduros llevado hasta los confines de América Latina y el mundo entero, era la que destilaba de su pluma la miel purísima de frases de estos quilates: El egoísmo es la mancha del mundo, el desinterés su sol Y estas otras, que yo quisiera grabadas en el corazón de todos los cubanos: En este mundo no hay más que una raza inferior: la de los que consultan antes que todo el interés humano.
Fuera de esta preocupación esencial de Martí, por la solución del problema social, no hay nada en sus escritos que justifique que la interpretación martiana del mundo estuviera en el materialismo dialéctico, ni que soñara en la lucha de clases, que el comunismo trata de procurar para hacer posible el vuelco social que le permita implantar la dictadura del proletariado. Es más, ni siquiera se halla en sus escritos la descripción de la República como de un estado socialista, con apropiación del Estado de las principales fuentes de riqueza que haga posible su más equitativa distribución.
En cambio, se manifestó abiertamente en contra de algunos postulados marxistas, como la lucha de clases, y cuando después de celebrar a Marx, y haber llamado a su obra El Capital, Biblia de los tiempos modernos, llega al momento de la crítica definitiva y sintética, escribe: Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombros: indigna el forzoso abastecimiento de unos hombres en provecho de otros. Y no era eso lo que él quería. Su ideario sociológico, se compendiaba así: Continuamos la revolución para beneficio equitativo de todas las clases y no para el exclusivo de una sola, por lo que se ha de recomendar a los soberbios el reconocimiento fraternal de la capacidad humana en los humildes, y a los humildes la vigilancia indulgente e infatigable de sus derechos y el perdón de los soberbios.
He aquí, Señoras y Señores, cuáles eran las ideas básicas en el orden político, social y económico, según el Padre de la Patria. Todo ello quería que fuera basado en el respeto a la dignidad y los derechos de los ciudadanos. O la República tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión en fin, por el decoro del hombre, o la República no vale una lágrima de nuestras mujeres, ni una gota de sangre de nuestros bravos. Tal era el cubano insigne, Señoras y Señores, que un día se desposó con la causa de la Independencia cubana e hizo el juramento de no querer a otra amada más que a ella.
El encuentro de Martí, con la patria cubana, su novia de sangre, es casi un amor de niño. La conoció cuando empezó a conocerse a sí mismo. La conoció de labios de un prócer augusto desterrado de su patria por el delito de quererla libre e independiente, el patriota Rafael María Mendive, que le decía: Lo cierto es, hijo, que los cubanos ya hemos madurado bastante para tener nuestra propia patria. Patria, aquella palabra pronunciada con unción, dicha con tan profunda reverencia por aquel anciano patriota que por Cuba habría de ir camino del destierro, más que hirieron los oídos de aquel niño, pulsaron ante lo más hondo las fibras de su corazón, despertando en su alma un tumulto de amores y arrebatos de honda pasión.
No sé yo, Señoras y Señores de cuántos otros hombres más, puede decirse con igual verdad y con tanta justicia que no han vivido más que en función de su Patria, siempre y enteramente. Todo lo que fue Martí, como hombre de letras, como filósofo, orador, poeta, escritor y periodista, lleva preso indefectiblemente la señal augusta de su amor a la Patria. Y con tan poderosas armas en la mano, acomete sin tregua ni desmayo, desde temprana edad, la obra que le tiene señalada el destino providencial.
Poeta, para la Patria será la primicia de sus cantos. Escritor, sus primeros trazos serán para proclamar los derechos de su Patria, protestando con energía en Cuba y en Madrid, ante los hombres de conciencia de la España liberal, del trato a todas luces injusto y antidemocrático que se daba en Cuba a los cubanos. Mas, cuando al fin se convence de que todo intento de orientar en sentido reformista y liberal, el criterio de los políticos españoles, era tiempo perdido sin remedio, le pide su lira y su inspiración al legendario Tirteo, y sus odas son cantos guerreros, trompa de juicio final para la dominación hispana en el Nuevo Mundo.
Ni una sola oportunidad es desperdiciada por él, para proclamar a los cuatro vientos que no quedaba más remedio a esa situación, hecha cada día más intolerable por la obcecada intransigencia hispana, que el remedio heroico de todas las situaciones parecidas, la de conquistar la libertad como la conquistan los dignos, con las armas en la mano: puesto que para él era un dogma que los grandes derechos no se compran con lágrimas sino con sangre.
Siempre anda rondando por ahí el fin de la verdad. Los conversos lo saben y los demás se creen lo suficiente fuertes como para escapar de ese fatídico momento. Dejar de creer en algo siempre ha... Más info