Aquellos que catalogaron como sustancia principal de la literatura Kafkiana, la crítica a la enajenación del hombre ante la sociedad capitalista o dijeron que toda la obra de Balzac es sólo un retrato de la sociedad francesa de principios del siglo XIX. Quienes dijeron que el principal valor de Cecilia Valdés era su denuncia del sistema esclavista. Ellos mismos verían o ven- en la obra narrativa de Virgilio Piñera lo que deudores del formalismo ruso en su última etapa calificaba de El arte como producto de la sociedad.
Es un concepto que para nada queremos negar, pese a que en ciertos casos se resista; pero que sí podríamos habituarnos a no verlo como la principal característica de una obra en específico. Sería demasiado evidente y aburrido. Decir por ejemplo: Homero habla de griegos en la Ilíada porque era parte de la sociedad griega. La obra de Virgilio Piñera, si bien puede acuñársele el cliché, su retrato social no es para nada su principal encomio, de ningún buen escritor lo es.
En el caso de su obra narrativa: hasta ahora casi ochenta cuentos y tres novelas, excluye cualquier posibilidad simple de ensamblaje dentro del canon literario de su tiempo. Esto es bueno tenerlo en cuenta antes de cualquier análisis.
Quien se haya enfrentado a sistemáticas lecturas de cuentos de jóvenes escritores, encontrará sin dudas tres de los rasgos importantes de la literatura virgiliana: el abundante uso de la primera persona, un alto nivel de experimentación con la forma y la pintoresca elección de los argumentos. Los escritores consagrados, en su mayoría, abandonan esta exposición selvática y pasan a engrosar lo que se puede llamar la corriente artística de su tiempo. Por eso es difícil encasillar a Virgilio Piñera. Su obra narrativa acusa en todo momento de una audacia juvenil bien encaminada por el uso del oficio.
El tiempo de Virgilio, si nos remitimos a su querida patria, lo cual es inexacto pero práctico, coincide con el de escritores considerados hoy paradigmas literarios y con movimientos artísticos de evidente exégesis dentro del marco cultural de la Cuba de su tiempo. A pesar de la militancia de Virgilio Piñera en las revistas literarias más famosas de la época Orígenes o Ciclón, cuando se lee su narrativa uno encuentra pocos asideros para compararlo en cuanto a influencias estéticas o estilo con la mayoría de los escritores del momento.
Su compromiso pragmático con el futuro, si existe este tipo de compromiso, no se cumple bajo las mismas leyes que Carpentier, Lezama o Cabrera Infante. Muy por el contrario, la mayoría de la gente que coincide con él en cuestiones formales o argumentales no lo hacen por una lectura previa, ni siquiera de terceros seguidores. Este tipo de elección es una particularidad liminar de la literatura.
Portada de la novela La carne de René. Virgilio Piñera
Si nuestro escritor parece no haber sido afectado por inminentes leyes dialécticas o su rebeldía lo llevó a no abandonar el tono juvenil, tampoco pudo sustraerse de sutiles diferencias con esta especie de acné literario. Diferencias que por otra parte sí marcaron una línea de calidad en su obra.
Su empleo de la primera persona -que no siempre lo hace-, no significa un acercamiento del autor a los eventos narrados. Sirve más bien al propósito de colocar el protagonista en un nivel psicológico superior a los demás personajes. Posee sentido común. Este Yo alcanza un aspecto tridimensional mientras que los caracteres secundarios sólo se justifican en función de las situaciones. Esto es una propiedad del absurdo y la ironía, y por tanto, la primera persona utilizada por él, insuficiente en literaturas más conservadoras, cumple un objetivo vital.
Su Yo es el ser humano expuesto a una peripecia ilógica. Su experimentación no es acuciosa y en muchos casos ni siquiera notable, pero está presente en el diálogo, el uso indiscriminado de vocablos, y en retruécanos que escandalizarían a Borges. Este ensayo formal; sin embargo, no afecta zonas apetecibles en la mayoría de la literatura no académica: la puntuación, los juegos temporales.
En todo caso, lo que podríamos llamar pecados experimentales padecen de mesura dentro de su obra. Virgilio Piñera no permite que nada afecte la comprensión de sus historias. Los argumentos, que a simple vista cualquiera calificaría de imaginativos o estrambóticos, están en realidad marcados por sentimientos percepciones telúricas. Su preocupación por la carne, el catolicismo, las miserias cotidianas, la literatura o los medios de ganarse el pan, etc. Son temas que a simple vista prometen argumentos aburridos en algunos casos y en otros ganan interés para un sector reducido. Puestos en manos virgilianas, y por tanto del absurdo, alcanzan universalidad y producen avidez.
Alguien debe haber encontrado ya alguna ley explicativa de la relación entre lo novedoso y lo establecido. No digo que sea imposible, pero si es demostrable que la mayoría de las innovaciones artísticas están basadas en una potente ortodoxia en aspectos secundarios. Si al leer a Virgilio Piñera, su narrativa, comulgamos con ese aire de novedad no sólo depende de que nos enfrentemos a algo distinto a lo establecido por la gran corriente de influencias, sino porque escondido dentro de su obra está el fantasma de la mesura alrededor del absurdo, el fantasma de lo que Hemingway catalogó de bueno para cualquier escritor: la oración afirmativa sencilla.
El ambiente de la mayoría de sus narraciones tiene mucho de lo común a la gente de su época, no sólo en un sentido objetivo, también en la manera subjetiva de sentirlo. Casi rozando una literatura costumbrista y camuflada, otra vez, por el absurdo. Es como si en sus obras el surrealismo descabellado de años atrás haya encontrado sosiego, la justa medida. Si hay una influencia evidente en su obra narrativa no parte de algún movimiento de moda ni de otro escritor que no sea él mismo.
Esta influencia es paralela a su desarrollo y viene de la dramaturgia, es, por demás, un fenómeno común en personas que cultivan ambos géneros. Virgilio Piñera fue poeta, narrador, traductor y por encima de todo es hoy un dramaturgo de culto dentro de la literatura cubana. No se necesita saberlo para descubrir bajo el candor de sus diálogos algunas situaciones dramáticas de fácil representación. Aun sus recursos descriptivos están bajo la influencia de la escenografía. Sus personajes, sometidos muchas veces al ridículo parecen más observados que leídos.
Otra característica deliciosa dentro de su narrativa y quizá una de las más importantes, es la capacidad del autor para apostrofar. Con su dominio pleno del lenguaje cubano y de las motivaciones de los diferentes arquetipos, el autor logra insertar dentro de la corriente narrativa, como ramificaciones, ciertos diálogos extra argumentales, ciertas divagaciones, en aras de acentuar no tanto una posición social, sino el rasgo dogmático que impide a estos caracteres trascender hacia el sentido común.
Sus bocadillos funcionan como barreras necesarias para dejar claro que los personajes no pasarán al razonamiento externo a su circunstancia de paradigmas. Algo parecido a los diálogos de la Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, con los personajes que va encontrando en su viaje.
Quien se enfrenta a la lectura de su labor literaria completa, igual en el caso de Balzac, La Avellaneda, Borges, Chejov o cualquier otro, comprenderá que hay una relación aritmética entre la cantidad de obras y el respeto que merece cada una de estas. Así, la calidad de un autor depende no de un texto aislado sino de su conjunto. No es lo mismo leer un cuento de Maupassant, por ejemplo El Horla, si ya hemos leído antes Bola de Cebo, o si sabemos que lo escribió bajo los efectos alucinógenos de la sífilis.
Para entender a plenitud la narrativa del escritor nacido en Cárdenas es necesario incursionar en su poesía y dramaturgia. Necesario incluso, como en cualquier otro escritor, tener nociones de su vida y saber los puntos de vista de la contemporaneidad respecto a él. Los descendientes de aquellos mismos críticos que potenciaron la relación entre la sociedad y el arte, comprendieron un día que Tolouse Lautrec habría sido otro pintor si su estatura fuera normal.
Virgilio Piñera
Entender que si Virgilio Piñera un día decidió no volver con su familia y se quedó en La Habana, y que luego vivió doce años en Argentina, y rompió relaciones con el Grupo Orígenes y sufrió con estoicismo los pesares de la marginalidad, no es extraño sentir su literatura, y en particular su narrativa, como el producto de una rebeldía irónica con el canon impuesto.
Hay entre sus cuentos varios que a mi entender son de los mejores que se han escrito en nuestro país. Mi gusto personal se decanta por El álbum, El balcón o por esa miniatura de Otra vez Luis Catorce, por sólo poner tres ejemplos. Sebastián, el protagonista de Pequeñas maniobras, se echa encima toda la historia contada por esta novela, no tanto absurda como anti picaresca, y se convierte en uno de los personajes más sui géneris de nuestro acervo.
La carne de René, quién lo duda, engrosa ese desarticulable grupo de novelas, como Amistad Funesta o Aventuras del soldado desconocido y otras más, que, queridas u olvidadas, nadie podrá jamás encasillar. Son objetos raros. Sus tramas tan imaginativas como simples, en apariencias contravienen su estilo cuidado. Si al fin hay que ponerlo en algún lugar, tiene algo de Carroll, de Rebeláis y de Chejov. Nadie sabe así cómo logró hacer la más cubana de las literaturas.
Introducción al libro sobre la cocina cubana escrito por Blanche Zacharie de Baralt
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