Una de las más raras colaboraciones en el mundo del arte fue la llevada a cabo por Pierre Auguste Renoir y Ricardo Guino (1890-1973). Sucede que en los últimos años de su vida el famoso maestro impresionista ya no podía usar sus manos para moldear las esculturas. La artritis que en principio lo obligó a atarse los pinceles, luego lo llevó a contratar los servicios de este joven catalán, discípulo de Aristide Maillol.
Fotografía de Ricardo Guino.
Ricardo Guino, hijo de un ebanista de Girona, comenzó sus estudios de escultura con sólo dieciséis años. Participó en varias exposiciones hasta que en el año 1910 fue descubierto por Maillol, quien luego de ensalzarlo, el más dotado escultor de su generación en Europa le pidió que lo acompañase a París. El chico no se hizo esperar y ya lo vemos con taller y todo a los veinte años en la capital francesa.
Un poco después dio con él Ambroise Vollard, el marchante de Renoir, quien se había dado a la tarea de buscar un par de manos para el maestro. Ricardo Guino era el pretendiente correcto al ser un joven talentoso pero que aún no se había asentado, ni en nombre ni en estilo, en una corriente artística. Su nombre no valía lo que sus manos.
Bastaría echarle un vistazo al trabajo de ambos artistas por separado para notar grandes diferencias con el resultado de esa colaboración. El tema primordial fue el desnudo femenino, esa gran pasión de la pintura de Renoir, reflejada de una manera distinta en las esculturas.
En el volumen de las esculturas si se reconoce al maestro pintor, pero no en el detalle. Renoir cuando trabajaba con el joven catalán portaba una vara y le iba mostrando lo que consideraba mal o bien. Ricardo Guino aceptaba estas órdenes sin discutir. ese es el testimonio de Vollard, marchante de Renoir y por tanto protector de su nombre, pero los hijos de Ricardo Guino dicen que muchas veces su padre les contó cómo trabajaba en el jardín, lejos de la vista del viejo pintor impresionista.
En esta visita al museo Renoir, en Cagnes-sur-mer, descubrimos algunas obras nacidas de la colaboración entre ambos artistas.
Comenzó entonces en 1913 una colaboración que duró aproximadamente cinco años. Trabajaron juntos en Cagnes-sur-mer, en la bella casa que compró allí Auguste Renoir y que hoy es uno de los mejores museos que se puede visitar para conocer su obra y su vida. Colaboraron en la creación de 37 obras. Ambos artistas lograron una compenetración inusual y las obras que devinieron de este affaire son consideradas hoy piezas cumbre de la escultura de principios de siglo.
Por desgracia el devenir impediría el buen final de esta historia. Renoir murió en 1919 y Ricardo Guino peleó hasta el fin contra los intereses económicos de los herederos del maestro, quienes siempre le negaron la coautoría.
Sólo en 1971, dos años antes de su muerte, un tribunal civil reconoció su coautoría en un juicio que por sus connotaciones filosóficas en cuanto al proceso creativo podría compararse a menor escala con las disquisiciones religiosas acerca de la inmaculada concepción de la Virgen María.
Leer El padre, el hijo y la mujer desnuda. Artículo sobre la película dedicada a los últimos años de Auguste Renoir en Cagnes-sur-mer.
Dos procesos han tenido cierta importancia dentro de la jurisprudencia y el derecho de autor en el siglo XX, el caso Ricardo Guino contra Renoir, en el cual se concedió la autoría al escultor catalán y el otro: Marcel Salinas contra Picasso, en el cual el pintor y litógrafo egipcio-francés no tuvo la misma suerte que Guino.
Si el joven escultor catalán era coautor o sólo una marioneta de Renoir, esa era la cuestión. En 1973 la sentencia a su favor, dada por el tribunal civil, fue reafirmada por la Corte Suprema de Apelaciones. En él se declaró que Ricardo Guino no había sido un simple modelador, y para serlo, no podría haber hecho un gesto sin una indicación de Renoir, que trabajó solo durante horas, a veces incluso lejos de Renoir, que, como el experto había señalado, la comparación de las pinturas y las esculturas en cuestión reveló que ciertas actitudes y expresiones que parecían haber sido aceptadas y no dictadas. Es reconocible "la huella del talento creativo personal de Guino" y, finalmente, que las esculturas "habrían sido otras si hubieran estado allí.
Algo más sobre el juicio de Paris
El juicio de Paris (la escultura) se puede ver en el museo d'Orsay. La pintura con el mismo nombre, hecha por Renoir, se encuentra en el Hiroshima Museum of Art de Japón. La semejanza entre ambas obras es ineludible. Se cree que primero fue la escultura y luego el óleo. Se representa la famosa escena que da inicio a la guerra de Troya, donde Paris es llamado por las tres diosas para que determine cual de ellas es la mas hermosa. Paris, de rodillas y en el momento de entregar la manzana de la discordia a Afrodita, también parece una mujer. No es un error ni un juego de ilusiones, el maestro pidió para este personaje expresamente un actor de rasgos afeminados. La modelo usada por Renoir para las tres diosas es la misma persona, cosa que no era inusual en este tipo de representación mitológica.
El juicio de Paris. (museo d'Orsay, París) 1914. A partir de la concepción de esta escultura por ambos artistas, Renoir y Guino se lanzan de lleno y comienza el periodo de los grandes formatos.
Tampoco su vida artística acabó con la muerte de Renoir. Comprendió que debía buscar su propio camino y luego de varias exposiciones en París, en 1922 comenzó otra gran colaboración, esta vez por diez años, con la conocida fábrica de porcelanas de Sèvres. Y fueron muchas sus exposiciones en París y otras ciudades importantes, muchos sus trabajos, en comparación con las aproximadamente veinte obras que hizo en colaboración con Renoir, y muchos sus hijos: seis, en aquella calle Daguerre, hormiguero de artistas de la Ciudad Luz.
Hoy, su hijo Michel Guino es un escultor consolidado en Francia. Fue él quien, junto a su viejo padre, inició en 1965 el proceso por la coautoría de su padre. Él, quien no se ha cansado de repetir que el proceso no fue en ningún momento contra Renoir y, por el contrario, una obra de tal magnitud sólo fue posible gracias a la amistad y la compenetración que hubo entre su padre y el famoso pintor impresionista. Tampoco los hijos de Renoir, Pierre y Jean, tomaron parte en la batalla legal.
El juicio iba más allá de una simple remuneración, era todo un precedente en el derecho de autor; por eso tal vez Jean Renoir le dijo una vez a Ricardo Guino. “Haga lo que estime, sé que trabajó con mi padre y le deseo éxito”
Comentarios al libro Creciendo con los impresionistas. El diario de Julie Manet.
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