Memorias de una princesa rusa. Una novela pornográfica

Alejandro Cernuda



Memorias de una princesa rusa es el análisis, bastante simple, que realiza Katumba Pasha del diario de Vávara Softa, princesa hija de un acaudalado boyardo del imperio de Pablo I (1754-1801), hijo de Catalina II. Katumba Pasha es el seudónimo turco de un escritor ruso refugiado en Inglaterra, de quien desconocemos el nombre. Así, la autoría del libro se esconde bajo dos poderosas cerraduras: el seudónimo y el anonimato.

Como parte del libro Erótica irreverente hemos publicado en esta revista el cuento Vida y obra de Gregorio Samsa.

Al mismo tiempo oculto bajo este sino hipócrita el autor usa el recurso de exponer el sexo bajo el subterfugio de criticar la lascivia de una sociedad. Esta técnica fue muy usada en el siglo XIX, cuando muchos autores aún creían que el narrador debía por fuerza tener una opinión activa dentro de la obra. Luego se ha demostrado la inefectividad de esto.

Entra sólo hasta el portal, amado mío -murmuró Vávara volviendo la cabeza para hablar con el calenturiento paje, cuya arma, siempre lista, presionó ahora contra la estrecha entrada-. Que sólo el glande de tu querido capullo me atraviese

Memorias de una princesa rusa

Imagen de la película Memorias de una princesa rusa

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Inefectivo es también criticar a la aristocracia pues una de sus bases siempre ha sido dictar la moral del momento. La corte de Pablo I, descrita en esta novela Memorias de una princesa rusa [i], no dista mucho de la corte francesa de Luis XV –más o menos su contemporáneo- y otros estirados pervertidos.

Tampoco es exacto agenciarles a las clases proletarias –en este caso campesina- un entendimiento moral alejado de una realidad lasciva. La aristocracia y la clase proletaria pura siempre se han parecido bastante, excepto en lo tocante al poder. Aunque no han sido aliadas contaron y cuentan con un enemigo común. La burguesía, la razón enciclopédica, la burocracia… cualquier intento de crear una ética de clase, en tanto el clasismo es un invento de ellos- estará siempre mancillada por la moral burguesa…

Los gritos de Petrushka indicaban que había abierto las partes delicadas de la princesa y que ahora su verga palpitaba en el interior de ese cuerpo candente.

Quien lea Memorias de una princesa rusa debe estar advertido entonces que no encontrará sobradas aptitudes para convertirse en un clásico de la literatura, como muchos han querido catalogarlo –ni siquiera de la literatura erótica-. La hipocresía del narrador, la poca objetividad al explicar cómo llegó a sus manos el documento original, su empecinamiento en solo mostrarnos los pasajes sexuales del supuesto diario, aun hay pobreza de imaginación a la hora de describir las diferentes opciones matemáticas del sexo. Ya se sabe la importancia de las matemáticas en estas actividades.

Y así yacieron sus cuerpos unidos, la princesa deleitándose con la palpitación de la abundante verga de Iván en su interior

El libro es un afiebrado contrapunto de sexo y crítica a la nobleza rusa. El autor se toma el trabajo de justificar constantemente a las clases pobres, hacer de ellos víctimas de un desenfreno que no quieren pero del que tampoco pueden escapar.

Un sospechoso exceso de descripción de la desnudez y virilidad masculina evidencian que la fuente es el diario de una chica admirada del otro sexo; pero por otra parte, padece de cortedad al intentar describir el placer femenino. Nada que ver con otras obras de la literatura erótica, como Las once mil vergas, novela de Guillaume Apollinaire que también hemos comentado.

Suele pensar esta princesa que el máximo punto se alcanza cuando es penetrada con fuerza por una inmensa barra de carne y que todo el placer está ahí, entre sus piernas. Es sin dudas un punto de vista demasiado masculino, o eso me dicen...

[i] La opinión sobre la conducta moral de Pablo I fue, según investigaciones recientes, exagerada por sus propios asesinos.

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